Vértigo que se implanta
en el desorden de los pasos de cualquier redada homicida
Inversión de los cauces secos de una máscara azul
en la que abundan los deseos de las hormigas
que amenazan con desaparecer y recordarnos
lo ridículamente gigantes que nos mostramos
ante Dios para no enloquecer.
Dios, semi - hombre altivo y propenso al festejo acelerado,
que organiza funciones de problemas y errores humanos,
con baile, tabaco y alcohol de por medio;
que ansiamos inconteniblemente
se olvide por fin de nosotros
y de aparecerse a cualquier hora del día con su hedor insoportable a pescado
y sus carcajadas gruesas y tosidas que nos hacen salpicar esa su saliva espesa
que sentimos cuando estamos ebrios o cuando abrimos la puerta de nuestras
casas vacías para acordarnos de lo solos y coléricos que se ponen esos
objetos inútiles al vernos entrar con nuestras caras de palo quemado,
fingiendo una satisfacción imposible y emitiendo suspiros hijos
de un aparente cansancio que, al fin y al cabo, no son otra cosa
que el desahogo burdo, la grabación repetitiva que hace años
no deja de escapar al mundo para hacer que ese tonto de Dios
desaparezca una vez más y se duerma eternamente soñando
con nuestras piruetas bufonescas y riéndose de dormido.
Nosotros también nos dormimos,
y Dios, enojado y resentido por que se enteró de que le dijimos tonto,
madruga y parte dejando el café del desayuno a medio tomar,
todo para hacernos saber de su indignación y lo dolido que se encuentra.
Hasta se pone a llorar y no sabemos cómo hacer para calmarlo.
Se crea una atmósfera de incomodidad y tensión.
Incluso algunos de nosotros no pueden evitar
el reírse, tapándose la boca para no ser descubiertos,
del extraño sonido nasal que hace el tonto de Dios
cada vez que su llanto disminuye en intensidad e intenta seguir con su discurso.
En medio de su sollozo y su moqueadera interminables,
se entera otra vez de que volvimos a decirle tonto,
entonces, ya abatidos por la culpa
y por lo inocente que se ve el t... ¡ah, no!, perdón,
por lo inocente que se ve Dios; nos vemos obligados a pasarle pañuelos
y a decirle: "Tranquilo hermano, te lo decimos de cariño"
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