COMUNIÓN
Gime la fronda umbría cuando el viento
estrellado y lleno de signos desconocidos
le azota la cara con su cuerpo sin cuerpo;
llora el canelo invadido de aves agoreras,
suda aceite el lingue de las quebradas,
para dar paso al fragor de la noche.
(Juvencio Valle)
La tarde está nublada, el hombre mira al cielo, en sus ojos hay un brillo especial, ha llovido tanto en los últimos seis días que el ambiente huele a tierra húmeda; olor que incita a tomar un terrón y probarlo, saborearlo.
Juan mira las nubes que corren velozmente, no hay espacios abiertos en el cielo, no son como aquellas nubes esporádicas que semejan piños de ovejas en la Patagonia, ahora es una sola masa de vapor, a ratos van a un lugar fijo, luego se arremolinan, están bajas, sobre las primeras hay otras, danzan con alegría que también puede ser furia.
La danza de las nubes hace que en la mente de Juan se dibuje su nieta, que danza con gran destreza y armonía sobre sus patines, dibujando mil figuras. Al volver nuevamente sus ojos a las nubes ve que los movimientos son caóticos, pero no por ello menos hermoso que el arte de su Nicole, su nieta. La naturaleza se presenta en toda su magnificencia, el hombre presiente que viene lo que espera con ansias.
Hace frío, el tiempo dice que hay que entrarse temprano y compartir con sus amigos la amena tertulia, amistades estacionadas en otros lugares de la patria y de este mundo, pero antes, va a ver a su yegua que ya está bajo techo para que pase la fría noche que se avecina, estando a resguardo del frío ella responderá mejor a los mandatos del amo. Llega una noche sin luna, la oscuridad es absoluta. El viento se hace oír, los árboles del bosque baten sus ramas al arbitrio de los ramalazos eólicos. Sus troncos aunque añosos son movidos por su fuerza.
—se acerca una tormenta, pero no será hasta mañana -piensa
Al entrar en su casa, ingresa a sus soledades, deja su poncho a la mano, se prepara un café con algo de malicia para desentumecerse, la cancagua está cargada y entrega calor a todo el lugar. Disfruta esa sensación de comodidad aunque lamentablemente está solo, se escucha el crepitar de la leña ardiendo, son sonidos que le acompañan y hacen menos sola “sus soledades” –como siempre dice-. La noche lo ha encontrado sentado frente a la pantalla, conversa con los amigos, ¿cómo seguir dándole vida? ¿Cómo lograr que las tradiciones orales o escritas de este pueblo, su pueblo, se mantengan vivas?
—Si no fuese por los amigos, mi vida estaría aún más solitaria” –piensa-.
Al ruido de la leña en la hoguera se agrega el de la lluvia que ha comenzado a caer con fuerza, el viento la arrastra golpeando con furia contra los muros de la casa. El perro busca cobijo bajo algún alero, el gato ronronea cerca de la chimenea.
Cesa la lluvia, el viento la ha llevado más al norte, hay una tensa calma, Juan sale a mirar el cielo, la noche es demasiado negra, no ve nada, sólo lo que la luz de su casa alumbra.
—Negra noche, así habrá quedado mi hermano el día que lo secuestraron, a oscuras deber haber permanecido lo mismo que tantos, mujeres y hombres que les metieron una capucha negra en la cabeza para que no viesen nada, ni siquiera la mano u ojos de quien les torturaron la carne y luego los hicieron desaparecer en esa noche larga y oscura –habla su tristeza, esa que es compartida por muchos habitantes, que vieron desaparecer a sus seres queridos y ya nunca más supieron de ellos.
Ha buscado a su hermano gemelo a lo largo de treinta y tantos años y no lo encuentra, donde ha oído que estuvo, allí ha ido, más, la omertá de los torturadores rige tal como rige en la mafia, nadie rompe el silencio, nadie dice en donde lo escondieron, no una, sino varias veces, dejándolo huérfano, ese dolor no se ha ido ni se irá de su corazón y, luego su mujer también se marchó, dejando a Juan viudo hace años. ¿Los hijos? Ellos han hecho su vida, tal como él la hizo hace más de medio siglo.
El bosque está cercano a su morada, lo siente, lo percibe, lo conoce en toda su extensión, lo ha hecho suyo, allá va en los momentos en que su soledad le quema, el bosque pareciera que lo entiende, ni siquiera el litre le hace daño; camina de memoria el tramo que lo separa de los primeros árboles, los huele, siente el viento serpentear por entre los troncos. Brillan los ojos del chuncho que estático espera en una rama, percibe la vida allí en esa pequeña selva sureña que vive la lluvia. Regresa a la tibieza de su habitación trayendo un poco de la paz que le entregan los árboles.
Vuelve con sus amigos, a algunos sólo los ha visto en la red, a otros los ha llegado a conocer personalmente y como el mundo es tan pequeño, sin quererlo, sin esperarlo, ni siquiera pensarlo, el día en que su niña compitió en el torneo de gimnasia en la capital y obtuvo un primer lugar, feliz la retrató con su cámara y ¿quién le colocó la presea a la niña? Laura, sí Laura, la del libro de Ignacia, la misma Laura que una vez cuando niña no quiso recibir su medalla, simplemente por haber sido evaluada en segundo lugar, Laura, presidía el jurado. Ahora se encuentran en la tertulia, mundo pequeño se dice sonriendo y alegre al saberse enamorado de ella.
Ya tarde logra dormirse, su sueño es inquieto, es la lluvia, la que aún amándola le hace vivir con más plenitud su soledad, “mañana será día de lluvia” –dice en voz alta-, no habrá faena. Así que tendrá todo el día para expresarse como lo hace cuando el agua arrecia, cada vez que despierta escucha a Luna Blanca que patea el suelo como enviándole mensajes tal y como lo hace el telégrafo, una especie sistema morse entendido sólo por hombre y yegua, ella avisa al amo que también está despierta esperando. El bosque vive su fiesta, el suelo absorbe el agua para satisfacer la sed de los grandes árboles, algunos pequeños habitantes del bosque se escabullen del agua bajo el tupido follaje, en las ramas o en el suelo la vida sigue su curso.
La noche ha mutado en claridad, aunque es tardía en estos meses y la lluvia hace más larga la oscuridad, finalmente llega la aurora despertando a Juan de su tormentoso dormir, pesadillas no recordadas, pero que tienen que ver con lo mismo siempre, la triste soledad invernal, se levanta, lo primero que hace es ir a la caballeriza a ver a su Luna Blanca, le acaricia el cogote con un par de palmadas suaves, ella lo mira con sus grandes ojos café. Le da su pienso y la deja comiendo, él hace un frugal desayuno, en minutos regresa donde Luna, coge los aperos y la ensilla, la saca y monta, ésta sin siquiera sentir alguna orden, parte caminando hacia el bosque. Poncho de lana y sombrero es lo que lleva Juan, y en el alma el deseo que la lluvia llegue con toda intensidad. Poco a poco se hace más visible la mañana, el aire es pesado, la llovizna moja todo; a medida que bestia y hombre avanzan entre los troncos, el agua se va posando sobre el grueso poncho de lana.
Un campesino de la zona también cruza el bosque, lo hace a pie, mira al jinete, se saludan y ambos siguen su rumbo.
—Ya va el loco al bosque, de seguro habrá truenos y relámpagos, ño Juan no se equivoca, hay que apurar el tranco –piensa el campesino
—Ahora solo el rumor del bosque y, la voz de Blanca Luna me acompañan –Juan habla en voz alta, no le preocupa que alguien le vea u oiga-, el día está frío y la llovizna es espesa, pronto van a llegar los visitantes, las nubes se ven inquietas, acumulan fuerzas, pronto cuando se junten dos masas de ellas se iniciará la descarga de sus energías.
Hombre y bestia se colocan bajo un gran ciprés, allí capean algo la llovizna, desde los belfos y narices de la yegua asciende un tibio vapor que se une en abrazo con el que sale desde Juan, se complementan sin necesidad de mandatos, la bestia percibe la tensión nerviosa de su amo, las piernas de Juan pegadas a las costillas de Luna trasmiten lo que hay dentro de él, el animal, también tiene un leve temblor que remece el cuerpo del hombre. Don trona –como le dicen sus amigos- palmotea el cuello de Luna Blanca y esta se tranquiliza, pero, de su boca surgen leves relinchos, sus patas delanteras golpean la hierba. El hombre desmonta, revisa la cincha, la vuelve a tensar lo justo y necesario. Mira al cielo, ve que el enjambre de nubes se hace más espeso y la velocidad ha aumentado, conversa con el animal que lo acompaña en esta soledad con máxima fidelidad.
—Ya llegan, niña –le dice a su yegua-, pronto vas a correr por donde quieras.
Hace unos días atrás me decía: Juan, te puedo decir que esto es un soberbio espectáculo de la creación, me gustan estos momentos, suelo salir en medio del estruendo, habitualmente bajo la lluvia. Son instantes en que te puedo contar que son, mis momentos. Esto me contaba y lo hacía con alguna tristeza en el corazón, por los momentos inciertos que pasaba en aquellos días y terminaba con una aseveración:
—Los rayos, los truenos, relámpagos y torrenciales lluvias, son la vida misma.
Mira al cielo, la real comunión está por llegar, cielo encapotado, viento que ruge, silencio en el bosque, nada perturba la charla entre el laurel y el avellano; la araucaria toca las nubes con sus últimas hojas. Abajo los zarzales, en ellos abundan los pajarillos y algún roedor. El viento le lleva a su olfato el benéfico olor del boldo, brillan los peumos verdirrojos, rectos pellines buscan la altura para ganar sol, los quitrales se aferran a los troncos como rémoras sobre el lomo de las ballenas. La yegua quiere participar de los pensamientos de su dueño, Juan le habla de sus días de soledad, de sus amores, de los idos y los que pudiesen ser, el vaho de la respiración de ambos se unen en una pequeñísima nube que se eleva al cielo. La lluvia arrecia, por momentos cae a raudales, parece vertiente cordillerana, fría, pura, cristalina. Hombre y bestia salen del bosque, él se saca su sombrero y mira el cielo, la llovizna moja su rostro, no deja de sonreír con el agua que cae, pero es sólo exterior ya que no llueve únicamente desde el cielo, sino que su corazón se ha doblado en tres y de sus ojos escapan algunas lágrimas que se confunden con la tormenta.
—¿Por qué? -Se pregunta.
El agua cae, la lluvia viaja de manera horizontal golpeando al hombre en su cabeza y su cuerpo, el agua sube desde el suelo, no se sabe de donde viene, sabe sí que golpea con fuerza. Bajo el ciprés, hay calma, poca es la lluvia que logra penetrar el follaje y, amaina, se calma el día.
—Viene ya -se dice.
Monta su yegua y camina al descampado, se detienen.
—¿De dónde llegarán? –se pregunta
El animal mueve sus orejas, levanta belfos y huele en varias direcciones, el hombre mira, gira la cabeza, en un instante se ilumina el cielo, a los segundos retumba el trueno, tiembla la yegua, el hombre se aprieta a sus costillas, llega un segundo relámpago y un trueno más fuerte, ronco, remece a los árboles, Juan da la orden a su Luna Blanca, esta primero camina, luego comienza a galopar, suave primero para aumenta la velocidad, ve un tercer relámpago y dos ruidos se sienten, el trueno retumba los oídos de los habitantes del lugar y Juan grita a todo pulmón, grita, llama angustiosamente a los que lo han abandonado antes de tiempo, la yegua se une, relincha y corre, hombre y bestia en larga carrera, Llora, grita, canta sus penas, sus ausencias. En las casas cercanas los niños miran el espectáculo por las ventanas.
—Don Juan anda loco de nuevo -dicen los pequeños.
Juan detiene en seco a su compañera, mira al cielo, se encandila con esos rayos que caen zigzagueantes, los altos árboles atraen las descargas eléctricas, el jinete mira, ve como el bosque es penetrado por la fuerza de la naturaleza ante la cual nada se puede hacer, le ensordecen los tambores del cielo, siguen las tralcas* y los relámpagos.
—Pronto terminarán -se dice
En algo se ha alivianado su carga, ambos están empapados, el poncho de lana es una sola masa de agua que cae al suelo por los costados de su yegua, no les importa. Juan se escapa con la tormenta, se libera, vive su fantasía, Luna Blanca le acompaña. ¿Y cómo no? ¿Qué somos frente a los elementos, al desborde de las nubes y de las riberas de los ríos?
Una vez acabada la tormenta eléctrica caminan hacia la casa, se detienen y él vuelve la cabalgadura, miran el bosque, los rayos, son como una cópula entre cielo y tierra, y los truenos, gemidos ante un orgasmo múltiple de la tierra, la que ha sido germinada por la lluvia. Sólo caballo y amo, nadie más en esta danza con la vida, con la soledad, con sus ausencias.
* Tralca.- trueno
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