Con el ladrar perdido de no tener su hembra los ojos de “Furia” se deshacen en un aullido permanente buscándola entre las flores, bajo el silencio pasajero que riega los jardines o la tibieza de la tarde. Husmea, entreteje la hierba junto a su hocico, revuelve el lomo en el verde calmo que lo aguarda, huye, corre hacia su encuentro, exulta las patas traseras en dos pequeños surcos que marcan territorio. Y las horas habitan una mirada desafiante que ronda el celo de su amada, el llorisqueo constante de tenerla y no, la fatiga de una búsqueda en vano ante la contienda del rival canino que corteja un mismo amor. No hay ley que condicione su raza a la no perpetuidad de la especie ni razón para dejar su ruego accidentado. Vuelve a enfadar sus patas con la tierra en un ir y venir de rasguños certeros, a ensañar el ronquido de macho frotando su pelaje por los troncos y en un desenfado de sus ojos arremete hacia ella. La hembra sólo lo ve venir con sus patas al viento desflecadas en una sola pieza, la cabeza ondulante y agitada atravesando el patio hacia su vida; la embiste, acosa su cuerpo en un ladrido recurrente, monta su silueta hasta que un corcoveo brioso lo vuelve a echar. Detrás, dos ojitos de cinc intensifican su valor de cachorro hacia la oportunidad de un amor idealizado, asoma su cabeza entre los arbustos reforzando sus patitas diminutas, mira su objetivo, lo mide y de un brinco llega a ella. Nada pasa, la hembra detiene sus ojos en su pequeñez, le juega moviendo su admirable cola y con una lamida lo corre hacia el costado de la escena. Su rival vuelve a insistir, deja de lado a su contrincante echado sobre el barro, poniéndose a la par de su dama en un gemido constante, la sigue, lo embelesa, agita su inmensa boca latiendo entre su lengua, se sofoca, lo alcanza, corretea detrás de su figura mientras ella se regodea con su conquista; vuelve a ladrar en un sonido seco y afilado, la topa, la perra se detiene ante su insistencia para retomar sus bríos, se calla, aguarda el tiempo necesario, no hay prisa, hasta que ella se hace cómplice de su jugada corriendo hacia la cucha. El cachorro no ha dejado de mirarlos sobre el charco con sus orejitas orientadas a la vida, se levanta y va al lado de la hembra que lo alberga dentro de su casa. Mientras, la sombra de “Furia” yace paralela a la espera de una nueva oportunidad para con su enamorada.
Ana Cecilia.
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