En las calles vacías se siente el silencio que aturde a la gente que no puede oír.
La osuridad trata de apoderarse de las luces de los semáforos, pero no es lo suficientemente oscura para no dejarnos avanzar.
La lluvia... ¡¡¡que tremenda lluvia la de hoy!!! nos empapa y nos obliga a correr
hacia quién sabe donde.
Los rotros de los desconocidos se nos hace familiar, y se burlan de nuestro error.
Por fin me vienen a buscar, preparados para irnos a algún lugar.
La lluvia no deja de sesar, y los vidrios del auto firme se empañan impidiendo ver
hacia qué lugar vas.
Y derepente... estalla el sol ¡Que extraordinaria forma de hacerse notar!, el calor de
este hace que los pequeños pedazos de llanto, dibujen en la ventana cientos de senderos
reflejados por el rayo más exuberante que hemos visto jamás.
Las calles empapadas comienzan a secarse, pero aun así es extraño reconocer dónde me encuentro. Trato de abrir bien mis ojos, pero es inutil... entonces me doy cuenta que este viaje hacia no sé donde, sigue por las calles deconocidas de vaya saber qué cuidad.