Enfiló sus suelas por las sucias callejuelas del centro de la ciudad. La mirada extraviada en un punto inconsistente, inefable.
—¿Qué ciudad, qué callejuelas? ¿Dónde estoy? —Se preguntó Fernando sin responderse y continuó caminando. Entre los claroscuros de su mente, que oscilaba entre una blanca excitación, acuosa como leche, tensando sus músculos, y la oscura desesperación de lo irremediable, del abismo más absoluto, surgían imágenes inconexas, relámpagos de luces impactates que develaban escenas desgarradoras.
Horas atrás era un ser normal, tranquilo, apático, solvente. Hasta hace un instante se hacía cargo de su vida y su destino. Era dueño de su felicidad efímera y la desdicha que le brindaba Irma, su esposa, la ninfa de sus sueños, que lo engañaba o él atisbaba que lo hacía. “Sin certezas hay esperanzas” solía engatusarlo su alma para no enfrentarse a la realidad cruda y objetiva. “Cuando se ama, todo se tolera” volvía a decirle su yo interior que evitaba todo sufrimiento, toda posibilidad de pérdida.
¡Como cambia el mundo en un instante! La vida se revuelve, se confunde y lo aplasta. Termina por devorarlo, por engullir golosamente sus sueños torciendo su destino hasta romperlo. Basta un momento de obtusas decisiones para que un velo negro, impensado y desconocido le cubra por completo. Así es la vida, horas atrás desempeñaba concentrado el trabajo en su despacho, proyectando viajes de negocios y regalos de navidad, pensando en Irma y en la velada nocturna con la que esperaba sorprenderla, reencantarla, revivir la pasión en el cuerpo lozano y turgente de su amada, la pasión que sus desgastados años le retaceaban y que no podía compensar con raudales de dinero, con joyas fabulosas, con estrellas relucientes. Basta un momento de obtusas decisiones...Basta sólo una llamada...El ring del aparato trasmite la monótona melodía y Fernando, a su pesar, toma la llamada.
Ni un minuto siquiera permanece el auricular en las manos de Fermando mientras su rostro va demudando, adquiriendo tonalidades escarlatas y cenicientas. Sus ojos se abren y luego vuelven a oscurecerse mientras coge del cajón el frío metal. Se enfunda en su gabán y sale en búsqueda de la dirección señalada.
Su mente va girando como un tiovivo, una seguidilla de imágenes desfilan ante sus ojos mientras transita ausente por las calles convertido en un autómata de su propio destino.
Al momento de ingresar al local Lo aplasta la oscuridad y el calor sofocante de los cigarrillos. Mira al escenario y la ve, desnuda, excitante, provocativa, bailando, agitándose al ritmo de una música barata. Ella baja, lo ve, trata de huir. El sujeta su brazo con fuerza mientras ella masculla por lo bajo. La lleva a un apartado, cierra las cortinas y clava en su carne turgente, lozana, llena de vida, la hoja de la muerte. Se ensaña ante el gemido ahogado de su musa, y vuelve a hundir, a desgarrar en cortes largos y profundos la carne que antes gozara, la piel voluptuosa que, como nunca, ahora es suya. Casi por instinto, deja caer el cuerpo inerte que lo mira con ojos grandes y sorprendidos, anegados en un líquido viscoso y rojo como el velo de su mente.
Sale sin recordar lo que pasó. ¿Será posible?. No sólo la ropa ensangrentada lo delata sino el alboroto que ha dejado atrás. ¡Qué importa! La tarde es fría y la ciudad desconocida, el tiempo no existe, el futuro es una elucubración de los alquimistas. Atrás, cerca, muy cerca, el ruido estridente de las sirenas lo van cercando aunque él no se de cuenta, aunque su mente gire en torno a su musa, a la velada nocturna, a la pasión. Cuando por fin le alcanzan, lo revuelcan sujetándole a las muñecas las esposa, sólo se le oye decir: “Tengo que sorprenderla esta noche.”
|