Mi madre me contaba de pequeño cuentos. Diría que a todos su madre siempre les explicó algún cuento.
Muchas de aquellas oscuras noches por falta de luz cuando una tormenta se la había llevado durante largas horas, mi madre nos reunía a todos, a mis hermanos y a mí, al calor de una olorosa estufa de petróleo en la gran cocina de nuestra vieja casa. Los ojos de mis hermanos estaban impacientes por escuchar lo que mi madre tenía preparado para esa noche. Una simple vela en el centro de la mesa derramando cera, que corría hacia el lugar mas bajo para depositarse en el gastado y limpio suelo, donde todos nosotros intentábamos recogerla sin que alguna vez nos quemara el fuego que llevaba en sus entrañas, nos daba una tenue luz miedosa y llena de sombras por todas las paredes y esquinas de aquel lugar. El movimiento de la llama, por el brevísimo aliento que desprendíamos, hacía más terrorífica la noche.
Eran cuentos que mi madre se inventaba cada noche. Amante de la lectura de terror y amante de los misterios que escribía en sus novelas Agatha Christie,luego ella reinventaba para nosotros otras escenas y otros lugares llenos, en muchas ocasiones, de gigantes y monstruos, de ratitas y niños perdidos, de lobos y niñas, de abuelitas y gatos con botas. Transformaba los cuentos tradicionales que todos sabíamos ya y los mezclaba con esas novelas que a ella le fascinaban; claro que a nosotros nos fascinaban más. No queríamos escuchar siempre lo mismo, deseábamos algo nuevo y es ahí donde mi madre rebuscaba en el interior de su cabeza y de su alma para contentarnos una noche más.
Ahora a nuestros hijos les seguimos contando los mismos cuentos, los auténticos, pero se cansan también y nos piden que les contemos historias como aquellas que ellos ven en la televisión. Se ha perdido la auténtica vida de los cuentos. El progreso ha hecho que nosotros sigamos aquí, en esta página por ejemplo, y sin desmitificar ningún cuento, reinventemos, como hacía mi madre muchos años atrás.
®Manuel Muñoz García-2003
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