Al Cerro San Cristóbal.
Por CALARA:
De mi Santiago natal,
¡oh, portentosa atalaya!
desde el barrio de mi infancia,
mis ojos ya te admiraban.
En tus ribazos hoyosos
ignorando la cordura,
yo disfrutaba, curioso,
tus riesgos y tus verduras.
Retozando en tu regazo,
cual un cachorro salvaje,
bendije lo bello y fresco
de tu benigno follaje.
Y tú también, cual monarca,
desde tu grandiosa altura,
coronado por las nubes
ora claras, ora oscuras,
con auras crepusculares,
en mis primeros veranos,
esperabas que subiera
por tus empinados tractos
para, posado en tu cima,
ver las calles de Santiago
ofrecidas a tus pies
como si largos estrados;
yo, cada vez menos niño,
cada vez más largo el tranco,
cada vez menos ingenuo;
tú, cada vez menos alto...
Con orines y sudores
de mis andanzas pueriles
yo humedecía tus suelos;
vida te di: los bebiste.
Mi odisea era ascender,
escalando, a tu terraza;
y mirar desde allá arriba
a las de abajo, humilladas.
Ilusión de miniaturas
de ese urbano panorama,
le ofrecías a mis ojos:
maquetas policromadas.
¡Oh, cerro de mi niñez!:
en mi ancianidad cercana
"treparte" en funicular
será mi postrera "hazaña".
(Si Dios lo permite.) |