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Es casi mediodía y camino por aquellas calles polvorientas de Tailandia, milenarios senderos donde se ha paseado la historia en galas de fantasía.

De pronto, el sonido destemplado de un instrumento de viento capta mi atención, imagino a alguien que practica dicho instrumento, evidentemente una flauta por su timbre sonoro y que ahora irradia sus notas en arítmicas evoluciones. Luego comprendo que es sólo alguien que desea llamar la atención de los presentes con aquella música que más semeja una alarma sonora.

La curiosidad me lleva hacia el origen del sonido, y lo descubro al observar a un hombre que sentado en el suelo, sobre una alfombra, con sus piernas cruzadas, ejecuta el instrumento de caña.
Rodeanle varios curiosos como yo, que se sientan a su alrededor a su misma usanza, formando casi un circulo cuyo centro geométrico parece ser una cesta de ancha cintura desprovista de su tapa.
Cuando el hombre cree tener completo su número de espectadores, cambia totalmente el motivo de su música y comienzan a fluir de su flauta melodías de ritmos sinuosos y envolventes.

Observo de cierta distancia la escena callejera y me sorprende lo melodioso y cadencioso de la emergente música.
El hombre dibuja con movimientos corporales sus propias melodías y se mece en los brazos invisibles de los delicados ritmos sonoros. A los pocos minutos, sus espectadores son seducidos igualmente por el torrente adormecedor de las melodías y comienzan a contraer sus cuerpos como si fuesen invadidos por una magia hipnótica.
Sus ojos tienden a cerrarse mientras ondas sinuosas recorren sus cuerpos que involuntariamente ondulan acorde lo que escuchan sus oídos, igualmente caigo en este hipnotismo y siento un leve sueño que disminuye mi energía de mediodía.

Las cabezas de los espectadores oscilan como si estuvieran apenas sujetas de un delgado puntal y los brazos cruzanse sobre sus pechos sujetando el corazón como si temieran que éste también pudiese dormirse para siempre.
De pronto emerge ella desde la cesta, asoma su cabeza lenta y solemnemente ya despierta de su sueño interrumpido. Es una cobra de regulares dimensiones cuyo cuello presenta el doble arco que le otorga estabilidad a su terrible y mortal imagen. La serpiente dirige inmediatamente su atención al hombre que le excita con su música y con su expresión corporal, le dirige su verde y amenazadora visión mientras con su bífida lengua ausculta la atmósfera.

La música desde este instante tornase más intensa y todos los espectadores parecen despertar del hipnótico sueño que les poseía para admirar a la bella, seductora y mortal serpiente.
Sin embargo, ella manifiesta su disgusto, su pésimo humor y su mortal decisión de atacar al que logre ponerse a su alcance, no en vano sus colmillos portan el líquido del sueño eterno, la pócima de la muerte.

La música y los movimientos del encantador de serpientes llegan a un punto de mucha agitación; por su parte, los espectadores aumentan igualmente los sinuosos movimientos de sus cuerpos para atraer la atención del reptil como si deseasen que la misma muerte les mirase a los ojos.

Entonces en determinado momento, la serpiente gira su cabeza en el radio de los espectadores y ostenta desafiante su poderío y dominio de la situación.
Es realmente la emperatriz adorada por sus súbditos a quienes subyuga por su belleza y por la seducción que los hombres sienten por la muerte. No en vano fue ella quien sedujo a Eva e indujo a probar el fruto prohibido para determinar nuestra débil existencia y también fue la última compañía de Cleopatra, la bella reina de Egipto que tuvo a sus pies al poderoso imperio romano.

Pero el ímpetu renovado de la flauta me extrae de mis reflexiones como sucede con la serpiente que de pronto abandona la visión aparente de sus admiradores para concentrarse en los movimientos ondulantes y excitantes de la flauta y de su ejecutante. Todo se ha tornado más agitado y la serpiente sigue vivamente las ondulaciones del instrumento como si realmente pudiese oír aquella música por momentos, delirantes.

El reptil luce de muy mal humor, casi completamente enfadado y a no ser por la distancia que media entre hombres y la danzarina áspid, ésta atacaría sin piedad al que osara apenas acercarse.
El clímax se desencadena otorgando a la escena emocionantes situaciones de mortal peligro, el encantador de serpientes osa acortar distancia mientras la cobra prepara el ataque, su cabeza oscila sustentada en la sinusoide de su cuello mientras su partida lengua mide las posibilidades de encarnar sus colmillos inyectores de veneno con éxito.
La amplitud de la oscilación de la cabeza de la serpiente aumenta anunciando que su ataque ya está preparado y sólo espera el instante preciso y calculado para finalizar mortalmente la peligrosa sesión,
Cierro mis ojos e instantáneamente puedo ver en mi mente y en mi imaginación, el ataque certero de la enfadada serpiente. Vuelvo a abrirlos, pues al fin en la realidad, dicho ataque aún no se ha realizado.
El encantador avanza aún unos milímetros más hacia la muerte que le mira con diabólicos ojos, el terror se apodera de todos, pero él conoce su oficio y sabe que está en el límite, en el borde de las emociones fuertes que aceleran los corazones de los espectadores.

Entonces retrocede triunfante, sabiendo que ha desafiado a la misma muerte tocando los umbrales de sus oscuros dominios, retrocede haciendo oscilar la flauta y encantando a la serpiente que ha comprendido que el peligro ya ha cesado.
De pronto, todo baja de intensidad, la música, los movimientos sinuosos, la expectación de los hombres allí reunidos y principalmente la amenaza de la serpiente que ahora se siente desconcertada ante la ausencia de lo que antes, la provocaba. Este instante de duda de la cobra es aprovechado por un ayudante que en rápido movimiento, sella la cesta con una tapa de seguridad.

Los espectadores, simples hombres ávidos de fuertes emociones, ríen satisfechos y recompensan con sonoras monedas a tan distinguido y experimentado encantador de serpientes, verdadero artista de la música y osado seductor de la parca.

Contribuí igualmente como correspondía y me alejé del lugar donde había presenciado una de las actividades milenarias de aquellas latitudes, meditando si algún día volvería a ver a un encantador de serpientes y si él siempre conservaría aquella distancia que lo separaba entre la vida y la muerte.

****

Pasó algún tiempo y leyendo las noticias de un periódico, con fecha 16 de octubre se informaba en sus páginas que, en las cercanías de Bangkok (Tailandia) había fallecido el encantador de serpientes del lugar, victima de la mordedura de una cobra enfurecida.
¿Qué pasó?, me pregunté. Tal vez pudo suceder que se calcularon mal aquellos milímetros que a veces separan la vida de la muerte.

Texto agregado el 19-04-2006, y leído por 1542 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
07-09-2006 Oceánica Pilar: habrá algo de las letras que no domines? Yo creo que no. Esta crónica es muy buena, digna de un libro de viajes. Tu estilo es como siempre soberbio, tus imagenes muy buienas. Felicidades. maj
14-05-2006 Me encanta como narras y describes ***** SorGalim
13-05-2006 muy original, y vivido. imágenes nítidas como en una foto. cuando la gente movia sus cabezas hipnotizadas parecian una ola humana ondulante. pude ver las imagenes .***** excelente. Tirano
07-05-2006 el encanto mutuo entre el músico-danzante y una serpiente es un enigma. Difícil arte, sensualidad literaria, inquietante cierre. Estoy seguro que la muerte del encantador no tuvo que ver con su oficio, y con toda certeza, una cobra (en su cesto) extraña el sonido de la flauta. danielnavarro
30-04-2006 Una estupenda forma de narrar. Felicidades. ULEIRU
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