Fue un viaje ex profeso y desde su origen programado como breve. Descendí en horas avanzadas y la ciudad bullía. Sin saber cómo, desde el gran salón recién atestado pero ahora vacío, distinguí con toda claridad tu figura recortada contra la negrura de la noche, sentada en un largo balcón. Tu carita me iluminó y a pesar de los varios metros pude hacer un inventario detallado de ti. ¿Qué hago aquí sentado a esta mesa y con una banca alta, fingiendo leer mi libro pero no haciendo otra cosa que mirarte? Creo que estás con alguien, pero de cualquier forma no me resulta un hecho trascendente, porque tú estás atenta a mi falta de lectura. En ese momento me maravillo de la profundidad del tácito entendimiento en las miradas y de nuestra capacidad para reconocernos y comunicarnos sin siquiera levantar una ceja. ¡Qué extraño es esto! ¿Por qué estamos callados? ¿Por qué ni un saludo? ¿Será innecesario? Ya te vas y yo cierro mi libro. Ahora sí el salón se quedará completamente vacío. Te pierdes en la noche, en la ciudad, y yo doy por concluida mi estancia. ¡Qué cosas sueña uno en invierno!

Y hoy que fueron dichosos mis ojos por sí verte, te reconocí recortada contra la negrura de la noche.