Voy a contarles mi secreto, yo tengo un Don.

A la hora de cuestionarse que le parecería a una persona normal la posibilidad de vivir para siempre muy poca gente pensaría que alguien podría tener reparos.
Más bien, muchos cambiarían todo lo que poseen por esa facultad.

Pues bien, yo la poseo.

Todos tenemos un día y una hora para partir, pero en mi caso es como si siempre pudiera retrasar un poco la hora de mi reloj.

Pero todo en la vida tiene un costo.

En mi caso ocurre algo así cómo que por cada segundo que atraso mi reloj, igual cantidad adelanto un reloj ajeno. De esta forma me he convertido en lo que yo mismo he denominado un asesino pasivo.

Esta enfermiza ambición de vida, me ha hecho culpable de muchísimos accidentes completamente imprevistos.

Acaso nunca se han preguntado que es lo que hace que tanta gente reciba un golpe fatal de último segundo, o más claro aún que un paciente estable de un segundo para otro pierda todo signo vital.

Si bien el Don está en mis manos, el “quién” no lo está. Juego con aquella delgada linea que separa la muerte de la agonía.

Así vivo yo, a costa ajena, pero mi vida no es más que la hipoteca de otras almas que se retiraron antes de tiempo.

Hoy dejaré que el reloj pase hasta retirarme, no le daré cuerda esta vez.

Sólo se que ya no será problema mío.

Segundos en blanco han de poder ser recuperados, tiempo de vida debiera por fin ser utilizado.

(…)

Ahora fallezco y siento como todo se acaba… Miento, todo comienza, una y otra vez…

No se puede engañar al tiempo.