No supo en un principio, qué es lo que le estaba pasando. Hubo un relámpago de luz iniciática, un resplandor único, y luego el negro de la nada, por un segundo, un minuto, quizá un año, no lo sabía. Se vió acostado en una postura irreal, sus piernas yacían desordenadas al igual que sus brazos como si de una muñeca de trapo se tratase. Intentó palparse el cuerpo que no le dolía pero no pudo. Trató de incorporarse con cuidado buscando una recomposición corporal pero le fue imposible. Sentía que se ergía pero seguía estando allí, desmadejado, desarticulado, yaciendo boca arriba en el más completo silencio.
Esto último le llamó poderosamente la atención. Silencio...silencio. Un silencio absoluto a pesar del ajetreo a su alrededor, de las luces centelleantes y de los hombres que se movían enérgicos gesticulando a gritos ahogados, como una película de Buster Keaton, con el fondo sepia de la pantalla y las imágenes desfilando entrecortadas, lejanas, ausentes a pesar de la proximidad.
Hizo un nuevo esfuerzo que no resultaba tal para incorporarse. Se concentró de manera espontánea no en el trabajo muscular que requería el reacomodo de sus extremidades, sino en el deseo de erguirse y, ante su asombro, observó que lo lograba con pasmosa facilidad. Pero, cuando alcanzó un estado vertical, notó con estupor que había crecido de manera considerable; Las figuras se divisaban enanas en el ajetreo; las luces, otrora escarlatas, eran minúsculos puntos que giraban en la nada; las casas ofrecían sus techumbres desgastadas envueltas en un hálito de templado amarillo, añejo, gastado.
Comenzó con dificultad a inquietarse, pues no le resultaba fácil desembarazarse del estado de relajación en que su estirado cuerpo y su mente acuosa se encontraban. Una dormida lucidez le ofrecía chispasos borrosos de su vida, repasando los detalles infantiles, momentos de la juventud y la adultez y luego, al final, el momento del paseo, de su transitar cansino por esa calle que ahora contemplaba diminuta. Y luego la luz, y luego la oscuridad que lo llevaba hasta el presente. Entre el hormigueo de puntos vibrantes y seres afanados, se divisó tendido, doblado, desestructurado. Una mano padiosa cubría su cuerpo con periódicos antiguos.
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