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Pero si algún pingo
llega a ser fija el domingo,
yo me juego entero.
¡Qué le voy a hacer!

Por una cabeza – Alfredo Le Pera


–Me pasaron el dato –dijo el flaco César en el teléfono.
–¿Cuánto paga? –preguntó Toti tirándoselas de burrero.
–Ni idea, pero por lo menos siete a uno; es un tapado. Lo vienen corriendo desde hace cuatro carreras a perdedor y dicen que si lo largan te puede ganar el gran premio nacional.
–Nos vemos en la puerta del Tattershall –confirmó Toti–. Yo compro la cartilla por las dudas.
–No la vas a necesitar; me la pasó Bernardi. Es una fija.

Toti salió corriendo, pasó por el banco, sacó lo que tenía reservado para los dos meses de alquiler de la casilla y se tomó el tranvía que lo dejó en plaza Italia, a unas quince cuadras del hipódromo.

–¿Qué vas a hacer si ganamos con la guita? –preguntó el flaco que siempre pensaba en positivo.
–Si ganamos, le compro algo a la vieja que se me viene el cumple el próximo Domingo.
–¿Pero vos sos boludo? –fustigó el flaco enfatizando la última palabra–. Te digo que es probable que pague siete a uno, y vos pensás solo en un regalo de cumpleaños para tu vieja. ¿Le vas a comprar un coche?
–No, pero tampoco voy a cerrar la casilla en la feria por dos mangos que saque con este burro.
–Mirá, yo pienso rajarme, tomarme un buque, y pasarme por lo menos dos meses en alguna costa del Caribe. Ya siento la rumba en los oídos; ya estoy saboreando la primera minita. ¡Vayan prendiendo el asador que el flaco viene ganando!

Es difícil precisar en que momento vieron a la colorada caminando por las gradas de la popular, pero coincidió con el paso que hacen los caballos y jokeys, antes de la carrera. Nadie miró el desfile.
–¡Cuidado que esa yegua anda suelta! –sacudió el flaco.
–¿La junás? ¡Está para matarla!
–¡Tranqui tigre! Para ésa no te alcanza ni con el yugo de dos meses en la feria.
–Por esa figurita tiro a la marchanta doce años de buena letra con la Paca.
–Sale con un vejete que no se la debe haber trincado nunca.
–Entonces debe andar necesitada.
–No seas gil, ésta tiene cafiolo desde los quince abriles. No necesita nada. Vamos para las ventanillas que ya deben estar por cerrar. Si ganamos yo te la pago; quién te dice me hace precio.
–Mejor esperemos a ver cuánto paga.
–Cobra dirás.
–No, chambón, cuánto paga el pingo.


El tablero marcó veinte a uno para Centurión.

–¡A la mierda! –se sorprendió el flaco–. ¡Cuatro meses y en crucero!
–Parece demasiado, ¿no lo tirarán a menos otra vez?
–No, no en Palermo. No les conviene, esto es lo máximo que lo pueden hacer pagar. ¿Cuánto vas a poner?
–Treinta pesos.
–No te hubieras molestado a venir por treinta pesos. Nunca vas a ser nada vos Toti. El que no arriesga no gana. De nuevo: ¿cuánto vas a poner?, y no me contestes boludeces.
–Flaco, es que yo tengo a la Paca…
–…por eso mismo. Quedate piola que te va a hacer una fiesta, con los morlacos que le vas a llevar.
–Cuatrocientos pesos –se arriesgó Toti.
–Son ocho mil, si ganamos. Yo voy con quinientos, ¡y a cobrar taca taca!

El pelado del otro lado del vidrio de la ventanilla levantó la vista como apurado.

–Novecientos pesos. Centurión. A la cabeza –resolvió telegráficamente el flaco mientras ponía los billetes sobre el mostrador. Fueron la última apuesta antes de que la ventanilla cerrara, y volvieron en silencio para el Paddock.

–¿Qué mira la gente, flaco?
–Parece que hay alguien importante.
–¿Acá en la popu? Los importantes van a la oficial.

El tumulto era gigante. Ni siquiera el presidente podía llamar tanto la atención de la masa. Un solo nombre se escuchaba entre las gradas: Carlitos Gardel. El Zorzal Criollo, el Mudo, el Morocho del Abasto de paso por Buenos Aires, había decidido visitar la hache nacional. Toti sintió un nudo en la garganta. Pensó en la vieja y la emoción que hubiera sentido de haber estado ahí. Recordó el disco de pasta que la Paca le había regalado para Navidad, mientras le cantaba al oído: “luciérnaga curiosa que verá que eres mi consuelo”.

–Carlitos vino a ver como Legui le saca ganador a Lunático –Toti escuchó decir a un tipo de traje marrón.
–Flaco, corre Legui. El Pulpo –saltó Toti que conocía el apodo de Irineo Leguisamo, la máxima figura del turf rioplatense–. ¡Debí haber comprado la cartilla! Esta noche duermo afuera, si es que vuelvo a casa.
¡Largaron! El campanazo pareció escucharse en todo Buenos Aires.
–¡Vamos mono! ¡Pulpito solo canejo! ¡Llevame ese pingo a la luna!– se escuchó a la Voz del Arrabal gritar entre el clamor.
Toti miraba el suelo, el flaco descosía su garganta en un grito.
–¡Centurión pa` todo el mundo!

Mil doscientos metros, media pista de angustia y transpiración. Centurión largo en punta y el jockey lo mantuvo castigando los primeros trescientos metros. El arena de cava volaba detrás de los caballos que querían comerse el aire que los esperaba un metro más adelante de su hocico. El Pulpo parecía escuchar las súplicas de los dos pobres burreros, entrando al codo con el grupo de los rezagados; sexto casi séptimo. Pero cada metro que pasaba, parecía que a Leguisamo le nacía otro brazo, y en cada mano una fusta. Se despegó del conjunto y repentinamente estuvo cuarto, tercero, segundo y mano a mano con Centrurión a diez metros del disco. La arremetida final duró taquicárdicos segundos donde Toti sintió al mundo detenerse, dar media vuelta y venirse abajo con la fuerza de un huracán, mientras la popular gritaba.
–¡Leguisamo sólo!
–¡Hijo de una gran puta! ¡Ese matungo está falopeado!– se les escapó al flaco.

Lunático entró primero, y medio hocico detrás Centurión cruzó el disco, vencido.

–¡Perdimos cagando! Ni vale la pena esperar el fallo de los jueces– sentenció el flaco, y agregó– ¿Viste hacia dónde se fue la colorada?
–¡Me estás cargando, flaco! ¿Qué carajo me puede importar a donde se fue la colorada? Se debe haber mandado a mudar ¡Soy boleta, no me sacan ni con grúa del horno!
–¿Viste o no viste para dónde se fue la colorada? –y se perdió entre la multitud que iba a ver como le ponían la chaquetilla al Pulpo Leguisamo.
Toti se arrodilló. La cara de la Paca llorando recriminatoria; la cripta de la vieja que tendría que vender; los muchachos de la feria preguntándose por qué dejaba la casilla. Su cuerpo lentamente cayó sobre el cemento del palco, y sus lágrimas comenzaron a mojarle la comisura de los ojos.
–¿Cuánto le pusiste a ese matungo?
Toti reconoció la Voz. Levantó la vista sin dejar de apretar los boletos en su puño y vio la silueta del Zorzal Criollo a contraluz del sol.
–Todo. Cuatrocientos pesos. El honor.
–Hoy ganó Lunático, mi caballo, por novena vez consecutiva. Es un día de fiesta –le extendió la mano con un billete verde agua–. En la próxima corre Botafogo. No puede perder, y por lo menos va a pagar cuatro pesos –dijo perdiéndose como había llegado.
Toti miró el billete de cien pesos con la imagen de la República con antorcha y escudo, se paró y comenzó a caminar hacia la salida del hipódromo.
–Esta tarde lo hago enmarcar. ¡Qué pena que no me lo firmó! ¡Carlitos carajo, si estuviera la vieja!

Texto agregado el 14-04-2006, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
14-04-2006 Hermoso cuento realmente. Muy acertado el tono y la forma en la que está contado. CK CocinasKenia
 
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