Llegó una carta escrita en el pasado. No se trata de un recibo perdido en alguna oscura oficina de correos y que tras mil vericuetos llegó a su destino. No es esta una historia del trágico retraso ni de la fatal casualidad. Solo son unos folios firmados por alguien que habita en el tiempo, que fue hace años, para quien el tiempo se detuvo trágicamente, aunque no del mismo modo que para su amiga.
¡Querida Ana!
Lo cierto es que no sé cómo dirigirme, te has hecho tan famosa que provoca respeto. No estoy absolutamente segura de que te acuerdes de mí. Soy Carolina, la chica que tenía tres hermanos pequeños y que estaba en el mismo barracón que tú. Sí, esa a la cual le contabas ese mundo propio que creaste de obsesiones y personajes complejos.
Pasaron los años, y cuando conseguí localizar a mi único hermano vivo, nos fuimos a vivir a Yugoslavia. Me casé, nos fue bien, tan bien que la empresa que teníamos fue creciendo tanto que era increíble. Todo eso lo conseguimos gracias a mucho esfuerzo y trabajo. A eso y a que éramos un apoyo importante para un tal Slobodan Milosevic. Hizo cosas terribles pero aun así nosotros le apoyamos. Al principio era únicamente por el dinero, pero pasamos a creer firmemente que lo que decía era lo correcto.
Mientras todo esto sucedía tuve un hijo, al cual no tenía demasiado tiempo de ver por que tenía que servir al señor Slobodan. Pero creció grande, fuerte y bastante inteligente. A medida que se fue haciendo mayor misteriosamente nunca coincidía en opinión ni conmigo ni con mi marido. No se le podía explicar nada. Cosas de jóvenes, pensábamos.
Ahora mi hijo no comprende ni espera una respuesta. Sería inútil explicarle que con los años, el lenguaje, nosotros, hasta nuestro nombre cambia.
Por otro lado, si algo me ha enseñado la vida es que se regresa a los viejos amigos a pesar de todo. El motivo de esta carta es…es… bueno, ¿Alguna vez has tenido esa sensación de que vemos el tiempo pasar y que estamos convencidos de que todo va bien sin tener prueba alguna de ello?, pues yo la tuve esta mañana.
El caso es que hoy al despertar, tuve un sentimiento extraño, sentí como si el mundo siguiera su marcha y me dejara abandonada en el olvido. Pero de una manera desconocida ese sentimiento me condujo a darme cuenta de que me he preocupado tanto por cosas sin importancia, que no he sabido atrapar los momentos importantes en mi memoria.
Esta mañana mi hijo venció, consiguió convencerme no de que sus ideas eran las correctas, sino de que las mías no lo eran. Como dijo el poeta, hay derrotas que le vencen a uno, hay muros en el camino que solo con encontrarlos suscitan cansancio y desaliento, abordando hasta el deseo de afrontar una nueva senda.
Esta mañana mi hijo murió, en una protesta contra la misma persona que “me había estado ayudando durante todos estos años”. Directamente dispararon y la misma indiferencia que sentía yo cuando veía a las madres de otros niños fue la que mostró este señor por nosotros. Cuando vi la mirada de las demás madres que acababan de perder a sus hijos me recordé a mí misma, buscando desesperadamente algún familiar vivo y el odio que sentía por la persona que había provocado mi sufrimiento y por las que le apoyaban. Y en ese preciso instante me di cuenta que durante todos estos años yo me había convertido en ese tipo de personas que tanto odiaba. Me había dejado llevar por el dinero y las comodidades, y lo peor de todo es que no era consciente de ello. Puede que al principio sí, pero después me fui engañando hasta el punto de creerme mis propias mentiras.
Mi hijo siempre me decía, imagina el día de tu funeral, con todos tus amigos en el. ¿Por qué te gustaría que te recordaran?, y yo siempre le contestaba, que no dijera tonterías. Ahora sé que no eran tal cosa. Todos sus amigos le recuerdan por su firmeza al defender lo que él creía justo, a pesar de que todo su entorno le condujera en dirección opuesta. Sin embargo a mí no me queda ni el recuerdo de su infancia, no le vi crecer y le intenté educar en unos valores no solo brutales y equivocados, si no también despiadados.
Únicamente te escribo para decirte que pronto me reuniré contigo, mi cuerpo no soportará esta tristeza mucho tiempo más. Necesitaba hablar con una buena amiga aunque su cuerpo no esté entre nosotros. Dejo estas palabras al cuidado de las olas y así seguro que algún día podrás leerlas en el momento en que lleguen a la rayita que toca el sol.
Muchas gracias por tu cariño mientras estuve contigo.
Carolina
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