EL SAQUEO
Estamos mirando por la ventana sin atrevernos ni siquiera a correr del todo las cortinas, no puedo creer que lo que veo esté pasando, ¿estaré soñando?, quisiera despertarme, abrir los ojos y sentir el alivio de haber tenido una horrible pesadilla. El miedo y la impotencia no me dejan pensar con claridad, por suerte pude avisarle a mamá que fuera a buscar los chicos al colegio y los llevara a su casa, eso me tranquilizó un poco. Mirarlo a Jorge aumenta mi terror, él no se asusta tan fácilmente como yo, siempre fue más valiente. Si veo miedo en sus ojos entonces la cosa es seria, como esa vez en el río cuando nos sorprendió la tormenta volviendo de la isla. El viento era terrible, la canoa se movía tanto que parecía que en cualquier momento se iba a dar vuelta. Yo estaba muy asustada y entonces busqué su mirada para tranquilizarme, esa fue la primera vez que vi temor en sus ojos.
Esta mañana la radio hablaba de gente reunida en la puerta de algunos supermercados, los grupos se iban haciendo cada vez más grandes. Estaban intentando entrar, se escuchaban gritos y corridas, tenían hambre decían, querían comida. Todo parecía terrible pero bastante lejano, como si no nos pudiera tocar de cerca. Pensábamos que las cosas no irían más allá del ataque a algunos supermercados grandes, más como una forma de protesta que otra cosa.
Cerca del mediodía una vecina entró a la farmacia muy alarmada, les conviene cerrar, dijo, ¿no vieron la tele?, es un horror, se volvieron todos locos, van por Ayacucho y ya están llegando a Arijón. Son un montón, dicen que como doscientos, van arrasando con todos los negocios que encuentran a su paso, tiendas, zapaterías y roban cualquier cosa, ¡eso no es hambre!
Pensé en los chicos, ¿cómo iban a volver del cole?, faltaba menos de una hora para que salieran. Llamé a mi madre por teléfono,. a ella le pareció exagerada mi preocupación, pero iría por los chicos a la escuela y los llevaría a su casa.
Las noticias no eran nada alentadoras, los supermercados habían sido saqueados, el centro era un caos. Por televisión se veía gente cargando con mercadería que nada tenían que ver con el hambre. Igualmente todo seguía pareciendo lejano.
Como a las tres de la tarde la calle era un desierto, no se veía nadie.
De pronto empezaron a aparecer grupitos de gente conformados en su mayoría por mujeres y niños. Venían de todas partes, parecían hormigas, se reunían en la esquina como si acudieran a una cita. El grupo crecía, hasta que uno de los pocos hombres que yo podía ver desde donde estaba espiando, gritó: -¡Vamos a lo del Tati ahora le toca a él, y después a lo de Pascual!. Sentí un gran alivio al pensar que nosotros no estábamos en la lista, por lo menos entre los primeros.
El mercadito del Tati queda a la vuelta de la farmacia, no podíamos ver lo que estaba sucediendo, pero se escuchaban gritos, tiros, golpes, todo duró un hora mas o menos. Después los ruidos se fueron apagando, algunos pasaban con lo que habían podido robar, los que vivían más cerca hicieron varios viajes y de a poco volvió la calma, el silencio. Por fin se fueron y la calle volvió a ser un desierto.
Estaba anocheciendo cuando nuevamente empezó a aparecer gente de todas partes, pero esta vez se reunieron mucho más rápido, los podíamos ver muy bien porque eligieron la vereda de enfrente.
Había un par de hombres que parecían ser los organizadores, daban muchas órdenes, era tal el murmullo que no podíamos escuchar bien lo que decían. Repentinamente uno de ellos se paró adelante del grupo y gritó, ¡Vamos a lo de de Pascual, las mujeres y los chicos adelante, no aflojen que son unos cagones, no van a tirar! Así avanzaron hacia el forraje de Pascual, él estaba en la terraza con su hijo, armados ambos, y apuntaban a los que se acercaban. Cuando llegaron frente al local, del grupo que parecía conformado sólo por mujeres y niños, brotaron varios hombres con barretas y comenzaron a forzar las persianas del negocio. Se escuchaban golpes, gritos e insultos, por fin las persianas cedieron y empezaron a entrar, rápido, empujándose. Todos querían ser los primeros para poder llevarse lo mejor. Entraban y salían llevando los artículos más variados, desde macetas y herramientas, hasta azúcar, o carbón, si ¡hasta el carbón se robaron! Nosotros los veíamos pasar cargados, evaluando su botín. Había muchos conocidos, casi todos clientes, vecinos de toda la vida.
Hace una hora que están yendo y viniendo, los chicos juegan en la calle y parecen muy contentos, ¿qué pensarán, cómo se grabaran los hechos de este día en sus cabecitas?. Ya quedan los últimos rezagados viendo si queda algo para llevar, o para romper, porque todo lo que no se pudieron llevar lo rompieron.
Pascual bajó de la terraza, está sentado en el cordón de la vereda, llorando. Yo también estoy llorando, por él, por nosotros, por esos chicos que están correteando por la calle, como de fiesta.
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