Ustedes van a creer que no estoy en mis cabales o que simplemente deliro, o que no tengo que hacer nada en todo el día. Algo de eso debe ser cierto, así por lo menos lo confirman las miradas circunstanciales de mis vecinos " y ciertos mentarios que creo adivinar".
Sucedió hará unos tres años atrás, no recuerdo con exactitud porque la memoria me esta fallando cada vez más, "en un baldío sin dueño conocido", al lado de mi casa y cerca de por medio, una parejita recien juntada, se instaló en una casita prefabricada de madera. Ella según se le caían las medias y su pudor y verguenza, oscilaba los catorce. El por sus facciones imberbes, dieciseis.
Carmen, ostentaba una carita angelical " y un aire de virtud" o "virginidad", aunque por su abultado y prominente vientre denotaba que ya la había perdido. Igual fresca estaba su inocencia.
Caminaba lentamente, con una ingenuidad prístina, siempre mirando hacia abajo, por miedo como temiendo a perder ese almohadoncito que había engendrado tras un arbusto junto a su novio.
Pienso ahora al recordarla como era entonces, que entre ellos, aparte del sí para copualr, no habrían intercambiado mas de dos palabras bien hilvanadas.
Por eso, ni bien apareció, con esa languidez al hablar, me dió pena, Ella venía a preguntar por mi salud, si necesitaba algo, o si quería que me hiciese algun mandado, y de paso a pedirme un poco de arroz, un pancito o si tenía algunas ropitas usadas para darle. Algo encontré en mis baúles viejos, así que se los dí todos cosa que agradeció con devoción. Otro día me pidió que le cosiera algunas prendas que exhibían agujeros de tantos lavados. Las cosí por pura manía de remendona. La empecé a mandar a la farmacia a comprarme los remedios que me había prescripto el médico.El tiempo fue pasando hasta que nació su vástago. Una pequeña llorona, igual que ella de frágil e indefensa.
A esta altura, yo ya le lavaba los pañales de la querubina y los tendía al sol para blanquarlos (descartables no había). Por la mañana ella me hacía las compras con mi dinerito, me daba los remedios y a la tarde yo cuidaba a la nena por algunas horas. Carmen salía todos los días, pero no me decía adonde iba ni yo se lo preguntaba.
Cuando nació el huesudito, y peludito Damián, no recuerdo bien la fecha pues me esta fallando la memoria otra vez, fue que tomé la decisión. No tengo a nadie en el mundo, ni nadie querrá acercarse a ayudar a esta pobre vieja. Salvo la buena de Carmen. Entonces hice testamento a su favor , esa pobre desvalida, aunque ahora distaba mucho de serlo.
Fue poco después de eso que mi salud empezó a desmejorar y fui comprendiendo que Carmen no tiene vocación por la verdad. Le gusta inventar, falsear, tergiversar todo y cuanto le dicen. Miente al contarme de su familia y miente en cualquier bobería, en lo que comia la nena, por ejemplo, que según ella una barbaridad. Pero se olvidaba que la que le daba de comer era yo. Los cosméticos abundan en mi casa, como si yo saliera pintarrajeada como un un payaso. La risa de la nena me viene fastidiando. Es punzante, cortante, igual a la de su madre, hiriente y provocativa. Siento una total desazón, un dolor punzante, me parece que alguien me está perjudicando impunemente, o serán acaso manías de vieja. El tiempo pasa y aquí estoy escribiéndolo todo. Las ideas se me confunden y me mareo un poco. Menos mal que Carmen me cuida y ya esta por traerme la medicina que me recetó el médico, aunque estas pastillas no son del mismo color... |