Así es, una bestia. Grande, como un oso, pero inteligente como un humano. Con unos pequeños ojos negros y una piel negra y peluda. Con una mirada tierna como la de un cachorrito. Tenía el alto de tres personas y el ancho de cuatro. Cada brazo parecía un tronco, pero sus patas se veían cortas. Así era la bestia de Caracua. La gente jamás se acercaban a sus tierras y ella respetaba los límites de la ciudad. Incluso le tenían un nombre: Ferry. Porque era del tamaño de un Ferry pequeño.
En el fondo, todos los habitantes de Caracua le tenían miedo. Ningún oso era tan grande como Ferry, y los osos podían ser muy peligrosos. Y aún cuando nunca habían visto a Ferry atacar, sabían que se parecía demasiado a un oso como para no ser peligroso. Pero algunos cazadores arrogantes se jactaban de haber escapado de él, de haber estado a punto de morir, de haber sobrevivido heroicamente.
Y el peor de ellos era Franco de Catia. Un cazador alto, hermoso, muy vanidoso y fuerte. Franco decía cosas incluso más ridículas e irreales: que había peleado mano a mano con Ferry, que había salvado a unos conejitos de él, etc. Y las mujeres le creían todo, no porque fueran tontas, sino porque Franco era muy carismático y mentía muy bien.
-¡Oye Franco! –, gritó alguien por la mañana, - ¿Estás despierto Franco?-.Su voz tenía un tono preocupado. - ¡Franco! -. El corpulento cuerpo de Franco, todavía abrochándose la camisa, se asomó por la ventana rápidamente. - ¿Qué pasó Luis?-. La mirada de duda del cazador cambió a una cara de susto, un poco pálida, al mirar el velo que Luis llevaba en sus manos. Era un velo amarillo, como el de María. –Si Franco, tu hija. Encontramos el velo en… en el límite. No sabíamos que hacer.- Pocos segundos después, Franco ya estaba afuera de la casa. Llevaba su rifle para cazar. Con un gesto indicó a Luis que lo guiara. Minutos después llegaron al comienzo del bosque. No muy lejos, en la primera colina, se encontraba la morada de Ferry.
Tres hombres más los estaban esperando. Los tres estaban armados. –Aquí fue donde lo encontramos-, indicó Luis con la mirada. Era justo donde los árboles formaban un arco sobre el camino. Franco pensó un poco y después gruñó para que lo siguieran. Los cinco hombres recorrieron el bosque casi corriendo. Al llegar a la ladera, se detuvieron. Nunca se habían acercado a ese lugar antes. Todas eran mentiras. Ninguno había tenido el valor suficiente. Franco fue el primero en avanzar y los demás lo acompañaron mostrando un miedo evidente. La entrada de la caverna era suficientemente grande para entrar caminando. Uno de los hombres prendió una linterna de gas y se la entregó a Franco que iba adelante. Poco a poco avanzaron, con sus armas preparadas, mirando cada detalle. Lo primero que les llamo la atención fueron las murallas: casi todas las piedras estaban escritas. Y era una letra hermosa, muy bien cuidada. Franco se detuvo para leer. Eran poesías. Después de leer suficiente siguieron avanzando. A pocos metros, vieron luz que emanaba del interior. Avanzaron incluso mas rápido y se asomaron cuidadosamente para ver de donde venía el resplandor.
Había unas linternas muy bien confeccionadas de aceite. Grandes mesas, llenas de papeles y libros. También había cosas escritas y dibujabas en las murallas. Y en el centro, en una mesita de madera muy bien hecha, Ferry y María estaban aparentemente leyendo juntos. María tenía un pie vendado. La voz de Maria era dulce y suave, mientras que la voz de Ferry era fuerte y baja. Franco no lo quería creer. Estaba estupefacto. Ferry le estaba enseñando a leer a Maria. Se despertó de su trance y vio como sus compañeros tímidamente se acercaban a saludar a los lectores, mientras el seguía escondido. Alcanzó a escuchar una voz fuerte diciendo “Tuve que sanarla, ¿Ven? Llegó llorando con una herida bastante fea” antes de desplomarse en el suelo. Él, Franco de Catia. El hombre corpulento que era un campeón en su ciudad. El hombre hermoso, el hombre apuesto, que había perdido a su esposa cuando su hija nació. El hombre respetado, que podría haber escogido a cualquier mujer para volver a casarse. El hombre que no tenía miedo al peligro y que había ganado incontables premios de cacería, pero que nunca había enseñado a su hija nada. Y ella sabía leer, cocinar, sumar, restar y dibujar. |