El mesias, regresó tal como lo había prometido, retornó levitando en su trono respladenciente sobre una nube argentada mas liviana que el propio viento, tal como estaba escrito. Un día después, debajo de la bóveda primorosamente decorada, los patriarcas de la iglesia decidieron reunirse a presentarle, balances y cifras de su gestión, sumando beatos y descontando herejes, apostátas y excomulgados. Él no quiso interrumpirlos, mas sin embargo una vez finalizó el sencillo homenaje que le tenían preparado, encabezado por auténticos discipulos de Farinelli y Caffarelli, les increpó duramente con una verdad tan antigua y dolorosa como olvidada. En silencio y sonriendo, los patriarcas, victimas de una inocultable inclinación de su corazón a la siniestra, se vieron en la obligación de volver a asesinarle, tal como luego dijeron que se había profetizado.