Rosa amaba su hijo, con toda pasión. Era su creación, suya sola, porque ella lo había llevado en el vientre durante nueve largos meses de idas y venidas, de mareos y vómitos. Posiblemente Rosa hasta sabía el día en que había sido engendrado, pues a partir de la fecha dejó de de mirar a su marido, aunque seguían durmiendo en la misma cama por pura comodidad. Pascual, mascullaba por la casa, ni bien volvía del almacén donde trabajaba. `Parecían lamentos, por momentos y otras veces rezos inconclusos. Rosa hasta había olvidadose de hacer la comida para Pascual. Ni bien escuchaba sus pasos, se dirigía hacia la cocina, prontamente a rescatar algun resto del día o semana anterior, añejo e incomible y con desdén lo depositaba sobre la mesa sin mantel ni cubiertos. Luego se retiraba a meditar y pensar cuán bello y musculoso sería su hijo varon. Rosa no tenía ninguna duda del sexo del feto. Ella no daría una hembra más a la humanidad. Llorona y quejumbrosa habían sido sus siete primas, hermanas, menos ella. Desde chiquitita sabía que tenía una misión y algun día podría llevarla a cabo. Aparte de eso, su existencia había sido gris y monótona, mediocre y tristemente pobre avara y dolorsamente anónima.
Hasta el dia en que llegó Pascual, un amigo de su padre a la casa. Ella ni siquiera lo miró. Pascual vino a pedir su cuerpo en matrimonio. Rosa aceptó sin siquiera pestañar de emoción. La fiesta se realizó sin demsiados aspavientos, se llevó sus ropas mas holgadas, sus alpargatas más cómodas, para su secreto fin. Los nueves meses de espera la desesperaron. Veía crecer su vientre, ensanchando sus cavidades, mientras alimentaba delirios y fantasías. Había usado a su marido, con el sólo fin de procrear. Y al sentirse sembrada, sintió toda la alegría del mundo y subió a la cima de su inútil existencia.
Una noche lluviosa de julio se escucharon los vagidos inaugurales del bebe, acompañados por los espasmódicos gritos de dolor de la parturienta. Había nacido Pedro, con olor a orina y a excremento, pero no importaba, porque confirmaban su efímera calidad humana. Rosa depositó en el toda su alegría y confianza, en Pedro, inocente prenda parida con fines compensatorios.
Pedro fue a la escuela, con los estremecimientos por aprender un nuevo mundo, el de la escritura y Rosa besaba todos sus trabajos como si fuera un perqueño heroe de historieta. Ella conocía los garabatos escritos, pero nunca aprendió su significado.
Pedro siguie estudiando y llego a ser profesional.
Rosa a la edad én que Pedro tuvo diecicho años se acostó y se durmió para no despertarse nunca más. La encontró Pascual con una sonrisa beatífica de satisfacción en sus labios , como si hubiera ralizado alguna obra milagrosa. |