Capitulo 7
Elegido
Habían pasado tres meses desde que Lacos abandonó Oasis para dirigirse al río del sur. Desgraciadamente, después de todo ese tiempo el muchacho no había regresado. Para el Sumo Sacerdote, no cabía la menor duda de que Lacos estaba muerto, después de todo, la muerte es el único destino para aquellos que desobedecen la voluntad de los Señores. Pero Maya, la madre de Lacos, no se resignaba a tan terrible pérdida, y en el fondo de su corazón ella mantenía la esperanza de que su hijo algún día regresaría.
Un día mientras Maya recorría el horizonte con su mirada, vio algo que le pareció ser la silueta de un hombre. La mujer no pudo ocultar su felicidad al reconocer a su hijo y corrió hacía el, pero un fuerte viento sopló, obligándola a cerrar lo ojos, al abrirlos el muchacho había desaparecido. La desesperación y la tristeza se apoderaron de la inconsolable mujer; sintió que las fuerzas abandonaban sus piernas y se desplomó sobre sus rodillas, las lagrimas fluyeron incontenibles humedeciendo la arena. Después de unos instantes Maya se tranquilizó y su corazón recuperó sus fuerzas, su hijo estaba vivo, de eso estaba segura y ella lo esperaría. La mujer se puso de pie, pero mientras lo hacía observó algo en la arena, Maya se agacho y recogió un objeto, era una piedra verde, una esmeralda.
El culto de la tarde terminaba, todo el pueblo reunido en oración solemne imploraban la ayuda de bacuídahrlan. Le pedían al Señor de la tierra el milagro que salvaría de la muerte a todos los espíritus de la tribu. En ese momento llegó Maya, gritando de emoción.
-Un milagro... Una señal... Mi hijo Lacos esta vivo, y pronto regresará.
La mujer llevaba la hermosa piedra verde en su mano y la mostró a todas las personas ahí reunidas. El asombro y los murmullos se extendieron causando la ira del Sumo Sacerdote, quien clavó su terrible mirada en la madre de Lacos.
-Tu hijo esta muerto, y tú has enloquecido. Será mejor que te marches de este pueblo antes de que la maldición de los Señores caiga sobre todos nosotros por tu culpa.
Todos los presentes escucharon con respetuoso silencio las furiosas palabras del Sumo Sacerdote. Había gran confusión en los hombres y mujeres de Oasis, pues todos sabían de la profecía que indicaba que la aparición de la piedra verde anunciaría la llegada del elegido. Pero el Sumo Sacerdote parecía estar muy enojado, como si la aparición de esa piedra fuese una señal maligna.
En medio de la confusión, se escuchó una voz que llamó la atención de todos.
-¿Por qué temes a la piedra? ¿Por qué temes a la señal del elegido?
Un asombro general dominó los rostros de los espectadores, nadie podía creer lo que veían y escuchaban; Lacos había vuelto y retaba la autoridad del Sumo Sacerdote.
-Ha llegado el momento de poner fin a tus malignas intenciones, el pueblo de Oasis casi es conducido a la destrucción pero los Señores se han apiadado de nosotros.
Las palabras de Lacos acusaban directamente al Sumo Sacerdote, pero este hombre parecía no inmutarse, de hecho, para aumentar la sorpresa de las personas reunidas, el que hasta entonces todos consideraban un guía comenzó a reír. Primero discretamente pero después a carcajadas.
-¡Así que has regresado! Pues entonces te mostrare un terror tan grande que desearas haber muerto en el desierto.
Tras decir estas palabras, el Sumo Sacerdote sufrió una transformación, su rostro y su cuerpo ya no parecían de humano. Su apariencia era lúgubre, el largo cabello negro desapareció dejando una cabeza calva y una espantosa cara de calavera reemplazó la firme y sabia fisonomía que todos conocían. Ante tal horror la mayoría de las personas huyó, permaneciendo en su sitio solo el espectro que alguna vez fue el Sumo Sacerdote, Lacos y Maya.
-El miedo debe estar destro...
-¡Calla! -Interrumpió Lacos con tanta fuerza que el espectro enmudeció.
-Madre, por favor vete, no quiero que veas un espectáculo tan desagradable.
-Esta bien hijo, pero te esperare en casa. Hay tanto que decir. Maya deposito la esmeralda en la manos de Lacos y se fue del lugar.
-Así que no quieres que tu madre te vea morir –dijo el espectro con una mueca que simulaba un sonrisa.
Sin decir una sola palabra, el muchacho comenzó a caminar, avanzando tranquilamente con dirección al espectro. En sus ojos había seguridad y esperanza. Por el contrario, la sombría criatura permanecía inmóvil con ojos llenos de maldad y dudas. Lacos se detuvo frente al espectro.
-¿Por que no te mueves? –preguntó Lacos.
El espectro seguía inmóvil, no podía hacer nada. La sola presencia del elegido lo aterraba.
-Hay algo muy importante que debo hacer –dijo lacos. Levantó su mano e incrustó la piedra verde en la frente del espectro. Instantes después una flama brotó de la esmeralda.
-El ánima del Sumo Sacerdote que mantuviste prisionera durante tanto tiempo, ahora es libre. –exclamó el elegido mientras veía desaparecer la pequeña flama.
Concluido el trabajo, la esmeralda desapareció de la frente del espectro y regresó a la mano izquierda de Lacos. El muchacho guardo la piedra y de entre sus ropas sacó su daga de piedra.
-Tal vez liberaste a tu amigo pero eso no significa nada, tu piedra no tiene el poder para destruirme y tampoco puedo morir por el ataque de un objeto tan simple como una daga.
La indiferencia de Lacos enfureció al espectro que decidido a matar al muchacho se abalanzó sobre el, pero el elegido lo esperó sin perder su serenidad y en el momento justo clavo su daga en el pecho de la terrible criatura. La incredulidad del espectro era infinita, un humano lo había vencido con facilidad.
-No sé... como lo has... logrado. –tartamudeó el espectro y mientras se desvanecía grito:
-¡kourtahrlan!
-Un enviado del Señor de la Muerte. La Diosa Madre y el Señor de la Tierra tenían razón.
Lacos levantó su daga y la guardó. Su primer batalla había terminado pero la guerra solo empezaba.
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