Eso de ser gordito, obeso, tiene sus ventajas, pero, también sus desventajas. Una ida al médico de turno, me llevó a tener que frecuentar los famosos restaurantes vegetarianos de la ciudad. Estaba tan gordo, que era más fácil saltarme, que me dieran la vuelta. Así, que, decidido a bajar de peso, me encontré con un restaurante en el centro, que quedaba en el mezanine del edificio donde trabajaba como asesor comercial.
No tuve que sino hacer un sacrificio bastante grande, para comenzar a consumir comida que parecía para conejos, alimentos que parecían pasto, para las vacas. Allí comencé a extrañar la carne asada, el churrasco Argentino, el baby beef, el filet mignon , el ajiaco con pollo, la mojarra frita, pero debía seguir en mi intento de bajar de peso, pues según mi papá, a las mujeres no les gustan los gordos. Así, que, con la idea de tener un cuerpo atlético y bien formado, empecé a consumir los “ricos y saludables” productos alimenticios vegetarianos.
Al principio, no me percaté de que el que atendía la caja, era el dueño del negocio de comidas vegetarianas. Solo fue que llevara a mi papá, a dicho restaurante, para darme cuenta, que el de la caja, el dueño del almorzadero, que entre otras cosas era un cubano exiliado, que como todos los exiliados, escapó de Fidel y sus teorías era gordo, negro y con acento costeño; cuando estábamos en mitad del almuerzo, mi papá me dijo que mirara para donde estaba el dueño y lo que vi, me llamo bastante la atención: Debajo del asiento del gordo cubano, había un canasto grande y el dueño, cada rato sacaba comida para consumir, siempre que todo el mundo no lo estaba observando. En un descuido de este, pues se fue para el baño, yo tuve el atrevimiento de pararme rápidamente e ir directamente para la caja; haciéndome el bobo, miré de reojo, lo que había en el canastillo y que sorpresa: El canasto estaba lleno de huesos de marrano, morcilla, bofe, chunchulla, carne de de cerdo y de res, longaniza, pata,…
Me despedí del cubano, cuando terminé de almorzar con mi papá y no volví por allí. Recuerdo que me sonrió y me dijo que si seguía así, pronto adelgazaría y que debía volver seguido a su restaurante, ideal para bajar de peso.
Decepcionado por darme cuenta que del dicho al hecho, hay mucho trecho, que es fácil criticar, pero no actuar, volví por mis fueros, pues ese día me comí un tamal con chocolate, pues ya no me importaba tanto el de que, las mujeres no me quisieran por ser gordito.
|