El ocaso
Ahí estaba, de pie sobre aquel acantilado, abajo, solo se podían ver las grandes rocas grises que perdían su forma original al verlas con mas detenimiento, solo en aquel paisaje, apartado del resto de sus compañeros, del sol abrasador y de los látigos subyugadores homicidas de su temple pensó en cada uno de los errores que había cometido y que lo habían hecho desear aquel día, más que nunca, la muerte.
Recordó su vida al otro lado del mundo, su vieja casa de adobe, su esposa, su hijo, todo parecía estar tal y cual lo había dejado en su memoria, calculando con la mirada contó los pasos que lo separaban de aquel abismo, eran cinco, cinco pasos y todo habría acabado.
Cerrando los ojos, sintió su pierna izquierda moverse como si alguien la hubiera querido levantar del suelo, dio el primer paso al escuchar que alguien golpeaba la puerta de su casa, quien es, pregunto con esa apatía propia de los que no tienen mucho, soy Alberto Gumme, reclutador de la compañía del guano, al escuchar esto Sayuri recordó que días antes su hermano lo había escrito en la lista de posibles reclutados para la compañía, claro pase. Al entrar a la casa Sayuri vio al hombre rosado y de denodada altivez mirar a su alrededor como buscando algo, que ocurre, le pregunto Sayuri con enfado mientras miraba con atención su gracioso gorro plomo, no, no es nada, suelo ser un tipo muy observador y en especial de las condiciones en las que viven mis futuros trabajadores señor Sayuri, luego de eso se sentó en un pequeño cesto que yacía junto a la mesa de comer y fumando un cigarrillo comenzó a explicarle a Sayuri todos los pormenores del trabajo.
Mi compañía recluta trabajadores de distintas zonas de este país, como usted debe saber el lugar al cual son transportados para trabajar queda al otro lado del pacifico, ustedes vivirán y trabajaran en una isla sacando todo el guano que les sea posible cargar a sus cuerpos y por ello recibirán una buena paga, la cual les será comunicada a su llegada a América, por lo demás a cabo de cinco años ustedes podrán quedar libres para volver a su país si así lo considerasen conveniente.
Al escuchar esto Sayuri movió la cabeza de un lado a otro como negándose ante la propuesta de aquel ser que no le inspiraba ninguna confianza, pero al ver a su alrededor comprendió que no tenía mucho que perder, y que, por el contrario, algunos años de trabajo y sacrificio y volvería a China con mucho dinero o por lo menos el suficiente para darle una mejor vida a su esposa y poder comprarle a su hijo el primer par de sandalias para que pueda trabajar las tierras de su padre.
La mirada de su esposa, fija en su rostro como una especie de suplica, como una especie de premonición de esas que solo tienen las mujeres hechas, fue lo último que recordó de su tierra, de su gente, de si mismo.
El sol era cada vez mas insoportable, sus ojos desorbitados miraban con dificultad el horizonte y sus piernas comenzaban poco a poco a ceder ante la muerte cuando dio el segundo paso.
Cuando Sayuri entro en el barco aquella madrugada reconoció entre los centenares de personas que subían a su primo y a su cuñado que efusivamente lo llamaban a lo lejos y le hacían señas para que se les acercase, al verlos Sayuri se sintió menos solo y les pregunto por que iban a la América, por fortuna, explicaron ambos, dicen que el negocio del guano esta dando mucho dinero en estos tiempos y que pronto se beneficiaran mucho los trabajadores leales que sepan trabajar bien y bastante.
Sayuri no pensaba lo mismo, para el, aquel viaje tenía mucho de misterioso, a ninguno le habían dicho cuanto ni cada cuanto tiempo se les pagaría. Dentro del barco los cerca de trescientos hombres viajaban cada uno con miedos y esperanzas muy distintas que parecían transmitirse de uno a otro por la proximidad en la que se encontraban sus cabezas.
Los primeros días a todos se les proporciono agua y comida en la mañana y en la noche, pero luego Sayuri comenzaría a preocuparse por la disminución de la ración, cuando todos dormían hablaba en silencio con algunos y les decía que lo mejor era desistir de aquel viaje, pero nadie lo escuchaba, solo algunas niñas que viajaban en un rincón.
Las noches pasaron lentas a partir de eso y por un momento Sayuri pensó que no lograría llegar con vida a la América y que cualquier esbozo de felicidad o sueño realizado anteriormente poco a poco se hundiría en el mar como lo había hecho su sonrisa.
_ Y donde esta Michay
_ Como, ¿no sabes?, se lo llevaron cuando estaba durmiendo, dicen que estaba enfermo y así no se puede trabajar en la América por eso lo llevaron a cubierta para darle alguna medicina.
Aquello era una gran mentira, el primo de Sayuri nunca regreso, en realidad muchos no regresaron de cubierta, cuando se emborrachaban siempre bajaba uno a llevarse tres mujeres que según ellos habían tenido el privilegio de conocer al capitán del barco, claro que ellas no entendían ni media palabra de lo que les decían y únicamente se movían como algunos animales debido a los jalones y golpes que sentían en su cuerpo.
Sayuri se sentía impotente cuando esto pasaba, una voz dentro de el le gritaba que era el ,luego de la muerte de su primo, el único que entendía a aquellos señores y por lo tanto el indicado para salvarlos a todos e iniciar el levantamiento, pero es bien sabido que cuando el cuerpo carece de alimento tantos días la mente suele extraviarse y alejarse de donde se este, así, Sayuri lloro mucho los últimos días del viaje apretando con mucha rabia su puño como si fuera el cuello de alguno de aquellos hombres rosados, de pronto el puño se le abrió y al sacudirse la mano dejo caer el polvo que había cogido en su caída, con la mano izquierda tomo impulso desde el suelo y logro colocar sus dos rodillas en frente suyo, luego se levanto; alrededor solo veía mierda, había avanzado un paso más.
Al llegar a la isla solo quedaban con vida unos doscientos cincuenta culíes, la mayoría hombres de edad madura; las mujeres que lograron sobrevivir a la pasión del capitán habían cambiado la mirada y nunca mas mirarían a nadie a la cara sin que se los pidieran, muchas caminaban con las manos cruzadas y con el transcurso de los días se haría más notario el descuido en el que habían caído con ellas mismas, no se bañaban, ni comían más que lo necesario para cumplir con su trabajo.
El campamento se levanto aquella misma noche, al verlos llegar algunos de los chinos se alegraron, claro que no precisamente por el hecho de tener a un paisano cerca; si no mas bien porque con mas hombres, el trabajo se repartiría y podrían dormir algunas horas más.
A Sayuri y unos veinte más los trasladarían al otro lado de la isla, ahí se podían ver a muchas aves cruzar el cielo en las mañanas, el fertilizante abundaba, la primera vez que Sayuri se acerco a el percibió aquel olor espantoso y se pregunto quien pagaría por algo parecido. Pero no tuvieron mucho tiempo para distracciones y luego de unas horas de haber llegado comenzaron a trabajar.
El trabajo no era muy sencillo cada grupo de culíes tenía que llenar los cargamentos de los barcos ingleses hasta tres veces al día, al termino del mismo el frió y el viento los congelaba y su único refugio eran las carpas en las cuales trataban de descansar, de soñar y de pensar que aquello mejoraría muy pronto.
Pero Sayuri estaba seguro que aquello no mejoraría, el esperaba lo peor y lo esperaba con agallas, lo que le preocupaba era poder saber cuanto les pagarían, así, esa misma noche ya que no podía dormir salio muy despacio en busca del “capitán”. Camino por la isla cortando el viento con sus brazos, llenándose los pies de arena, abriéndose paso entre los desperdicios tirados, solo una luz se mantenía encendida el aquel campamento dentro se escuchaban leves forcejeos, Sayuri no sabía si acercarse o no, dio un paso más.
Se acerco lo suficiente para ver que dentro se encontraba Alberto Gumme, lo vio de perfil con la ridícula gorra ploma que había llevado el día que lo visito, golpeando a una muchacha, casi una niña. Sayuri no logro reconocer a aquella muchacha pero sabía que era muy probable que hubiera venido con el en el mismo barco y que ahora estaba siendo presa de los bajos instintos del hombre rosado.
Sayuri no sabía que hacer, ya no estaba en el barco, no tenía nadie que lo castigare al menos no en ese pequeño segundo que le bastaba para hundir una piedra en la cabeza de aquel maldito. No lo pensó más, lentamente cogío una roca que estaba junto a su pierna y la levanto con cuidado, la mantuvo suspendida en el aire por unos segundos buscando el momento oportuno para dejar caer su impotencia ante aquella gorra ploma, al escuchar el grito desesperado de la muchacha cuyo significado hubiera sido igual en cualquier idioma Sayuri se abalanzo sobre el mounstro, luego unos segundo de pavor y la sangre que salía por debajo de la carpa.
No te preocupes, ya no volverá a hacerte daño buscare la forma de que salgamos de aquí, todos volveremos, no te preocupe, sabía que no era una buena idea venir aquí.
Al abrir la carpa para ver el cuerpo algo lo golpeo de pronto como un viento sutil o un espectro nocturno, luego pensó que sus ojos lo estaban engañando, la piedra había caído sobre la gorra ploma, pero aquella sangre no era la del capitán, sino la de la muchacha que yacía en el suelo con los ojos abiertos y el vestido rasgado, ¡que has hecho chino cojudo!, dijo el capitán mientras soltaba una pequeña carcajada, así que asesino habías resultado, vaya pues haber que hacemos contigo.
El capitán no fue muy bondadoso con Sayuri, lo hizo trabajar desnudo durante el día y le negó el alimento, cuando alguien intentaba alguna ofensa en contra del capitán o sus hombres este siempre les recordaba que vieran a Sayuri como por tomárselas de héroe estaba como estaba.
Al acabar el año el cuerpo de Sayuri estaba hecho polvo quemado por el sol, apartado del campamento, considerado un asesino y no un héroe, pensó que de nada le servía su español, en aquella tierra el idioma que se hablaba solo era permitido para algunas pocas lenguas ocultas tras unas bocas llenas de veneno, sólo algunos de sus compañeros que lo recordaban del barco le decían: animo Sayuri solo faltan cuatro años, cuatro años y seremos libres, el capitán dice que pronto nos dirán cuanto nos van a pagar, vamos hombre solo cuatro años.
Al escuchar esto Sayuri camino rumbo al acantilado, manchándose las rodillas y con los hombros totalmente pelados por el sol, subió a duras penas por las rocas y pensó que la verdad era que nunca les iban a pagar, que luego de cinco años nadie volvería a su tierra porque no tendrían dinero- de un ingles al otro lado de la isla había escuchado que ya no podían seguir alimentando a los chinos y que si querían comer tendrían que comprar su alimento con lo que ganaban a los barcos que llegasen-, pensó en su esposa, en su hijo ,en la muchacha de gorro plomo, en el capitán; miro por ultima ves el abismo, cuando estaba por dar el quinto paso un látigo lo golpeo en la espalda y lo hizo caer sobre la tierra su mano derecha flotaba al filo del acantilado. No pudo huir.
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