Divago sobre los parámetros de la huida en términos casi religiosos, construyendo frases incomprensibles que enmascaren verdades dolorosas. Busco sinónimos al pasado que resuman sin contener los episodios que yo misma me oculto. Imágenes sueltas acuden a mi consciente. ¿Realmente las viví o fueron parte de una pesadilla en el desvelo? No comprendo como pude soportar ser tan vulgarmente normal.

Comparo situaciones a situaciones que alguna vez escuché, tratando de no pensar de manera literaria. Me siento como un personaje irreal de una novela oscura y alcohólica. El sudor me baña haciendo físicos de nuevo los sentimientos que me provocaron animales de la noche. Me repito en voz alta plegarias que aprendí en la infancia, consejos paternales que niego mientras estoy viva.

Sin embargo, nada desata el nudo que me oprime el pecho.

Enciendo un cigarro mientras mis ojos se pierden por la ventana en un suspiro que me sale del estómago. Sólo eso.

Esquemas de lo que debe ser se abren paso en el subconsciente a marchas forzadas, cortando con machete el humo que difumina el recuerdo. Bebo de un vaso sucio y medio vacío que alguien puso en mi mano, y mi nariz brinda con la nada reconcentrada en más nada que respiro.

Perlas bajo el agua salen a la superficie sin que nadie las distinga en el horizonte. Tratan de hacerse corpóreas en alguna orilla de algún territorio de sábanas. Pliegues dibujan claroscuros en los que se esconden motas de polvo, y bocetos de arco iris a los pies de la cama. Un extraño ángulo desde el que mirar la vida pasar. Horizontalidad casi sin vida, respirar lentamente oyendo tus propios latidos alejarse de tu cuerpo.

Voces en el mismo plano pero no en la misma sintonía. Gritar con los ojos. Apretar los puños bajo el contraluz, en un paso intermedio entre la llamada de auxilio y la resignación. Carreras en el mismo punto de partida que la decisión.

Dudas.
Esperanza.
Tragedia.