Eran tiempos de enfermedad y de rostros pálidos y brillantes, a la vez. Andrew había salido de su estado de enfermedad y después de curarse de una neumonía grave, había decidido permanecer quieto y alejado de la fría ciudad que lo esperaba. No halló más refugio que la vieja finca donde antes, cuando era joven, había recorrido una y otra vez. Todo estaba predispuesto para escribir, pero la enfermedad no lo dejaba. Hacia como dos meses no tenía ninguna noticia de su amada y él no quería ni pensar en ella. Tanto la quería, pero no lo demostraba.
Al fin se decidió volverse a su casa en la ciudad. No tardaron en darle la noticia: su amada se había volado de la ciudad con otro muchacho. Andrew duró dos semanas en comprender lo que había pasado. Sin remedio para supurar las heridas, andrew siguió su vida, normal y solitaria. Nadie comprendía su dolor y su miseria. Así es la vida y aunque enfermo de neumonía, andrew no suelta ningún llanto por esa traición tan inesperada, todas las mañanas reza por ella y porque no le vaya pasar nada. El realmente, la quería.