Cuando apenas tenía 15 años, tenía por vecino a un señor alto y delgaducho que muchas veces veía hablar solo cuando pasaba por el frente de mi casa.
¡Ya lo visitó el alemán!(entiéndase: Alzheimer) dijo mi hermano menor en tono burlesco. Realmente era así. El señor padecía de Alzheimer, es decir, demencia senil o locura de los ancianos. Era triste verlo así.
Un día, su nieta(que era mi amiga), me dijo que lo intervendrían quirúrgicamente a su abuelo, porque al parecer había desarrollado cáncer, pero tenía que operarlo para saber en qué grado o estadía se encontraba dicha enfermedad.
Triste fue la noticia luego de la intervención quirúrgica. Al señor lo abrieron y lo cerraron. No había nada que hacer: tenía cáncer generalizado y estaba desahuciado. Sólo 2 meses de vida le dieron los médicos. Consultaron con otros especialistas con la esperanza de poder hacer algo por mejorar su nivel de vida. Tuvieron la misma respuesta y sólo quedaba esperar la muerte del anciano.
Él, por su parte, seguía caminando erguido y yo lo miraba con cierta lástima. Continuaba hablando solo. Unas semanas después escuché -cuando pasaba por el frente de mi casa- que hablaba con su amiga imaginaria y le decía: " Sí hija, ya estoy bien. Me operaron y me curaron. Ahora estoy bien, no te preocupes".
Sentí hasta compasión por aquel viejito: el cáncer, el alzheimer, todo se le había venido encima.
El anciano tenía 70 años cuando lo operaron. Murió a los 84 años víctima de un infarto al miocardio. Nunca más subestimé el poder de la mente en un anciano, aunque éste padezca de Alzheimer.