A pesar de mi paso lento, me veo en la necesidad de llegar a la tienda a como dé lugar: no soy obeso, no sufro de arritmia ni de soplo, no hay en mí ni asomo de paranoia o esquizofrenia, no me desvelo, duermo muchas más de las horas que necesito (sólo porsiacaso) y aún así todavía el objetivo está media a cuadra. En mi época escolar practicaba muchos deportes – es increíble lo rápido que pasa el tiempo y el buen estado – sin embargo, y en nombre de lo último de mi resto físico – ese que con hidalguía llevé hasta antes de descubrir las fiestas, el alcohol y el cigarro – le doy el título de Causa a esta empresa recién emprendida (esa que me llevará y regresará de la tienda) y todo por un antojo. Vaya si no es mal momento para que mi abuela no esté en casa. Hecho que me lleva a pensar dos cosas: es la última vez que me permito obedecer antojos cuando mi abuela no está y ¡demonios, qué flojo me he vuelto!
No salgo mucho; no a menos que sea necesario. Antes salía a la esquina a conversar con amigos pero ya eso quedó atrás: si voy a perder el tiempo, lo haré cómodamente, y mi cuarto es un lugar excelente para satisfacer a rienda suelta mi uso excesivo de la flojera. Dicen que la flojera es una enfermedad contagiosa, progresiva y mortal, más aún, que en un grupo de personas la flojera tiende al equilibrio. Sin embargo, a pesar de lo que digan y piensen: la combato. No lo hago por asuntos moralistas – no sufro de soplo tampoco de idealismo – lo hago porque no se debe permitir que otro compita con uno hacia el equilibrio de la flojera: simplemente no. Sino, ¿quién hará por nosotros los trabajos poco importantes de la casa, o de la oficina? ¿Quién contestará el teléfono los domingos por la mañana? ¿Quién lavará las tasas cuando la empleada esté de descanso y la abuela en reunión de té con las otras abuelas que también desatienden a sus adorables nietos por hablar de Dios y demás vecinos? ¿Quién hará la cama? ¿Quién le bajará el volumen a la tele al hermano mayor? ¿Quién? ¿Quién nos irá a comprar los dulces? Frase memorable: “la tendencia al equilibrio de la flojera es un peligro para la consistencia y hegemonía de nuestra propia flojera. Cuidado.”
Mi hermano mayor fue flojo hasta que consiguió novia y la tenia metida todo el tiempo en la casa. Dicen que donde comen dos, comen tres, y algo me chorreaba por hacer un par de gracias que consistían en despertar la risa, y por ende hacer que mi hermano trabaje para mi provecho. No me interesa aparentar ser una familia linda y feliz, no a menos que me resulte rentable, lo reconozco: soy un mercenario, un corsario, tengo mi alma en venta todo el tiempo y no es muy cara. Hoy por hoy, ya no hay hermano mayor, se lo llevó otra novia que también alimentó mi prostituta gracia. No lo extraño. Exceptuando a un par, extraño a sus novias.
Pero, ¿cuál es la clave para ser tan flojo? No creo que ser el menor de la familia. Eso no me trajo demasiados réditos. A veces pienso que la flojera ha de ser una anomalía muy peruana, y que cuando me topo con alguien emprendedor, es de esperar que otras nacionalidades corran por sus venas. Es el argumento más estúpido que he podido argüir, pero resulta con mi abuela, pues ella exalta todo lo que venga de afuera, admirando la Europa que atrajo a Vallejo, a Zsyslo, a Scorza, a Ribeyro, le encanta verlos retratados en calles llenas de casitas a lo Hans Christian Andersen o en establos donde reposan rocinantes sobre quijotes o villanos sobre templarios; ok, yo vendo mi alma a un par de favores rutinarios, ella vende la suya hasta la edad media. Con esto respondo a mi pregunta, la clave para ser tan flojo radica en saber explotar ese lado que exalta el ego o el ánimo del resto: mi hermano fue más “lindo” por tener un hermanito “lindo” al que atendía muy “lindamente” dándole idea a sus novias de cómo sería él de “lindo” con sus propios hijos, engatusándolas por el lado que les agrada: los niños; y a mi abuela, a ella vasta con hacerla sentir – aunque muy peruana – que atiende y labora en la casa como toda una nona querendona, tan empeñosa como para fundar diez romas y tan fuerte e infatigable que Dios atenderá con larga vida sus favores. La flojera es flojera porque la abuela es escéptica pero muy callada, como la Nanny del Conde Pátula, pero obvio, cuando el garbo europeo debe prevalecer a la juiciosidad peruana, está claro que no se funda ninguna Roma si antes no se amamanta a Rómulo y a Remo; alguien tiene que ayudarlos a crecer.
Entiendo que debo dejar la flojera, pero da flojera dejarla. Para madurar no debo empezar por trivialidades como dejarme crecer el bigote como el personaje principal de Jean-Paul Sartre en Infancia de un Jefe. Deberé empezar por algo que realmente me conduzca a un cambio de actitud, como toda esta reflexión por ejemplo, eso es, me volveré más reflexivo: odio que las hormigas se suban al teclado de la computadora, han de estar aquí por los restos del chocolate que compré en la tienda… ¿quién limpiará ahora este desastre?
|