"La vida es una tragedia a la que asistimos como espectadores durante un rato, y luego desempeñamos nuestro papel en ella" Swift
El extraño sujeto caminaba por los senderos del parque; de la misma manera lo había hecho desde las diez y hasta las doce de cada mañana, los últimos ocho o diez días. De los andrajos que de alguna manera servían de vestimenta, se apreciaba sólo algún color oscuro, indefinido, pardo desagradable. Sobrepuesto, siempre con los brazos fuera de las mangas, un abrigo largo confeccionado para dama, pardo lamparoso; con toda seguridad nunca lució igual cuando lo portó elegante mujer en noche de gala. Enredado al cuello, un feo colgante de algo que pudo haber sido, en tiempos remotos, la piel de alguna especie animal perseguida sólo por estar cubierta de suave y brillante pelo.
De espesa y enmarañada barba cenicienta que nunca barbero conoció, mezclada en algún punto de la cara con gruesos cabellos colgantes desde la cabeza; un par de ojos claros asomaba cual mirada de tigre, acechante siempre entre la espesura de la selva, parecía aguardar el momento para lanzarse sobre la presa. Su mirada era profunda, sin dejo de malicia, tampoco de amargura, aunque se adivinaba que la vida lo había prodigado de muchas malas pasadas; ¿quién lo hubiera imaginado agradecido de vivir?
Nadie conoció nunca su procedencia, nadie adivinó su edad, mucho menos lo llamaron por su nombre, nadie sabía lo que ocurría con él después de las doce de cada mañana, porque a nadie interesa un sujeto así, a no ser a la docena de señoras que lo observó siempre, con ojo desconfiado, vigilantes para que no se acercase en demasía a sus pequeños juguetones, quienes se mecían en los columpios o trepaban al tobogán y reían en el sube-y-baja.
En ocasiones lo miraron con harto asco cuando hurgaba entre la basura hasta encontrar algo digerible; se alarmaron cuando levantó del suelo alguna colilla de cigarrillo que se prestara para exprimir la última fumada, o beber del agua reciclada de las fuentes brotantes que alegraban el parque. Sentado en una banca, gustaba de observar el juego de los pequeños, y no pocas veces alguien expresó sus "bien fundados" temores por la presencia de "tan repugnante" sujeto.
Las señoras acudían con los críos que no alcanzaban edad para asistir al colegio, formaban corrillo y transcurría una, dos horas; los pequeños corrían, iban y venían, trepaban... y hasta rodaban por el suelo en sus alegres carreras, cual debe ser con todo niño sano; las madres interrumpían su amenísima charla, iban en auxilio al grito del chamaco; un raspón, las más de las veces, era lo único que lamentar.
Esta mañana había sacado del bolsillo del abrigo una manzana, una manzana grande, roja y reluciente, en nada parecida a lo que solía encontrar dentro de los basureros. Y mientras la frotaba con esmero y refrotaba en el sucio atuendo, las mujeres murmuraban, siempre murmuraban.
--Seguro la robó en el expendio de la esquina, así son esos hombres.
--Habría que dar parte a la policía antes que se apropie de algo de más valor.
--Siempre lo supe... ese hombre no es de fiar.
--Escuché decir que en donde vive guarda objetos que son robados.
--Y yo supe que llegó para ocultarse, porque debe alguna vida.
--Seguramente la de un hombre de bien que se resistió a ser asaltado.
--Me contaron que es un roba chicos, debemos tener muchísimo cuidado...
De lenguas tan veloces como incansables, siempre hablaban, hablaban al unísono, sin practicar la sabia acción de escuchar... Agotado el tema, pero sin haber llegado a una conclusión, porque nunca la tenían, alguien dio un giro a tan inútil conversación; recordó que estaba próximo el final de la telenovela más exitosa de los últimos tiempos: "Del barrio al palacio".
--Yo pienso que Marcos Aurelio se va a casar con Blanca Margarita.
--No, Dios no lo permita, Blanca Margarita tiene que descubrir a tiempo que Marcos Aurelio es un canalla ¿qué no ven lo mucho que ha hecho sufrir a la pobrecita?
--Sí, así debe ser... y todos sabrán que Ricardo Manuel no es tan malo como creen.
--Yo estoy de acuerdo...
Y así dejaron de ocuparse de aquel hombre que sigue lustrando su manzana, lustra y lustra, aunque no se aprecie intención de degustar el manjar, como si la disfrutara sólo con la posesión.
Sólo una persona se percató del momento cuando el más pequeño de los críos, el que apenas daba sus primeros pasos sin ayuda de mamá, trepó por la escalera del tobogán y llegó hasta lo más alto, sólo para descubrir que sus manitas no eran lo suficientemente diestras para sostenerse por mucho tiempo. Ese alguien que se percató fue nuestro raro personaje, quien de inmediato se puso alerta; como las señoras seguían ocupadas en su bla... baal... baal..., se lanzó en auxilio del infante dejando caer su preciada manzana. Apenas llegó a tiempo para sostenerlo, prácticamente en el aire. Del cuerpecito indefenso brotó un chillo desesperado al sentir que se caía, y las mujeres volvieron el rostro para descubrir al pequeño en brazos del vagabundo.
--¡El niño! --gritaron al unísono.
--¡Mi hijo... deje a mi hijo!
--¡Auxilio... se roban al niño!
Todas opinaban al tiempo que corrían hacia el punto de interés.
--¡No se lo lleve!
--¡Policía, que venga la policía!
Un par de sujetos salieron de no se sabe donde y enfrentaron al hombre hasta arrancarle a la criatura; y luego, golpes y patadas despiadados cayeron sobre quien no alcanzaba a comprender lo que ocurría. Tendido en el suelo, sangrante, lo encontró la policía cuando llegó al lugar. Y todos lo señalaban y lo insultaban, las mujeres lo condenaban.
La madre del pequeño desmayaba entre sus amigas, la impresión había sido mucha.
--Siempre lo dije, ese hombre no era de fiar, algo estaba tramando.
--Ya no puede una andar tranquila en la calle.
--¡Qué bueno que estábamos atentas!
--No se puede una descuidar ni un instante.
Cuando esposado lo retiró la policía; con la mirada buscaba por el suelo... y vio su hermosa manzana, estaba reventada a pisotones recibidos en medio del tumulto. Una lágrima se perdió entre la espesa barba.
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