Te miro;
vislumbro en tus ojos el verde reflejo de lo que enmudece mi alma.
Me alejo;
logro ir tan lejos en tiempo y lugar según lo permite el ardid sagaz de tus señales.
Regreso;
mas no me permites llegar a tu lado percibiendo al menos un hálito austero de tus sueños.
Olvido;
y ahí estás de nuevo, reapareces imperioso furtivo en la barda que reviste tu verdad.
Te vas;
me dejas sin más, ávida de réplicas y absorta en la certeza que en momentos que ignoro retornarás...
Sabes, quizás no siga siendo tan vigoroso el ímpetu de aquel imán...
sólo creado por tus palabras; ligero cómo el aire, deleznable; inconsistente y diáfano cómo el cristal y la vez ineludible, elocuente y temible… En efecto, el hierro puede ser concientemente abatido, no reniegues luego si desmesurada y vehementemente has llegado a vulnerar su debilidad…