Rafael camina apresurádamente por las calles de Valparaíso. Comienza a llover. Apresura el paso y sube por la primera calle, dobla, luego otra más, hasta llegar a un pequeño parque solitario. Su poncho gotea. Mucha gente en un dia de invierno como este tendría frío, y aunque Rafael lleva un poncho, nunca tuvo frío. Para él, todos los días son agradables. Esta solo, dudando de su próxima acción. Cualquiera pensaria que con este viento, un niño de su porte sería empujado, pero Rafael permanece firme, como si sus pies fueran parte del suelo y su cuerpo otro árbol más en el parque. Una ráfaga de viento lo empuja, y para sorpresa nuestra, lo arroja sobre las rejas, o al menos así parece. Pero Rafael se ha tirado por su propia voluntad, y ahora, suspendido en el aire unos segundos por el viento, abre sus majestuosas alas bajo el poncho y comienza a moverlas cada vez más rápido. Rafael se eleva a una velocidad sorprendente, para esconderse en las nubes. Sus hermosas alas cortan el viento, suaves y ligeras como agua, pero duras como el acero. Rafael no es un niño normal, es un hombre alado. O bien podría ser un ángel, pero si me preguntan que vino a hacer, yo no sabría que contestarles. |