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La lectura es una actividad reflexiva, cognitiva y dialógica sobre los otros. Es una actividad cognitiva, pues tiene que ver con el aprendizaje: leer es en parte recoger datos del mundo, de los textos y aprenderlos para un fin (utilitario o hedonista); reflexiva, pues tiene que ver con la comprensión de la información que a menudo recibimos del mundo: no podemos decir que hemos leído un texto, un signo o una señal si no lo hemos comprendido, así la lectura implica un trabajo de interpretación sobre lo que se lee, un esfuerzo de tipo intelectual por ordenar y sistematizar los datos que recolectamos; y dialógica porque al recoger y ordenar datos debemos formular una posición frente a ellos y responder de alguna forma. Esto en cuanto a lo que se podría denominar los aspectos técnicos de la lectura.

Pero si miramos el asunto por otro lado -el humano, quizás-, nos podremos dar cuenta de que la lectura es una relación, y que como tal necesita de por lo menos dos actores: un lector y un leído. Leemos lo otro, lo demás, lo que está por fuera de nuestro ser. Desde este punto de vista, el texto son los otros y la lectura la actividad que nos permite ser con ellos (Alzate, 1998). Así y desde lo que propone el profesor Alzate, el no leer o el leer mal -que no es lo mismo pero es igual- serían los principales generadores de conflictos en las relaciones humanas. El problema de la no lectura es en principio un problema de actitud: es la evasión de los otros y por consiguiente la evasión de sí mismo. Así la lectura debe convertirse en una actitud existencial del ser humano la cual le permite encontrarse a sí mismo a través de los otros y asumirse y asumirlos de la misma manera.

Pero todo esto es válido en un campo ideal, en el campo del deber ser: la lectura debe ser esto y funcionar de ésta manera para que los humanos encontremos sentido a nuestra existencia. Más si observamos con un poco de atención –si leemos- el mundo que nos rodea nos daremos cuenta de que nuestras relaciones con los otros y las de los otros entre sí están basadas sobre el malentendido y la incomunicación; vivimos en un mundo salvaje y primitivo –por más que quieran hacernos creer lo contrario a punta de computadores de última generación y televisores de alta definición- donde quien triunfa es el más fuerte, donde cada cual cuida de sí y desconfía de los demás –no digo que sin razones-; donde la comunicación se basa en el protocolo técnico y donde casi todo lo que se dice es insustancial y vacío. Nuestras ciudades se mueven a ritmos vertiginosos, todo va y viene, y las relaciones que se establecen en los distintos ámbitos son precarias e inestables; nuestras vidas no nos dan el tiempo ni la pausa para detenernos a pensar en los demás ni en nosotros mismos; cuando almorzamos en un restaurante después de una extenuante jornada de trabajo a cambio de un sueldo miserable, como le ocurre a la gran mayoría de seres ¿humanos? de éste planeta, nos hace compañía un televisor, el mismo que nos despierta a la mañana (porque ya los hay programables y a precio de trabajador sin contrato) y que nos acuesta en la noche. Los medios nos bombardean con información: los datos irrumpen ante nosotros, abundantes, reiterativos, inestables, con mensajes fragmentados, arbitrarios, impositivos, que se nos presentan en una forma de comunicación que es irreversible, que no admite respuesta, contraversión o diálogo, que es por principio un monólogo. No hay proceso sobre ella, es decir, no hay lectura, y de ésta forma nos desenvolvemos a los trancazos por la vida, dándonos golpes contra las paredes por nuestra ceguera, sobreviviendo en una sociedad que no nos da las condiciones para vivir.

Frente a la situación anteriormente descrita –que con los miles de atenuantes que pueda tener es real y palpable- cabe preguntarse ¿Cuál sería el papel de la lectura en el mundo moderno, o más bien, posmoderno -como lo llaman los entendidos? ¿Cuáles son las razones que hacen que los ciudadanos del presente no leamos, o leamos mal? En ése mundo saturado de información –internet, televisión por cable- ¿Cuál sería el papel de la literatura?

No sabemos leer y la primera institución a la que es sensato echarle la culpa es al sistema educativo: no nos enseñaron a leer en la escuela; nos enseñaron a interpretar signos –sintagmas, grafemas- basándonos en unas reglas, a aprenderlos y repetirlos. Pero de la lectura que da cuenta de los otros y de la lectura que nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos nunca se nos dijo nada. Cuantos de nosotros no pataleamos de rabia frente a María o El Alférez Real –aunque a generaciones anteriores les tocó peor: Viento Seco, Aura o las Violetas-, y nos rajamos ante un examen de cinco minutos, sin libro abierto ni apuntes- que nos preguntaba por el nombre de un instrumento musical fabricado con cañas de bambú o por el nombre del negro que lo tocaba, información que aparecía en algún remoto rincón de la novela y frente a la cual no había otra esperanza que la memoria. El problema ha sido en parte que desde la escuela se nos enseño a evadir las cuestiones fundamentales que trata la literatura: la condición humana. Mil veces me he preguntado por qué al leer María se nos pedía que nos fijáramos más en los paisajes o que nos deleitáramos con la belleza del canto de los pájaros cuando lo que realmente nos interesaba –si por descache lograba interesarnos- era el sufrimiento de Efraín y María, el dolor y el quebranto presentes allí, el drama humano que fundaba la tragedia aquella. Y si a esto sumamos que la lectura de María nos resultaba sumamente lenta y aburrida podríamos sacar como resultado que quienes nos atrevimos a abrir un libro en épocas posteriores lo hicimos fue de valientes y osados, no porque nuestra educación promoviera la lectura entre nosotros.

Faltó pues, que nuestros maestros se preocuparan por nosotros, y pensaran en qué tipo de lectura nos podría interesar. Si la lectura es producto del deseo, y el deseo es la manifestación de una carencia (Vélez, 2000) nos podemos dar cuenta que los que se decían encargados de nuestra educación y bienestar no se preocuparon por solucionarlas: daban por sentado que nuestros deseos y carencias eran los de ellos, o que conocían los nuestros y por principio nos anulaban. Esa es la razón por la cual nuestras maestras -gordas, arrugadas y sin esposo- nos obligaban a leer María y a preocuparnos por lo que nos era menos relevante. No se nos enseñó a preocuparnos por los otros ni a pensarnos en función de los otros; quienes nos enseñaron a leer eran analfabetas en el campo de la otredad, y nos transmitieron sus vicios; no se nos enseñó a identificarnos con la literatura, a emocionarnos con las historias, ni a pensar en que leer nos podía ayudar a encontrarnos a nosotros, no se nos dijo ni se nos insinuó que eso era posible. Además, nuestra educación podía prescindir fácilmente del arte y la literatura: el lema de mi colegio era “educar para la vida”, y en las reuniones de padres de familia el rector explicaba que eso consistía en enseñarnos una ocupación que nos pudiera servir para sobrevivir en el mundo cuando nos graduáramos. Aprendimos electrónica y mecánica; y las muchachas sabían taquigrafía y mecanografía, y los que elegimos la “media vocacional” en “artes” aprendimos a diseñar avisos publicitarios y a fabricar objetos ornamentales de cerámica en serie. Pero con frecuencia las chicas quedaban embarazadas a los catorce años, y para los muchachos el ser quedaba reducido a poder integrar una pandilla y dedicarse a la delincuencia juvenil. Es probable que esté exagerando, pero lo hago con el fin de llamar la atención sobre algo: la mecanografía y la electrónica no nos enseñaron a pensar en nosotros mismos, a elegir qué queríamos ser ni a comprender a los otros como seres. No fuimos formados en la crítica, en la lectura y la reflexión; en cambio si lo fuimos en la técnica y la obediencia. Los que nos “rebelábamos” –pensábamos algo distinto a los profesores, sobre todo los de religión- terminábamos con frecuencia en coordinación con llamadas de atención y firmas en el “libro rojo”.

Tenemos pues que en un sistema educativo tecnocrático la educación tiene por fin la reproducción ideológica del sistema y la producción en serie de mano de obra para la industria; no la formación de ciudadanos críticos, responsables ante sí mismos y capaces de convivir con los otros. Además para las necesidades del mercado y el libre comercio la literatura y la promoción de la lectura no son muy rentables: vale más la televisión y la radio. Así los mass media están constantemente estimulando nuestros deseos hacia ellos, nos venden historias fáciles de digerir, crean modas en torno a ellas, nos estimulan con un placer de fácil acceso y a la vez son un valuarte que sostiene ideológicamente el poder. La abundancia de información en que nos movemos nos hace pensar que estamos bien informados sin necesidad de un esfuerzo añadido de nuestra parte (Fuentes, 1995), convirtiendo la televisión y los mass media en un anestésico que nos permite olvidarnos de nosotros mismos y de los demás. Carlos Fuentes nos dice que el papel de la literatura en éste mundo en que la información abunda, en donde las posibilidades de acceder a medios de comunicación e información son instantáneas y numerosas, donde, por ejemplo, pudimos observar en vivo y en directo los aviones éstos a los que se les atravesaron unas torres en Nueva York, donde no sólo los vimos, sino que lo repetimos cientos de veces y no nos cansamos, aunque lo que se dijera en todos los canales y en todas las emisiones en que repitieron la información fuera la misma cosa; que el papel de la literatura en éste mundo es el de encargarse de lo no dicho: la literatura es la encargada de la invención, de la creatividad, de lo posible, de lo que se esconde de la realidad, de lo que escapa a la pantalla. El conflicto económico que se esconde detrás del calificativo de “ataque terrorista” es el que es contado por la literatura; el drama humano que viven los migrantes; la forma en que realmente sienten o pueden llegar a sentir el amor, el dolor, el desamor, el odio los humanos –no la forma en que sienten los personajes de las telenovelas venezolanas, mexicanas, peruanas o colombianas- es lo que corresponde decir a la literatura.

Pero la literatura plantea un gran problema: el acceso a ella no es fácil, el leer es un placer, pero un placer difícil. La satisfacción de una lectura radica en la dificultad que su comprensión plantea. No hablo de la dificultad causada por la soberbia del escritor que –como dice Vélez- echa en cara al lector su falta de dominio del lenguaje, su ignorancia respecto a los arcaísmos, tecnicismos, neologismos o modismos que éstos acostumbran a poner en sus escritos para hacer gala de su erudición. No. Yo hablo de la dificultad que supone el situarse en el drama que cuenta la historia, la dificultad que supone el volverse parte de lo leído: el reflejarse en el texto para así tener conciencia de sí mismo. La raíz del placer. Heidegger nos plantea que el hombre es lo que manifiesta, y que se manifiesta a través del lenguaje; la más perfecta manifestación del lenguaje es el arte: así el hombre es su creación. El lenguaje del arte porta la esencia del hombre; la palabra poética porta la esencia del ser en sí. Leer es traer hasta nuestro ser la esencia de otros, y la esencia de los otros casi siempre confronta la nuestra: leer o disfrutar de una obra de arte sólo es válido si ese acto nos permite cuestionarnos y transformarnos. Situarnos en el texto leído, confrontar nuestra esencia con la de los otros, es dejarnos abordar por el texto, y esto es básicamente cuestión de actitud. Así la lectura, más que una actividad, sería un vivir en función de, una actitud enfocada al ser con los otros, el encuentro de nosotros mismos en medio de los demás, en medio del mundo. El problema es que desde la escuela nos han enseñado a evitar la lectura concebida como tal, y que las condiciones de existencia que nos brinda nuestra sociedad nos colaboran poco en la consecución de éste ideal: frente al placer difícil de la lectura en la adolescencia nos ponen el fácil acceso a la pornografía por internet; frente a los 14.000 pesos que vale una novela de 120 páginas impresa en papel periódico y con pasta blanda nos ponen La Costeña y el Cachaco, de lunes a viernes en dosis de media hora y gratis. Y no estoy diciendo que el internet o la televisión sean malos: lo que estoy diciendo es que su contenido más habitual no suele confrontar al televidente, y esto promueve el facilismo y la ceguera en él.

La lectura como actitud existencial se transforma pues, en un acto de poder: en una determinación individual y autónoma a la que sólo podemos llegar por nosotros mismos; adoptar la lectura como fundamento de nuestra existencia parte del descubrimiento del placer de la lectura; y éste placer radica en que ésta nos suministra una visión del mundo distinta a la oficial: el bombardeo de información de los mass media y el fácil acceso a los canales de comunicación –internet, telefonía celular- paradójicamente nos mantiene más incomunicados, y por consiguiente, solos, vacíos, aislados unos de otros, ya que la información no porta la esencia humana. La literatura y la lectura tendrían como función en el mundo moderno llenar esa carencia que la información no llena, pues como dice Heidegger, la poesía –la literatura- plantea la pregunta esencial por la vida y es ésta pregunta la que da sentido a la existencia. Y la propuesta que habría por hacer desde nuestra posición de estudiantes y cultores de la literatura, sería la de no reproducir los vicios de nuestros maestros cuando nos toque el turno. La única posibilidad que tenemos para actuar es la del ejemplo: vivir en función de la lectura, del diálogo, de la comunicación y promoverlos mediante nuestra participación en ésta cultura, planteándonos posturas críticas frente a lo que nos rodea, y frente a lo que somos nosotros mismos.



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FUENTES BIBLIOGRAFICAS.




ALZATE, Gabriel Jaime, El Texto es el Otro. En: Revista Gestión y Desarrollo, Universidad San Buenaventura, Cali 1998.

FUENTES, Carlos, ¿Ha Muerto la Novela? En: Geografía de la Novela. F.C.E., México 1995.

HEIDEGGER, Martin, Hölderlin y la Esencia de la Poesía. En: Arte y Poesía, F.C.E. México 19??.

VELEZ, Jaime Alberto, Defensa del Lector. En: Leer y Releer Nº 25, Universidad de Antioquia – Noviembre de 2000.

Texto agregado el 10-12-2003, y leído por 724 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
13-12-2003 Concuerdo con Borarje; no comparto la totalidad de las ideas, puesto que soy catedrática, pero igual es un ensayo bien logrado que merece estrellas. Lo he disfrutado. Gabrielly
13-12-2003 Un ensayo que nos trae un gran tema, la literatura, el leer, el dar vida y aprender desde las letras. Muchas razones, un tema serio, bien tratado, pero que amerita una revisión de tu parte, te extiendes en demasía en agunos puntos, que para el caso se hace innecesario. Oyeeee, lo de las maestras, qué fue eso? jajajajajaja, me hiciste recordar a varias colegas, me salvé, nunca fui gorda y ellas no tienen la culpa, en este país cada año te plantea el sistema un programa que se le ocurre a las autoridades de turno y esas abnegadas mujeres deben cumplir con los papeles. Los que llevan la vocación, los que hacen de madres y padres, de sicólogos, de tíos y tías, de hermanos mayores, de compañeros de juego con sus críos poe los patios, esos son siempre recordados y lo de las letras les es regalado a los niños por añadidura. Conozco ese mundo, sé de lavar niños con piojos y sarna, sé de ir por las casas a buscar a los niños para que no haya deserción escolar, porque al sistema le importas un carajo como persona, le importa lo que dicen los papeles que hay que llenar. Sé que no era ese tu tema, pero me explayo en lo que conozco y te lo hago saber. Mis estrellas por este tema, porque sí seríamos más humanos si leyéramos y en las casas los hijos aprendieran de nuestra mano, pero la pobreza es otro tema y por allí pasa... FaTaMoRgAnA
13-12-2003 Hache: Te agradezco la buena fe. He leído lo de “pensar a contracorriente” y me ha agradado mucho, pero siento que mi texto es muy poco riguroso –sobre todo al ver las hojas de vida de los jurados- para ese certamen, cosa que se puede corregir. He estado buscando nueva bibliografía con respecto a tres temas que mezclo indiscriminada y desordenadamente –como todo lo que hago-: la problemática educativa; los medios de comunicación y la lectura en función de la existencia. Necesito algo de claridad conceptual sobre esos asuntos. Ya veremos que resulta de acá a marzo del 2004. De todas maneras te agradezco tu comentario y, de nuevo, tu buena fe. Yo. impostor
13-12-2003 Mandrugo: Lo de las maestras es parte de una pequeña perversión –que estoy sublimando- y de un afán por tratar de hacer chistes que no se me quita. No me gusta demasiado la seriedad con que muchos ensayistas revisten sus estilos y trato de no imitarlos, aunque a veces exagero. Me considero más amigo del humor y de los comentarios ácidos y corrosivos. Lo de las maestras es una exageración injusta y, tal vez, irresponsable. Sé que las hay maravillosas y muy buenas, pero a mí me tocaron, en su mayoría, viejas y solteronas, y las odiaba apasionadamente cuando se sentaban a cotorrear, fumar y tomar tinto en la sala de profesores. Pero el hecho es que eso no debe intervenir ni condicionar la sana discusión de las ideas, y por eso trataré de atenuar esas rabias cuando re-escriba el texto. Gracias por el comentario. Yo. impostor
13-12-2003 Blanquita: Gracias por lo de las tildes. Me has sacado de una duda tremenda. Por otra parte me gustaría saber qué no compartes de lo que escribí, tal vez en un contra-ensayo o algo por el estilo, no sé. Supongo que para discutir son éstos espacios. De todas maneras te agradezco tu comentario. Yo. impostor
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