Ocurrió la semana pasada, no recuerdo ya exactamente qué día, creo que el martes o el miércoles... No, fue el miércoles, porque recuerdo que luego del colegio ibamos a ir la yaya y yo a comprar caramelos de violeta y al parque. Digo íbamos porque mamá me castigó. Imaginense, ¡todo por entretenerme en el recreo y jugar con piedrecitas del suelo del patio de la escuela!
Pero lo contaré desde el principio, verán. A las 11 de la mañana solemos hacer un descanso en el cole y salimos a jugar al patio. No había venido mi amigo Mengualito, así que como no me llevo muy bien con el resto de chicos y chicas (ya les contaré otro día el extraño episodio de la pilla-empujada) pues me senté en un rinconcito y me puse a jugar con las piedras. Hice montoncitos, luego montañitas luego cordilleras... pero ya empezaba a aburrirme de tantos accidentes geográficos. Cogí el extremo de mi babi y comencé a retorcerlo, es algo que hago muy amenudo cuando necesito pensar, y ¡eureka!, encontré un agujerito en el dobladillo del babi. Entonces decidí que sería divertido descubrir el numero de piedrecitas que cabrían en él, y empecé a meter la piedritas mientras contaba en voz alta para no equivocarme ni perder la cuenta: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, ... Pero llegó la maestra y nos mandó a clase. ¡Maldita sea! ¡No había conseguido llenar ni siquiera la mitad! Pero bueno, me dirigí a clase.
Nos tocaba hacer dibujo así que pinté lo que más me gusta: El campo. Con un gran sol amarillo sonriente y montones de flores de colores y hierba verde, pajaritos y algunos árboles también. Había cogido muchas ceras de colores para el dibujo y no me apetecía ir hasta la caja a devolverlas, se acababa la clase y no había terminado el dibujo y pensaba llevarmelo a casa para acabarlo. Pero la caja de pinturas que me regaló la yaya está confiscada desde el incidente de las paredes. Entoces recordé el dobladillo. Quizá podía meter unas cuantas ceras allí y así terminar el dibujo y al día siguiente devolverlas. Las fui metiendo poco a poco. ¡Perfecto! Nadie se daría cuenta, pero.. ví encima de la mesa un rotu de color lila brillante ¡era ideal para pintar unas violetas de mi dibujo! Lo agarré silenciosamente y lo metí también en el dobladillo del baby.
Ahora el dobladillo tintineaba un poco al andar, pero con el bullicio y jaleo que armábamos al salir de clase nadie se percataría.Sonó la campana. Fui corriendo a la percha, cogí la chaqueta y la cartera y salí en estampida por la puerta buscando a mamá. Mamá me dió un beso y cuando iba a abrocharme la chaqueta... Me miró con ojos enfadados y me dijo: "¿Qué diablos has hecho para mancharte el babi de lila?"
El asqueroso rotu se debía de haber roto y una gran mancha lila se extendía por el babi. No sabía donde meterme. Mamá me quitó el babi y me puso la chaqueta y susurró que mejor lo miraba ya en casa. Respiré pensando que al menos me había salvado de la vergüenza en clase. Más tarde en casa mamá descubrió mi estrategia del dobladillo y me castigó sin caramelos y sin parque. "Tienes que aprender que las cosas valen dinero, así que de tus ahorros pagarás un babi nuevo. Y a ése no se te ocurra meterle nada en el dobladillo, ¿de acuerdo?". Asentí compungida por respuesta. ¡Maldita la hora en la que descubrí el agujero del dobladillo! |