Capítulo II
Pedro Román y su familia viajaron hasta Puerto Montt en el cómodo ferrocarril que unía Santiago con esa ciudad; los mil dieciséis kilómetros que separan a ambas ciudades lo efectuaron en poco más de catorce horas de viaje, que no les resultaron agotadoras, porque la mayor parte del trayecto lo hicieron de noche, durmiendo.
A su arribo a Puerto Montt, se embarcaron en el vapor Chiloé de la compañía naviera Braun y Blanchard de Punta Arenas. La nave era pequeña y sus acomodaciones, aunque estrechas, eran cómodas y limpias. Cuando zarparon, dos días después del arribo, quedaron sorprendidos por la cantidad de pasajeros que abarrotaban la cubierta de la nave, eran chilotes que iban a trabajar en la temporada de esquila a Magallanes. El suboficial Román se presentó a la base aérea y tomó contacto con los pilotos y tripulantes de los hidroaviones que atendería en la futura estación de Puerto Edén.
Raquel, como buena profesora, había decidido escribir un Diario de Viaje de su traslado a la famosa patagonia. En una de sus primeras páginas registró: “Domingo, 5 de Enero de 1936.- Al mediodía llegamos a la estación de ferrocarriles de Puerto Montt. Estaba lloviendo y nublado. Nos esperaban el sargento Barrientos y un chofer de la base aérea; nos trasladamos directamente al muelle pues nos embarcaríamos de inmediato, aunque el vapor no zarparía hasta dentro de dos días, era para que nos acostumbráramos a la nave y además economizar en alojamiento. Entramos al recinto del puerto, la camioneta fue estacionada a lo largo del muelle y el sargento Barrientos nos dijo: “llegamos, les presento su nave, el Chiloé”. Miré hacia el canal y no vi ninguna nave atracada, nos bajamos del vehículo y al acercarme al borde del muelle casi me morí de la impresión, abajo, a unos cuatro metros había efectivamente una nave. El sargento Barrientos nos explicó que en Puerto Montt la amplitud de la marea es, a veces, de unos siete metros y que en ese momento estábamos en la baja. Puerto Montt es una ciudad pequeña pero activa es el punto de enlace entre el continente y la región austral”.
La nave zarpó con las últimas luces del día siete de enero para que los pasajeros pudieran contemplar la bella vista que ofrecía la ciudad observada desde el mar. La navegación de los canales chilotes entre Puerto Montt y el Golfo de Penas fue apacible y sin contratiempos pues el temido Golfo Corcovado estuvo como “taza de leche”. La principal característica de esta zona es la amplitud de sus canales y los grandes desplayes que se aprecian en la costa debido a la gran amplitud de las mareas. La navegación requiere permanente atención para identificar las islas y los lugares peligrosos. El paisaje es de una belleza impresionante, compuesto por islas cubiertas de árboles siempre verdes y canales de aguas tranquilas aunque el viento sople con fuerza; cada cierto tiempo se ven lanchas a vela que se desplazan entre las islas, estas embarcaciones son el principal medio de transporte para los habitantes del archipiélago. Las lanchas chilotas, como se las denomina, son impulsadas exclusivamente por la fuerza del viento y transportan animales, alimentos, ropas y personas; se aprecia un permanente movimiento de pasajeros y carga entre los distintos puertos y caletas que hay en la zona.
—Piloto, esto es la gloria, la nave ni se movió en el famoso Corcovado, si esto es más tranquilo que la laguna de la Quinta Normal —dijo Pedro, quien se encontraba terminando de almorzar en compañía de Raquel y el primer piloto.
—No cantemos victoria tan pronto, mira que todavía nos falta navegar el Golfo de Penas —le contestó Raquel sonriendo.
—La navegación del Golfo de Penas es en efecto uno de los obstáculos que tenemos en este tramo, no solo para los pasajeros, sino que también para la carga que puede sufrir mucho daño si está malo —dijo el primer piloto.
—En alguna parte he leído que se está estudiando algo para evitar esa navegación —replicó Pedro.
—Efectivamente, se está estudiando abrir un canalizo de no más de mil metros en el istmo de Ofqui que nos permitiría evitar esa tremenda vuelta y especialmente la mar gruesa del Pacífico, pero son sólo estudios, ojalá que algún día se efectúe porque ayudaría mucho al cabotaje —concluyó el primer piloto.
—Esto de abrir canales para unir mares parece que es bastante más común de lo que se podría pensar —dijo Raquel.
—Bueno, tenemos el de Suez inaugurado, creo que en 1869, y el de Panamá puesto en servicio recientemente en 1914 —contestó Pedro.
—No, yo me refería a canales más pequeños, como el de Corintios en Grecia que fue construido entre los años 1883 y 1893 con una longitud de tres mil seiscientos metros y una profundidad de ocho metros —replicó Raquel.
—No se preocupe piloto, nos quiere impresionar con sus conocimientos, es profesora, así que debemos creerle —terminó Pedro riéndose.
Al día siguiente todo se vio trastocado, pues el Chiloé, luego de navegar por las tranquilas aguas de los bellos canales chilotes salió por la Bahía Anna Pink a enfrentar las aguas del Océano Pacífico para rodear la península de Taitao y atravesar el temido Golfo de Penas, que esta vez hizo honor a su fama, pues el Chiloé se vio zarandeado por más de veinte horas por las olas que levantaba el fuerte viento del noroeste que ya llevaba soplando más de un día. Los pasajeros del Chiloé no olvidarían esta travesía en muchos años.
—Pedro, parece que está pasando esta pesadilla ahora esta cosa se está moviendo menos, creo que iré a ver como viene mi mamá —dijo Raquel en voz baja.
—Ten cuidado, mira que el piso está resbaloso con los vómitos y el agua del lavatorio. Juro que nunca más efectuaré un viaje como este. Esto no es para seres humanos. Marinos, ¡buah! —dijo Pedro con voz desfalleciente.
—Mamá, ¿cómo está?, parece que esto ya está pasando, ¿le sucedió algo?
—No, nada, lo único que lamento es no haber podido ir a comer anoche aunque traté, pero los bandazos eran muy grandes, asi que preferí quedarme en la litera y tratar de dormir y Uds. ¿cómo están? En este momento lo único que deseo es ir a echarle algo al estómago, tengo un hambre atroz.
—¡Mamá!, ¿cómo puede hablar de comida? Pedro y yo ya no tenemos qué vomitar, el pobre creo que hasta ha llorado de desesperación e impotencia. No le vaya a decir nada por favor.
—Cómo se te ocurre…, pero él no es tan valiente y bueno para resistir todo tipo de presiones, según siempre proclama, ¡ah! y además bueno para criticar a los marinos.
En cuanto el Chiloé comenzó a navegar el canal Messier volvió la quietud abordo, además que el cielo se despejó y salió un brillante sol que les mostró en todo su esplendor la belleza del paisaje plagado de canales, fiordos, islas cubiertas de vegetación y ventisqueros que llegaban hasta el mismo mar. Los parlantes de abordo informaron que pronto comenzarían a navegar la Angostura Inglesa por lo que la dotación debía cubrir sus puestos de repetido y los pasajeros sus puestos de abandono. La Angostura Inglesa es uno de los pasos mas estrechos y bellos a navegar; es tan angosto que no pueden pasarlo dos buques de vuelta encontrada, por lo que hay todo un procedimiento de avisos por radio y de pitazos para asegurarse que esto no suceda pues podría ser de fatales consecuencias para ambas naves. Es una especie de S en que los costados de la nave pasan casi tocando los árboles de la costa y de una isla que queda al medio; en su parte más angosta tiene sólo ciento ochenta y nueve metros. Afortunadamente los canales patagónicos son profundos y cortados a pique por lo que las naves pueden acercarse mucho a la costa. Además, la corriente máxima es de unos ocho nudos por lo que las naves deben regular su andar para atravesarlo en la estoa, es decir cuando no hay corriente.
Cruzada la Angostura Inglesa el capitán invitó a Pedro y a su familia al puente de mando, pues en una hora más pasarían frente a Puerto Edén. Los tres subieron expectantes, sería su primer contacto con su futuro hogar.
—Como ustedes saben, los canales patagónicos comenzaron en el Golfo de Penas recién navegado y terminan en el Estrecho de Magallanes. En este sector, la Cordillera de los Andes se esparce hundiéndose en el Océano Pacífico formando miles y miles de islas, islotes, montañas, fiordos y una red de canales de aguas tranquilas de unos seiscientos kilómetros de longitud. Sus riberas son altas y escarpadas, sus costas acantiladas —les dijo el capitán y luego de una pausa preguntó—: ¿Cómo pasaron el Golfo de Penas? ¿Les afectó mucho el balance y el cabeceo?
—Capitán, le juro que esta fue la primera y última vez que atraviese ese golfo por mar, tendrían que traerme amarrado para hacerlo nuevamente —contestó Pedro, ya mas repuesto y con una pequeña sonrisa.
—A mi no me pareció tan terrible, lo único malo es que no podía sostenerme en pie y pasé mucho tiempo sin comer, pero en fin, no estuvo tan malo —dijo la señora Domitila riéndose.
Estaban aún comentando la navegación con el capitán cuando este, mirando por sus prismáticos apuntó con el dedo hacia la amura de estribor y dijo: “allá está apareciendo su futuro hogar” y le pasó los prismáticos a Pedro. Los tres quedaron paralogizados y comenzaron a percibir varias construcciones que se veían bastante grandes a pesar de la distancia, pintadas de hermosos colores azul y blanco y con el techo rojo. Los tres no podían articular palabra de la impresión; las casas eran como esas que aparecen en las películas, en escenas filmadas en Suiza, lucían realmente preciosas. El capitán saludó tocando tres pitazos y desde la estación le respondieron arriando e izando nuevamente una inmensa bandera chilena colocada en un mástil ubicado al frente del grupo de viviendas. Era la manera como las naves saludaban a los puestos de vigía y faros habitados que la armada tiene en la ruta y al que ahora se agregaba Puerto Edén.
El Paso del Indio, en su ribera oriental es montañoso con cumbres nevadas y laderas labradas por el hielo y por las caídas de agua. La ribera poniente, en la que se ubica Puerto Edén, está formada por la gran isla Wellington, isla en la que, al igual que todas las de la región, la vegetación llega hasta el mismo borde del canal y se aprecian bosques de ñires, lengas, coigües y canelos muy frondosos y de gran altura. Luego se navegó el Paso del Abismo que con toda seguridad es uno de los pasos de mayor belleza de todo el trayecto. Está conformado por montañas acantiladas que caen perpendiculares al agua, hay lugares en que el ancho es de sólo ciento cincuenta metros. La sensación de insignificante pequeñez frente a las altas paredes verticales de las montañas es inevitable.
El capitán reguló el andar del Chiloé de manera de recalar en Punta Arenas en la madrugada del día subsiguiente. Román y su familia desde las primeras horas estuvieron en la cubierta. Luego de una larga espera comenzaron a divisar, abierta por babor, las primeras construcciones de la ciudad. Se veía una pequeña ciudad, más pequeña que Puerto Montt, pero que se destacaba bajo el impresionante cielo azul. Al poco tiempo el vapor detuvo su máquina y una embarcación a motor atracó al costado de la nave. Subieron varios uniformados y varios civiles, eran el práctico, personal de la gobernación marítima, de sanidad, investigaciones y de la empresa naviera a la que pertenecía la nave. Luego de más de una hora de espera, el Chiloé atracó definitivamente al pequeño muelle de la ciudad.
—Mira esas cosas chicas que están allí al frente, parece que son buques de la armada —dijo Pedro a su esposa.
Atracados al muelle, paralelo al Chiloé estaban el Sobenes y el Micalvi dos buques pertenecientes al Apostadero Naval de Magallanes dedicados a abastecer los faros y las localidades de la zona y a patrullar las aguas interiores chilenas. El suboficial Román aún no sabía que el Micalvi sería la nave en la que viajarían de regreso hasta Puerto Edén, desandando buena parte de lo recientemente navegado en el Chiloé.
En el mundo indígena
Workwa sufría una larga enfermedad que se fue agravando paulatinamente, no respondiendo a los diversos tratamientos que le hizo su hija Kostora. Cuando sus familiares observaron que ya no tenía recuperación, pues había comenzado a perder sus fuerzas la dejaron abandonada a su suerte, pues para ellos ya estaba muerta. La miraban con rostros consternados cuando entre estertores y vómitos se quejaba, pero nadie hacía nada por acercarse a ella a aliviarla. Desde el instante en que decidieron que estaba muerta, la preocupación de todos fue evitar que Ayayema tomara posesión de ella y de los vivos que la rodeaban antes de su muerte real. Para ello pusieron hachas con sus filos hacia arriba en las dos entradas de la choza y en los alrededores. Cerca del cuerpo de la enferma tendieron una tela blanca y sobre esta fijaron la cabeza disecada de un albatros; hundieron en la tierra del piso tres estacas pintadas de rojo que juntaron sobre la cabeza de Workwa, amarrándolas en su extremo con trenzas. El fuego dentro de la choza se mantenía al máximo, pues Ayayema huía de la luz.
Producida la muerte, todos formaron un círculo alrededor del cuerpo extendido sobre el piso de ramas. Kostora comenzó a hacer un elogio de su madre expresándose con palabras lentas y muy sentidas; los niños lloraban en voz alta. Se sentía la atmósfera de terror que los invadía. Ayayema ya rondaba por los alrededores, pero no podía entrar porque se lo impedía la luz que emitía la gran fogata que mantenían encendida y la barrera de hachas. Esa noche nadie comió ni durmió.
A la mañana siguiente el mal tiempo cesó abruptamente y apareció un sol radiante. Colocaron el cuerpo de Workwa en posición fetal y lo envolvieron con un cuero de foca que finalmente cosieron. Yuras y su suegro construyeron una pequeña cabaña mortuoria, lalat, la recubrieron con una piel, enterraron las estacas pintadas de rojo que la habían protegido mientras estuvo agonizando y luego afirmaron a estas el cuerpo de la abuela amarrándolo de los brazos y la cintura. También pusieron a su lado el bastón que usaba para recolectar machas y su canasta. A un costado encendieron una pequeña fogata y luego todos le lanzaron piedras y arrancaron. A partir de ese momento la abuela pertenecía a Ayayema y se convirtió en un ser maligno que los vigilaría para traerles enfermedades y males. Yuras y su familia sacaron la comida, los utensilios, armas y las pieles que cubrían su cabaña y la abandonaron. Caminaron unos trescientos metros en dirección sur y comenzaron la construcción de una nueva choza.
—Hijo, anda con tus hermanos a buscar ramas de roble para colocarlas en el piso de la choza, que sean de las puntas del árbol porque son más tupidas —dijo Yuras dirigiéndose a su hijo mayor.
—Vamos corriendo. Iremos los puros hombres, Markset sólo entorpece nuestro trabajo —contestó muy serio Terwa Koyo.
Yuras y Mesayen, frente a frente, separados alrededor de cuatro metros clavaron, cada uno, profundamente en la tierra una estaca firme y resistente y la curvaron en arco, cuyos extremos Kostora unió y amarró con lianas; luego a unos cincuenta centímetros de esta primera armadura volvieron a repetir la misma operación. En seguida enterraron varias estacas rodeando a estos dos arcos maestros y amarrándolos a ellos; cubrieron la armadura con pieles de foca, dejando en ambos lados, entre los dos primeros puntos de apoyo de la armazón, una abertura pequeña y baja para acceder al interior, finalmente abrieron otra abertura en lo alto de la cúpula para permitir el paso del humo.
—¡Papá!, ¡papá! —llegó corriendo Terwa Koyo—, mira la nave que viene por el canal.
Todos dejaron de hacer lo que estaban efectuando y justo en ese momento escucharon tres pitazos que venían del barco. Los niños, asustados se escondieron detrás de la cabaña.
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