“Mi hermano me había asegurado que las emociones que sentía por Esmeralda pudieran ser muy bien correspondidas para mi conveniencia, yo le asegure que no podía ser cierto: un cabello como la noche no tenía comparación con mis greñas revolcadas, sus preciosos ojos negros intensos y brillantes no se comparaban con mis comunes ojos cafés oscuros, su silueta femenina perfecta, me producía una sensación mórbida de tocar pero no maltratar y danzar horas y horas bajo la luz, cual par de cisnes compañeros, caso contrario que sentiría ella al posar sus finísimas manos en mi brusco cuerpo, le aseguré además que el hombre que la mereciera ( si es que podía existir) tendría que tener una gracia y una belleza totalmente perfecta, para lograr hacer juego indiscutible con su belleza....., mi hermano logro interrumpirme, cuando seguía halagando aquel ser maravilloso de la naturaleza: podría quedarme horas y horas solo hablando de sus cualidades físicas, y días solo mencionando algunos aspectos de su belleza espiritual, luego me entregó una carta que sacó de su bolsillo, esta carta olía a gloria, así deben oler los ángeles, diferencié el olor, ¡Era el perfume de esmeralda!, me emocioné de tal modo que arrebaté la carta de las manos de mi hermano, el corazón me iba a estallar de solo presenciar este aroma tan intenso, comencé a leer para mí, me parecía imposible!, corrí como alma que lleva el diablo, me detuve frente al espejo y lo supe de una vez por todas: Yo era ese hombre..........”