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Inicio / Cuenteros Locales / pedri33 / Juan y los monstruos

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Cada vez que la mujer fea y gorda de la oficina del lado le sonríe ruborizada, llamándolo sin pronunciar palabra alguna, coqueteándole premeditadamente, invitándolo a lo sucio y perfumado de sus formas movedizas, rellenas, Juan se enerva, se llena de ira y todo su cuerpo no quiere más que romper esa ventana y gritarle enérgicamente a ese monstruo del pantano algo así como: "¡Gorda maloliente y sucia, no te das cuenta de que eres horripilante y de que el sexo contigo debe ser el comienzo de un Apocalipsis temprano o una resaca mal curada!"; pero no puede ejecutar ni esa ni otras formas de deshacerse de ella que ya ha ido planeado, día a día, meses atrás, pues de hacerlo lo despedirían y tendría que devolver esa televisión donde ve sus películas italianas con tanto disfrute. Ayer ya le advirtieron que de no presentar ese informe mañana a primera hora su trabajo sería analizado detenidamente para determinar si se queda o se va. Él prefiere ni siquiera pensar en qué haría si lo despiden, está a punto de terminar el informe del que pende su futuro monetario y su televisor de doce pulgadas, pero la gorda secretaria que es algo así como uno de sus diez jefes ahora ha comenzado ha tratar de poner en escena un acto de disimulada indiferencia silbando una melodía que Juan no soporta, esto a parte de que los separa un ventanal exageradamente limpio el cual del lado de Juan no posee persianas ni cortinas a diferencia del lado de la mujer fea que si las tiene aunque ésta nunca las utilizó ni las piensa utilizar mientras el hombre de estatura mediana y tés morena, lindo, tierno, misterioso y solitario como ninguno, siga allí; tal hecho hace que la agudeza de ese ruidito de insecto no golpee a Juan directamente sino que lo haga a través del choque con el ventanal, lo que causa que el hombre ya a punto de explotar de los nervios, se imagine cómo el aliento tenebroso de la mujer gorda, amarillento, meloso, denso, reseco y pestilente, está tan sólo separado por uno o dos centímetros de vidrio de sus orificios nasales y de su tés morena.
Tuvo ya Juan que soportar una infinidad de torturas similares a ésta, mientras escribe no sabe qué en la pantalla esa, mientras se dedica a la tarea, la única noble y satisfactoria en ese sitio, de mascar sus bolígrafos, deformarlos y sentirse bien o a lo menos alejado del edificio aquel y sus brazos largos y ásperos que cada mañana se estiran exactamente hasta la puerta de su apartamento y lo sacan bruscamente de su sueño, de su cama tan tibia, pero sobre todo lo alejan cada mañana de su imaginación que lo lleva donde mujeres italianas de piernas largas y lisas, de esas que de tan sensibles son capaces, en cualquiera de esas películas que no dejan de absorber las pupilas húmedas de los espectadores menos expresivos, de ponerse a llorar de cualquier cosa, y se ven tan únicas y tan espeluznantemente atractivas haciéndolo. Pero ya, por fin, es hora del almuerzo. Ahora Juan tendrá que idear su escape muy meticulosamente y pendiente ante todo de la gorda del pantano de cemento, pues no habla con ninguno de sus compañeros de sufrimiento, sólo con ella cuando no hay otra salida. Desde que entró a ese trabajo Juan ha procurado no ser conocido por nadie y pasar totalmente desapercibido para pasar el menos tiempo posible allí. Entonces en éste momento se agacha bajo su mesa al observar que un grupo de gente se acerca con intenciones de molestarlo. Si tan sólo le hablan ya están molestándolo. Juan no le da importancia al hecho de que inventen historias sobre su extrema timidez, prefiere que lo odien a mostrarse. Mostrarse sería como salir a la calle totalmente desnudo y con una erección gigante y muy difícil de ocultar, intentando tapar esa su torre insensata sin éxito, pues la erección vence a las dos manos; así se imagina Juan lo que pasaría si se haría conocer con todos esos bufones de papel, intermediarios del aburrimiento ante los que aman de éste mundo aunque sea un par de películas italianas. Entonces Juan obra con cautela pero no le sirve de nada. Cuando los dos "delegados" del grupo de buena voluntad a favor de la timidez y la poca sociabilidad ingresan a su oficina lo primero que le dicen es: "Juan, ¿verdad?. ¿Por qué estas bajo la mesa?". El comienza a sudar y debe responder: "Se me cayo uno de mis bolígrafos". En ese momento quisiera estar flotando en el mar, con la sal de hace días en su boca, con un hambre y una sed tremendas, delirando y a punto de morir. Un hombre alto, de lentes circulares y corbata excesivamente apretada se agacha y con una sonrrisita fingida y soberbia que con los labios secos y fragmentados por líneas blancas va sesgándose desde la oreja derecha hasta la mitad de la boca, le dice: "No quieres ir a compartir un momento con nosotros, te haría muy bien". Qué quiso decir con, "te haría muy bien". Batracios de escuela y universidad; pedazos de basura que no hacen más que lanzarle flechas envenenadas a uno cuando uno no quiere más que sentarse en el banco de algún parque sombrío a imaginarse otros mundos, lejanos de éste y de todos sus trajes de gala y oficina: "Bueno, vamos".
Juan no tuvo otra salida. Nunca supo reñir ni negarse y ahora está allí, bajo la lluvia y el granizo, retrocediendo y avanzando mientras camina para no estar muy cerca de alguno de esos viles ratones amaestrados para quitar la tranquilidad y el sueño. El camino hasta la cafetería es más que catorce estaciones con la cruz en la espalda: Gotas de sudor mezclándose con las de la lluvia sucia; susurros; "¡Juan, Juan!, no te adelantes tanto, ¿estas apurado o qué?"; ven y acércate a estos pantanos, huele nuestros cuerpos humeantes de vapor de hedores revueltos. Pero Juan no puede lidiar con eso y en un susurro de coraje, entre un griterío de fantasmas de diferentes rostros; el de Juan absolutamente seco y descansado o el alguna actriz enamorada, escucha muy claramente: "¡escápate de ellos, hay tiempo y tú sabes que puedes hacerlo. Vamos Juancito, vamos¡", Juan comienza a correr como pocas veces en su escuálida y anti-deportística vida. Qué importan la lluvia y los gritos otros de los otros gritones. Qué importan las obligadas explicaciones de mañana del porqué de la fuga. ¿Porqué tiene que haber un mañana junto a todos éstos guardias decrépitos de la hipocresía y el sueño sin sueños y su manada de fingidores desganados?. ¿Por qué tienen que colarse a éste grupo las palabras "obligadas", "explicaciones" y otras que ensucian ésta historia de Juan?. Mientras corría, se le vinieron a la mente varios recuerdos de su niñez que según Juan no termina y nunca terminará: su madre empujándolo, cada vez con más fuerza y empeño en el columpio; las veces que no se acordó en su cama de la noche anterior entre alcohol y baile junto a sus únicos amigos, ¿dónde estarán?, de seguro algunos son músicos, otros pintores y algunos no son nada, vagabundos del deseo quizás o ni siquiera eso; cuando no durmió, cuando deseo tanto algo que se sintió abatido por las paredes de su cuarto y las paredes de todo el mundo, pero esas paredes aún tenían aaquel objeto encerrado, enclaustrado sin posibilidad de salida, ahora esas paredes de bueno tienen nada más que el sonido que se les adhiere del italiano tan melódico en la televisión o la música de Bach. Corrió tanto sin pensarlo que llegó a otro barrio, casi a dos barrios del centro y de la empresa, se sentó en el pasto resbaladizo del borde de una calle y encendió un cigarrillo.

Texto agregado el 11-12-2003, y leído por 385 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-12-2003 y el amor de pareja entre los homosexuales rata
12-12-2003 me gusta el surrealismo y el simbolismo en este cuento, tu cuento simboliza de una manera increible cómo la globalización afecta las relaciones entre naciones. rata
11-12-2003 NO se , me parecieron demaciadas palabras, me costo terminarlo, yo seguiria el consejo de polonio. pero es solo tuyo...saludos vato
 
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