Todos estos años juntos
Debía apurarme. Pero Tony no quería dejarme ir.
-Si quieres seguir viéndome, no me presiones-dije.
No sabía lo que sentía por él. Busqué a tientas entre mis sentimientos y encontré una sensación de plenitud que no sentía con nadie. Que me despertaba cuando creía que era imposible que alguien pudiera hacerlo. A veces me reprochaba por no dejarlo. ¿Qué pensarían en mi casa si lo supieran? Movía instintivamente la cabeza para alejar esos pensamientos.
Tony me ayudaba solícito a prenderme el corpiño y me acariciaba al hacerlo. Tomaba los senos con suavidad, me besaba en el cuello y se apretaba a mí. Sucumbía a sus caricias con el consiguiente contratiempo: Llegar tarde a casa.
El tráfico infernal a esa hora me retrasaba aún más. Manejaba nerviosa. Las mangas de la tricota con el dobladillo hacia arriba me decían que en el apuro me la había puesto al revés. La prisa y el peligro de ser descubierta me excitaban levemente.
Debía tranquilizarme para no causar accidentes. El seguro del auto había vencido meses atrás y no lo había renovado. Creía que no me importaba que se descubriera mi doble vida. La verdad, no estaba segura. Tony no me amaba. Yo tampoco. ¿Entonces qué hacía con él los martes y jueves por la tarde? Obvio lo que hacía, pero me refería a mi futuro. No me interesaba, en realidad. Estaba viviendo el ahora, el ya. Debía reconocer que sentía una atracción animal que terminaría de un momento a otro. Claro que me había dicho eso tres meses atrás. Los bocinazos de los autos me sacaban de mis pensamientos. Cruzaba uno o dos semáforos en rojo para no llegar tarde.
El garaje estaba vacío. Me alegré, eso significaba que nadie estaba en casa: Ni Isa ni Danilo.
Me miré en el espejo ovalado del comedor y me pregunté ¿Esa soy yo? Una mujer de mediana edad, bonita y de ojos alegres. No me sentía así, pero lo parecía.
“Déjate de pensar, Fiorella, y prepara la cena”
Reía, sin saber por qué.
Antonella me dijo que estaba embarazada. Como si me dijera que le gutaban los helados de chocolate. De golpe y sin anestesia. Tenía 20 años. Yo le duplicaba la edad. Pero eso no sería nada si no fuera casado. .Y ella lo sabía. Lo que ni desconfió era que no la quería. Tal vez nunca la quise. Sí, al comienzo, quizás. Después me pareció insulsa. Pero cómo decírselo. Parecía tan entusiasmada. A veces, cuando sonreía, y se le formaba ese hoyuelo en las mejillas, me enternecía y sentía algo por ella. No sabía qué. Estaba lleno de dudas. En realidad, no me veía comenzando todo de nuevo. ¿Valdría la pena? Y estaba Fiorella. Todo muy frío entre nosotros. Yo, siempre estaba cansado. Ella, con mucho dolor de cabeza, lo normal, bah, en una pareja con casi veinte años de casada. Nos queríamos, pero la rutina, esa presencia venenosa en las relaciones de dos personas, lo gastaba todo.
Tantos años juntos, aburrían a cualquiera. Pero no podía negar que había lindos recuerdos.
Los sollozos de Antonella me sacaron de mis reflexiones. La consolé de alguna manera. Entre besos, lágrimas y suspiros, pospusimos por unas horas la conversación seria que debíamos tener.
-¿Cómo te fue hoy?- preguntó Danilo con tono neutro.
-Bien- respondió Fiorella-si no tuviera en cuenta lo terrible que fue el tráfico al volver. Comieron en silencio. La televisión estaba encendida y les llenaba el vacío entre los dos con noticias de todo el mundo. Ninguna agradable, desde luego.
El se veía muy interesado sobre la guerrilla en Colombia y ella pensaba que algún día sacaría el aparato del comedor.Para romper el silencio compartido con alguna queja o con lo que fuese.
Fueron al dormitorio y se acostaron, siguiendo el rito de siempre: el leyó el diario y ella un libro. El saludo de buenas noches de Danilo fue tímido, y el de ella acompañado de un bostezo. Ambos sabían que como la mayoría de las noches, ni se besarían.
Realmente no sabía qué hacer. Nuestro matrimonio no funcionaba. ¿Tendría yo la culpa? Tal vez era muy fría con él. Tuve la intención de ser cariñosa, pero en el baño, me había dado cuenta que sería imposible. Vi los moretones. Uno cerca del pezón y otro en el cuello. El seno derecho tenía las marcas de dos dientes. Tony, ni que fuera un caníbal. No podía arriesgarme a que viera todo eso. Esta semana decidiría qué hacer. Con Danilo. Y con Tony.
Debía acabar con esta situación. Fiorella notaría mi frialdad. ¿Qué digo notaría? Ya la notó. Anoche pensé hacerle el amor, pero no pude. Me di cuenta antes de intentarlo. Antonella se había encargado que eso me fuera imposible, con sus caricias por la tarde.
Esta semana decidiría qué hacer. Con Fiorella y con Antonella.
Isa no esperó a sus padres para desayunar, el autobús pasaría temprano para llevarla a la universidad.
Fiorella tomó el café con leche en silencio. Danilo dobló en dos el diario y lo puso sobre la maesa. Se sacó las gafas, la miró y dijo:
-Tenemos que hablar.
-¿Sobre qué?
-Sobre nosotros.
-Ah.
Cayó el silencio sobre la mesa. Ambos se levantaron y se prepararon para ir al trabajo.
Tony estaba furioso. No quiso romper. Que no había terminado nada. Que terminará cuando él quiera. Y ahora no quiere. Dije que desde el comienzo sabíamos que esto acabaría de un momento a otro. Y este era el momento. Lloró. Me enternecí, pero no lo demostré. Dijo que me amaba y que no lo dejara. Me rogó, me suplicó. Pero fui inflexible.
Antonella me esperaba. Temblaba al recordar sus palabras: “Algo importante ha pasado”. No me imaginé qué podía ser. Para mí sería importante que perdiera al bebé. Sonaba cínico decirlo pero era la verdad. Mis deseos se cumplieron. Decidí cortar por lo sano. Dejarla. Ella estaba muy cariñosa, sin embargo, apenas respondía a sus requerimientos. Le dije que todo había terminado. Ella lloraba y la consolé con palabras falsas. Sabía que era la última vez que estábamos juntos. Pero no sentí pena. Sólo alivio.
-¿Has sacado la TV?
-¡Qué pregunta tonta! Claro. Me fastidiaba que la miraras a cada rato.
Danilo no dijo nada. El silencio que se hizo fue tranquilo. El corcho de la botella produjo un sonido alegre y festivo.
-¿Champagne? ¿Celebramos algo?
-Sí, todos estos años juntos.
-Y por muchos más.
Después del brindis, se dieron un beso, que dio inicio a todo, como antes.
Pensé que no hay nada como la seguridad que da el matrimonio. Para evitar líos no acudiría a la cita con el nuevo siquiatra de la empresa. Era muy, muy guapo. No iría. Aunque era una tentación.
No contestaré las llamadas telefónicas de Elvira. La conocí por accidente en el shopping, donde trabaja por las tardes.
Pero no podía negar que era muy atractiva. La eludiría. Por ahora.
-¿Por qué dices que volverás tarde hoy?
-Porque tengo cita con el siquiatra.
-Bueno, no te preocupes, yo iré al Shopping y traeré todo para la cena.
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