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Inicio / Cuenteros Locales / Mr_davo_horror / Mi Café Sabe a Semen

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Todos los días me acuesto en mí cama mirando al techo esperando que alguna mancha de orina empiece a desgastar el horrible papel tapiz con el que cuenta este cuchitril al que llego todos los días después de trabajar 8 horas como pendéja. Hoy, como todos los días, miré a Alex; el es el mensajero de la oficina, es alto, un poco robusto y con mucho vello en el cuerpo. Lo imaginé cabalgándome como si yo fuera una yegua, lo imagine dentro de mí; me imagine probándolo y a el probándome sin comentarle que estoy en mis días… Toda esta hermosa imagen fue interrumpida por el teléfono, era el Lic. Jiménez, quería verme en su oficina para decirme no se cuanta mamada. Al levantarme note que había mojado mi asiento y mi falda, vaya, escurro como una tubería rota.

El Lic. Jiménez es un tipo larguirucho, pelirrojo y muy inseguro; pero dado que su padre lo ha dejado al frente de la compañía se da el lujo de mangonear a los que estamos por debajo de el. Quería preguntarme como había estado mí día. “¡Vamos, pedazo de mierda!!” – Pensé – “Estoy en mis días justo en medio de una fantasía pseudo-platónica con el mensajero y ¿tienes que interrumpirme?”. Claro que eso era lo que quería contestarle a Pedrito; si, así le dice su papá cuando viene a revisar como va todo en la oficina, pero en vez de eso solo dije: “Me encuentro perfectamente, gracias” acto seguido el distinguido ciudadano fanático de la pornografía infantil y cuasi-intelectual que se masturba dos veces por día en el baño de la oficina y que juega con barbies, me pellizcó el culo y me despidió de su oficina. Eso ameritaba mi dosis diaria de coca. Pase al baño a polvearme la nariz, esniffé como si fuera la última vez que lo hacía, me mire al espejo y como queriendo suicidarme con la mirada me dije: “¿Porqué haces estas mamadas pinche Diana?” a decir verdad ni yo misma sabía la razón, solo sabía que ese mísero instante dentro de la apatía laboral me ayudaba a resistir el deseo pletórico de arrancarle los ojos a cualquier individuo que se me posara enfrente y llenar sus cuencas oculares con el whiskey más barato que encontrara. Si, me gusta el whiskey barato, ese que cuando lo bebes hace que el esófago te arda y te queme cuando orines… Ese, ese whiskey es mí tipo de bebida. Si vas a mí casa puedes estar seguro de que degustarás ese licor y tal vez te acuestes conmigo, todo depende de mí humor.

Regresé a mí cubículo, miré el reloj de gato que adorna la pared más puerca y grisácea de la oficina; sorbí un poco del café frío que llenaba mi taza y suspiré; otro día más en esta prisión, no de concreto, pero de carne, esta prisión que es mí vida y mí muerte que día a día me hace reflexionar a cerca del suicidio. ¿Será que el suicidio es la manera más honesta de hacer una autorreflexión? o ¿solo es una salida más difícil de lo que aparenta la muerte ser?. No creo en Dios, pero seguro que me lo voy a encontrar cuando este muerta y me va a coger por el culo por cada uno de los pecados que he cometido; ¿masturbarse mientras pienso en mí hermana es pecado?. Así transcurre la tarde, conmigo esniffeando cocaína en el almuerzo y en cada momento que mí cuerpo me lo pide; y mí otro yo masturbándose en la silla del jefe mientras él se encuentra en la esquina de la calle de la oficina viendo a las niñas salir del Colegio Miraflores. Si, ese colegio lleno de “niñas bien”, de niñas de familia, de niñas decentes y estudiosas; esas niñas que se acuestan con ejecutivos a cambio de costosas cenas o costosos regalos, esas niñitas que dejan golpearse por un par de horas a cambio de un par de grapas de la coca más corriente; o esas niñitas que les gusta follar por el ano para preservar la “decencia” y “dignidad” y así llegar vírgenes al matrimonio; ¡maldita sea!, no cabe duda que este es un triste y enfermo mundo.

La hora de comida aún no acaba y heme aquí con la falda subida hasta la cintura, los calzones en los tobillos y empapando la silla de piel de mí jefe. Que agradable sorpresa le espera cuando llegue a su oficina y encuentre un enorme tampón sumergido en su taza de café. Me imagino la jeta que pondría; sería algo así como un gesto salido de una película de John Waters, pero creo que esa errática imagen puede esperar. En este momento lo que necesito es una siesta. Exactamente quedan 20 minutos de la hora de comida; me siento en mí silla y me pongo los audífonos, me recuesto sobre el escritorio y cierro los ojos mientras escucho “Lost Souls” de Joy Division, creo que yo soy eso, un alma perdida.

Después de un día de hueva en la oficina y de hombres que en el metro te embarran su miembro en el trasero he llegado a mí departamento. Cuelgo las llaves en el llavero Alessi por el cual pague la cantidad de tres mil quinientos pesos y como cada noche voy perdiendo prendas poco a poco mientras me dirijo a mí cuarto. Para cuando llegué ahí estoy solo en pantales y con unas enormes ganas de masturbarme. Me echo en la cama como un bulto, hago a un lado mis pantaletas y sin mas me meto el dedo medio de la mano derecha, si; ese dedo con el cual insulto al portero del edificio de enfrente todos los días, ese dedo que enredo en mi cabello negro cuando estoy concentrada, ese dedo que me sabe dar tanto placer como dolor; y es que ya no se ni que inventar para auto-erotizarme más creativamente. Por eso hoy me masturbe con un cuchillo. Fui a la cocina y tomé el más grande que tengo, es igual al que utiliza Roberto Rabadillo para picar cebolla en la TV, me tendí en mí cama, miré al techo y esta vez si había una mancha de orina en el; parece que después de tanto esperar esa lluvia dorada por fin ha goteado sobre mis sábanas percudidas por el exceso de blanqueador. Cierro los ojos y al penetrarme siento dolor, ese dolor que es mío y de nadie más; al mismo tiempo imagino al Lic. Jiménez y a Alex el mensajero masturbándose a orillas de mí cama esperando que sus enormes eyaculaciones me bañen de aliento y sabor a sal. Me rasgo por dentro pero no solo físicamente, rasgo mí alma perdida y mí pecado; pienso en el firme trasero de mí hermana, pienso en sus pechos y en sus labios; quisiera besarla. Me siento más húmeda, más tibia; siento la muerte pequeña reptando entre mis piernas, veo el semen de mis colegas venir hacia mí, lo siento escurriendo por mis pechos, en mí vientre, en mí cara; también me veo ahí, recostada en mí cama, desnuda y tranquila; con la mirada postrada en la mancha de orina y mí aliento transformado en un pedazo de metal hundido entre mis piernas.

Texto agregado el 14-04-2006, y leído por 1966 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-06-2006 exquisito y enfermiso... hiciste atravesar diferentes emociones por mi cuerpo. Fue increíble... 5* NatalieMerDeNoms
08-05-2006 al momento de leerlo ehh pero no seria mala idea poner a Zombie Girl de soundtrack a la hora de cojer...ja! chica_cenicero
08-05-2006 ya lo habia leído...pero igual me sigue gustando...esta vez me recordó a una experiencia sexual con ya sabes jaja y mejor aun...le puse de soundtrack Creepy Crawler de Zombie Girl ;) chica_cenicero
14-04-2006 Por lo menos, tú aporte es agresivo y crudo. No es la temática que yo manejó, pero se ve que tienes mucha habilidad en el genero erótico. poco he leído sobre el tema, pero me gustó tu cuento. Espero sigas escribiendo... pachirris
 
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