|                           
 
 En la memoria vive, cual dulce condena,
 la tarde que robé un beso, mi alma serena.
 Un hurto tierno y grato, sin pedir permiso,
 de labios que ofrecían néctar, un hechizo.
 No soy ladrona, mas por ti lo sería,
 aquel instante eterno, mi dulce osadía.
 
 Mas la tarde insiste, en su claro recuerdo,
 cuando el deseo nuestro clamó un acuerdo.
 Quizás fue un desliz, o un acto callado,
 un sentir prohibido, un anhelo privado.
 Puedo ser pecado, mi culpa no niego,
 pero por tu dulzura, no hay arrepentimiento.
 
 Verte robado aquel beso, tan tibio, tan puro,
 fuente de dicha inmensa, mi bálsamo seguro.
 El néctar de tus labios, que mi ser embriaga,
 es mi mayor tesoro, la eterna fragancia.
 
 Y aun la tarde late, con su eco profundo,
 la tarde en que robé un beso, mi amor fecundo.
 Un instante efímero, mas que en mí ha quedado,
 el robo más hermoso, jamás imaginado.
 
 NTG.
 
 |