Capítulo III
El suboficial Román y su familia se despidieron del capitán y oficiales del Chiloé y ese mismo día abandonaron la nave, alojándose en un pequeño pero confortable hotel ubicado muy cerca del puerto. Pedro se presentó en la base aérea y allí conoció a los tres hombres que lo acompañarían en Puerto Edén, los cabos Llano, Pinto y Tapia; el primero metereólogo y los otros dos mecánicos. El comandante de la base le informó que las instalaciones en Puerto Edén estaban terminadas y esperando su llegada; los hidroaviones comenzarían a volar en cuanto él informara que estaba listo para recibirlos. El personal de la partida de construcción debería regresar en ellos a Puerto Montt. El transporte Micalvi de la armada los trasladaría a Puerto Edén, su zarpe estaba programado para las próximas cuarenta y ocho horas.
— Suboficial Román, me imagino que usted está consciente de la importancia de
la misión que tiene a su cargo, primero que todo, el apoyo a los hidroaviones que volarán y amarizarán en Puerto Edén pero tan importante como esta tarea será censar y civilizar a los indígenas de la zona, llamados alacalufes por los exploradores europeos que navegaron hace siglos por estos mares, pero ellos se reconocen a si mismo como kaweskar, que significa “ser humano o gente que lleva una piel” —dijo el comandante.
—Sí mi coronel, ayer tomé contacto con el Registro Civil y me dieron las instrucciones de cómo inscribir a los indígenas, les pondré un nombre y uno o dos apellidos, todos relacionados con nuestra historia y la geografía de la zona —respondió Román.
—El personal que actualmente está en Puerto Edén me ha informado que algunas embarcaciones con alacalufes se han acercado a la estación pero que aún no han tomado contacto con ellos. Hay que dejarlos que lleguen solos, sin presionarlos —dijo el comandante y luego de una pausa continuó—. Su misión es tan importante porque de usted dependerá lo que la posteridad diga de nuestra labor en favor de estos indígenas. Si las cosas salen bien será un logro más de los señores políticos pero si fracasamos, nos echarán la culpa a nosotros, los militares, olvidándose que sólo cumplimos lo que nos ordenan hacer de acuerdo a la Ley de Protección Indígena recientemente aprobada.
El suboficial Román y su familia se embarcaron en el transporte Micalvi el mismo día en que estaba programado su zarpe pero este sufrió un atraso imprevisto debido a un violento viento que empezó a soplar en la mañana de la fecha señalada y que le impidió zarpar.
Raquel escribió en su Diario de Viaje: “Punta Arenas, Martes, 14 de Enero de 1936. Hoy día deberíamos haber zarpado a Puerto Edén pero aproximadamente al mediodía comenzó a soplar un fuerte viento, viento que fue aumentando de intensidad con las horas, venía desde el Estrecho y su fuerza era tal que la gente no podía caminar por el muelle. El buque postergó el zarpe hasta mañana. Después supe que a este viento lo llaman “Panteonero” y es famoso en la ciudad por su violencia, sobre los ciento veinte kilómetros por hora, el nombre de “Panteonero” proviene del hecho que antiguamente había un cementerio en la parte sur de la ciudad que es precisamente desde donde sopla este viento.”
El Micalvi era un transporte de cincuenta y seis metros de eslora, que había sido adquirido por el gobierno chileno en 1928 para trasladar desde Inglaterra a Chile munición del acorazado Almirante Latorre. En Chile fue refaccionado y recientemente había sido destinado a la zona de Punta Arenas, su misión era aprovisionar los faros y atender a los pobladores de las regiones de Navarino y de Caleta Tortel, en esta oportunidad la comisión era hacia Caleta Tortel ubicada en la región del Baker.
La labor de mantener encendidos los faros automáticos de la ruta de navegación era primordial para la seguridad de las embarcaciones que navegan por estos canales, tanto las nacionales de cabotaje como las que hacían el tránsito entre Europa y la costa occidental de América. Desde que se abrió el Canal de Panamá, en Agosto de 1914, el tráfico había disminuido considerablemente pero no por ello la ruta del Estrecho de Magallanes y de los canales patagónicos había dejado de ser importante para la navegación mundial. Para la navegación nocturna o con mala visibilidad los faros, boyas y balizas eran de gran ayuda.
La primera tarea que tuvo el Micalvi en esta comisión fue aprovisionar el faro Cabo Froward ubicado en la base de una gigantesca roca, faro que tiene la particularidad de estar construido donde termina el continente americano, 53º.9 de latitud Sur, separado de la Tierra del Fuego por el Estrecho de Magallanes. La tarde de ese día la mar estaba tranquila y el viento del noroeste era muy suave. Se arrió una de las chalupas balleneras, se embarcaron dos acumuladores con gas acetileno y la embarcación al mando de uno de los oficiales, el piloto, partió hacia el faro. La nave se mantuvo sobre las máquinas, sin fondear. Al cabo de dos horas, la chalupa regresó siendo izada prontamente. Por la época del año, en estas latitudes la luz solar dura hasta altas horas de la noche, por lo que el navío podía aprovechar al máximo esta condición para sus tareas.
—Creo que esta nave me gusta más que el Chiloé se nota más animación y hay más gente con quien conversar —dijo la señora Domitila, que estaba sentada en uno de los sillones de la cámara de suboficiales y sargentos del buque.
—A mi también, acá todos hablamos con todos. En el Chiloé estábamos separados por clases de acuerdo al tipo de pasaje pagado —contestó Raquel.
—Ya lo averigüé, el buque esta tripulado por tres oficiales y cuarenta y dos hombres de mar y un perro, Pinocho, este último muy importante dentro del conjunto —dijo Pedro Romero riendo.
—Les cuento, en Punta Arenas fui a una librería que tenía todo tipo de libros, revistas y panfletos y encontré uno que narra el descubrimiento del Estrecho que ahora estamos navegando y que precisamente lo tengo aquí —dijo la señora Domitila y sacando un panfleto comenzó a leer—: “Magallanes entró al estrecho el 1º de de noviembre de 1520, por lo que lo denominó de “Todos los Santos”, en honor a la festividad que celebraba ese día la iglesia católica. Este nombre fue después cambiado por “Estrecho de Magallanes”. La región sur del estrecho la bautizó como “Tierra de los fuegos” por el gran número de fogatas que avistaron al interior de los bosques que cubrían la costa. También este nombre fue cambiado posteriormente al de “Tierra del Fuego”. El Estrecho de Magallanes reviste importancia permanente para la navegación interoceánica y para las comunicaciones marítimas interiores. Separa el continente americano de la Tierra del Fuego, su longitud es de quinientos sesenta kilómetros, desde el Faro Dungeness en su entrada oriental hasta su boca occidental, donde se une al Océano Pacífico.”
—Muy interesante, querida suegra pero me van a perdonar, yo me voy a dormir para levantarme muy temprano escuché que mañana habrá bastante actividad —dijo Román levantándose del sillón.
—Espere, espere yerno, también compré un libro de Thomas Bridges que se titula “La Tierra del Fuego y sus habitantes”, el autor fue un pastor evangélico anglicano que se estableció en la rivera norte del Canal Beagle en 1871, en la localidad de Ushuaia. Debe ser interesante leerlo; no sé por que Raquel no lo encontró en la biblioteca, parece que no buscó muy bien —concluyó la señora Domitila riéndose.
La nave continuó navegando con muy buen tiempo el Estrecho de Magallanes que en su recorrido desde Punta Arenas va tomando distintos nombres: Paso Inglés, Paso Tortuoso, Paso Largo, Paso del Mar y finalmente su salida al Océano Pacifico. Cuando hay temporal en el Pacífico el oleaje se comienza a sentir en cuanto se entra al Paso del Mar pero en esta oportunidad la navegación era excelente debido al buen tiempo reinante en el área.
El suboficial Román se encontraba en el puente de mando desde las primeras horas de esa mañana, quería observar cómo era llevada la navegación de un buque, cosa que no se le había ocurrido hacer en el Chiloé. En el puente de mando se encontraban de guardia el oficial piloto, un cabo timonel y un marinero al que denominaban “mensajero”. El oficial, cada quince minutos subía el púlpito donde estaba el compás magnético magistral, tomaba tres o más demarcaciones a puntos notables de la costa las que iba dictando en voz alta al “mensajero” que las anotaba en un cuaderno junto con la hora; luego el oficial iba a la carta de navegación y trazaba en ella, con una regla especial que llamaban “paralelas” las demarciones que le leía el marinero obteniendo de esta manera la situación de la nave la que quedaba registrada en la carta junto con la hora; cada vez que el buque cambiaba de rumbo, el procedimiento de situarse se repetía. Terminada la navegación del Paso del Mar, el Micalvi cayó en dirección general norte para tomar el Canal Smyth; por la banda de estribor comenzaron a aparecer los restos de varias naves pertenecientes a las muchas que habían naufragado en esa costa, por eso el lugar era denominado “cementerio de buques”. En la época de los veleros, estos encontraban malos tiempos con vientos y mar de tal fuerza que muchos no pudieron con ellos y fueron arrastrados hacia los bajos de ese lugar perdiéndose irremediablemente.
La próxima tarea del Micalvi fue el aprovisionamiento y el relevo del jefe del faro habitado ubicado en el islote Fairway a la entrada del canal Smyth. El buque fondeó frente al faro y luego se arriaron y cargaron las dos embarcaciones balleneras con que cuenta el buque. En la primera desembarcó el sargento, futuro jefe del faro y su familia compuesta por su esposa y dos hijos de unos cinco años cada uno, en esta también se embarcaron maletas y cajones con víveres, en la otra se cargaron, cinco corderos en pie, un chancho y varias otras aves, además de acumuladores y sacos con carbón. Román y su familia observaban con marcado interés esta faena ya que ellos tendrían que pasar pronto por la misma experiencia. Observaron la preocupación de los tripulantes del buque en ayudar a la familia del farero, tanto en el alistamiento como en el embarque. El traslado de la familia a la embarcación se efectuó empleando una escala llamada “de gato” que colocaron al costado, además de unos troncos largos llamados deslizadores que impedían que la embarcación golpeara contra el casco del buque, en fin, quedaron tranquilos pues pudieron constatar que el factor seguridad era lo que primaba en estas faenas.
El relevo y aprovisionamiento del faro estuvieron concluidos sin novedad poco después del mediodía de esta segunda jornada de navegación. El buen tiempo los seguía acompañando y en unas cinco horas más arribarían al Pontón Muñoz Gamero fondeado en el puerto del mismo nombre lugar donde pensaban permanecer cuarenta y ocho horas pues le entregarían víveres y carbón.
Al zarpar de Fairway, Raquel se fue a su camarote y escribió en su Diario de Viaje: “Hemos terminado el relevo del sargento jefe del faro Fairway, el matrimonio tiene dos niños, uno de cinco y el otro de cuatro años y permanecerán en este lugar por un año. Me gustó ver el cuidado y preocupación con que los marinos del Micalvi trataron a los niños y a la esposa del sargento durante el embarque en la chalupa que los llevó a tierra. Anoche, antes de acostarme estuve en cubierta y pude apreciar la soledad absoluta que se siente en estos parajes, me puse a pensar en que fuera de las personas que íbamos en la nave, no había nadie en miles de kilómetros a la redonda podía divisar nítidamente las altas costas que nos flanqueaba por ambos lados, cubiertas de espesa vegetación hasta prácticamente tocar el mar. El cielo estaba despejado y aún quedaba una leve claridad; el sol se puso bastante tarde y así continuará haciéndolo por los próximos meses. Tengo una sensación de tranquilidad y confianza en que este traslado será beneficioso para Pedro, mamá y para mí; ruego a Dios que me dé hijos pero si no se puede hágase lo que Él disponga. ¿Cuándo veremos a los famosos alacalufes?, perdón kawaskar, tengo que acostumbrarme a referirme a ellos correctamente trataré de ser respetuosa de sus tradiciones y formas de vida, también le pido a Dios que nos dé sabiduría para saber tratarlos. Mañana en la tarde dicen que llegaremos a un pontón.”
Esa tarde, alrededor de las siete, el Micalvi atracó a un inmenso y destartalado velero que estaba fondeado en medio de una pequeña bahía era el Pontón Muñoz Gamero, que la armada mantenía en ese lugar para que sus buques se reabastecieran de carbón. En esta ocasión el Micalvi le entregaría carbón para mantener el stock. Este pontón era una fragata de cuatro palos con casco de fierro y dos cubiertas, había sido comprada por la armada a particulares ingleses en 1898 para servir de pontón carbonero. Desde Inglaterra navegó por sus propios medios y con sus bodegas llenas de carbón hasta Punta Arenas donde quedó como pontón y luego fue trasladado hasta su actual posición.
Pedro y Raquel habían presenciando la maniobra de atraque desde la cubierta principal, maniobra que se había efectuado sin contratiempos e iban a regresar a su camarote, cuando ambos quedaron paralogizados al ver que relativamente cerca venía aproximándose una pequeña embarcación a remos, la luz aún era suficiente para distinguir perfectamente a sus tripulantes eran dos indígenas adultos, varios niños y perros. Los dos adultos llevaban una especie de capa sobre sus hombros, los niños iban desnudos. Raquel luego de un primer momento de observación partió rápidamente al camarote de su madre a buscarla.
—Estos deben ser alacalufes —dijo Pedro en voz baja y continuó— los niños parece que son tres.
—Estos son los kawaskar —puntualizó Raquel y prosiguió—; nuestro primer contacto con ellos. Parece que no desean acercarse más al buque.
—No podría decir a esta distancia si son hombre y mujer o que. El pelo se les ve igual a ambos, pero esas pobres criaturas desnudas ¿cómo no van a tener frío? —dijo la señora Domitila.
Los tres continuaron observando a los indígenas que no hicieron nada por acercarse más al buque, pronto no pudieron distinguirlos pues cayó sobre el puerto la oscuridad de la noche y el suboficial Román y sus familiares se retiraron de cubierta emocionados por este primer y fugaz encuentro con los miembros de la etnia kawaskar.
Al día siguiente el comandante del Micalvi invitó al suboficial Román, Raquel y a la señora Domitila a almorzar. El comandante era un capitán de corbeta de treinta y ocho años, casado y esta era su última comisión al mando del Micalvi, los dos oficiales, eran tenientes sin ninguna experiencia en navegación costera pero habían llegado, sin lugar a dudas, a la mejor escuela para aprender a navegar y dirigir hombres. Durante el almuerzo el tema estuvo centrado en los alacalufes y en la ubicación geográfica de Puerto Edén.
—Durante mi año abordo he visto en contadas ocasiones a estos alacalufes y sinceramente trato de evitarlos porque aún siguen con su sistema ancestral de untarse el cuerpo con grasa de foca y andar prácticamente desnudos, sólo con esa especie de capa. La famosa grasa los aísla del agua, pero el olor que despiden es demasiado fuerte —dijo el comandante.
—Anoche divisamos un bote con una familia abordo pero no se acercaron mucho al buque, los niños iban desnuditos —comentó la señora Domitila.
—Yo no los vi, pero el segundo me informó que en la noche subieron a bordo en búsqueda de víveres y ropa. Poco a poco están cambiando su manera vivir sólo Dios sabe si será para mejor o peor —dijo el comandante y continuó—, ustedes saben que ellos se mueven entre el Golfo de Penas y el Estrecho pero antes también entraban al Seno de Ultima Esperanza, donde ahora está Puerto Natales y allí tomaban contacto con los tehuelches, ahora ya casi nunca se ven alacalufes por esos lugares.
El suboficial le explicó al comandante cual era la misión que él traía y las expectativas personales que tenían en esta destinación que esperaban duraría, a lo menos, los próximos tres años.
—A propósito ubicación en el espacio les voy a dar un dato que a mi me sirven para ubicarme en estas soledades —dijo el comandante y prosiguió—. La distancia navegando entre Punta Arenas y Puerto Edén es de aproximadamente 700 kilómetros sensiblemente iguales a la distancia que hay entre Santiago y Temuco.
El mundo indígena
Yuras, Kostora, Meseyen y los cuatro niños permanecieron juntos mirando como la nave desaparecía en su navegación hacia el sur; con su excelente vista hasta pudieron distinguir a las personas que había en la cubierta del barco. Una vez que se hubo desvanecido en el horizonte del canal, continuaron trabajando en el alistamiento de la nueva cabaña. Con cortezas de árboles cerraron por el exterior todo el rededor a ras del suelo y cubrieron parcialmente, con un paquete de hierbas, el hoyo de salida del humo para evitar la entrada de la lluvia hacia el interior de la choza la que podría apagar el fuego; luego cubrieron el piso interior con las ramas frondosas de roble que habían recogido los niños, dejando despejado un pasillo central que unía las dos aberturas de acceso a la choza y el espacio para el fogón. Colocaron la leña para encender el fuego en el centro y junto a este colocaron sus pertenencias: pieles de ciervo que les servían de frazadas, los instrumentos de caza, los canastos con instrumentos de pesca y los utensilios domésticos para conservar la grasa de foca, baldes para el agua, carne de foca que ya tenía varios días y comenzaba a descomponerse, etc.
Yuras había elegido esta ubicación por la cercanía y curiosidad que le producía la construcción del puesto en Puerto Edén, pero también por la cercanía al Faro San Pedro, ubicado al sur del Golfo de Penas, área muy concurrida por los loberos chilotes para cazar lobos. Además en el área habían grandes depósitos de cuarzo y estaba cerca del islote Solitario, islote en el que desde tiempos inmemoriales, los kawaskar se habían provisto de las piedras de fuego, pirita de hierro, la que al ser golpeada despedía chispas suficientes para encender fuego. Desde que los kawaskar tomaron contacto más frecuente con los hombres blancos de las naves y loberos, se habían aprovisionado de fósforos, los que guardaban cuidadosamente para evitar el difícil y cansador trabajo de encender el fuego con las piedras, pero estas seguían siendo un elemento indispensable para la vida de los indígenas. Finalmente, el último y quizás principal motivo de la elección era que habían observado que la mayoría de las naves, se detenían en ese sector, porque hacían hora para cruzar la Angostura Inglesa, horas que ellos aprovechaban para cambiar mariscos y pieles de foca y nutria por fósforos, artículos de metal, ropas y para recibir cualquier bagatela que les ofrecieran desde a bordo.
Kostora se preocupó de ir a recorrer las costa en búsqueda de moluscos para lo cual se introducía en el canal hasta mas arriba de la cintura sin demostrar si sentía frío; en esta oportunidad iba completamente desnuda y con su cuerpo cubierto con la grasa de foca, afortunadamente aún tenía guardada bastante carne de foca, carne que emitía un fuerte olor a descomposición pero que igual serviría para el consumo de la familia.
—Tráeme la pirita y el cuarzo para encender el fuego —dijo Yuras a su hijo Terwa Koyo arrodillándose al lado de la leña que formaba un cono al centro de la choza.
Terwa Koyo sacó de uno de los cestos un puñado de estopa de ciprés y dos piedras y alargándoselas a su padre dijo —aquí tienes padre, están secas y quedan sólo dos piedras más en el canasto.
—Mañana iremos al Faro San Pedro a buscar más, no podemos quedarnos sin ellas —terminó de decir Yuras y comenzó a encender el fuego golpeando ambas piedras entre si y dirigiendo las chispas que saltaban hacia la estopa que mantenía entre sus piernas.
Los kawaskar desde tiempos remotos sólo sabían encender fuego por el método de percusión. El fuego era un elemento indispensable para la vida de este pueblo; el frío y las inclemencias del tiempo hacían indispensable contar con éste para secarse y calentarse. Para producir chispas sabían que tenían que entrechocar una piedra dura como el cuarzo, que se encontraba en las múltiples rocas graníticas que conforman el relieve patagónico con otra piedra mas blanda y de un aspecto dorado, pirita de hierro, muchísimo más escasa. Había de esta piedra sólo en el islote Solitario ubicado al oeste del Faro San Pedro y en la isla Clarence al sur del Estrecho de Magallanes, casi en el mismo meridiano del cabo Froward. Por esta razón, el área de nomadismo de los kawaskar abarcaba esta extensa área, la búsqueda de la pirita de hierro. Su nombre deriva de la palabra griega “fuego” y alude a la capacidad de desprender chispas cuando se golpea con fuerza con otra piedra dura. Su color dorado hizo que gente inexperta la confundiera con oro y es por eso que en algunos lugares se le conocía como Oro de Gato o el Oro de los Locos o el Oro Falso, que había provocado, a lo largo de la historia, múltiples conflictos entre gentes que decían haber descubierto fabulosas minas de oro que no lo eran.
Al día siguiente, en medio de una persistente lluvia, Yuras, Kostora y Terwa Koyo acompañados de cinco perros zarparon en la frágil canoa en dirección general norte. En la choza quedó el abuelo a cargo de los otros tres niños. En la canoa, Kostora se dedicó a remar, Yuras, en la proa atendía la pequeña vela de piel de foca que izó en un palo no muy alto y Terwa Koyo, en el centro, mantenía el fuego que había encendido en el fondo de la embarcación sobre una capa de musgos, y que protegía de la lluvia con un pequeño toldo de cuero de foca. Esperaban llegar al islote Solitario en aproximadamente tres días de navegación.
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