Nunca olvidaré ese comienzo de fin de semana. Caminaba común y corriente, un poco aprisa, pues me esperaban mis amigos para jugar, después de agúantar una semana de clases en el colegio de curas, que fue demasiado estricto, con nosotros, sus pobres víctimas.
Al lado mío, vi un niñito de unos seis años, que jugaba con su perrito. Se acariciaban y el perrito lo meloseaba y le gustaba que su amiguito lo molestara. Todo parecía normal esa tarde del viernes, cuando, de pronto, mierda, me di cuenta de que aquel niñito tenía toda la cara quemada.
Me entristeci. lloré y me amargúé demasiado. Todavía recuerdo dicha escena con pavor. Sin embargo, comprendí porque schopenhauer alavaba tanto la amistad de los perros.
Ese día, viernes cultural, me esperaban mis amigos en mi casa. les conté lo que me habia pasado y les di una clase de historia sobre Ulises y su gran perro fiel y honrado, más que penelope.
Ahora entiendo porque, mis compañeros de bachillerato, después de veiente años, vinieron a buscarme en tres carros repletos de ex-colegas y discipulos. Sin embargo, no puedo evitar sentirme mal, cuando me acuerdo de aquel niñito y su fiel perro. |