Eso de cazar mariposas nunca se me dio muy bien.

Yo siempre he andado tras el elefante. La primera vez que lo encontré tenía exactamente 22 años, barritó tan fuerte que ese ruido aun perturba mi corazón y me lleva a abrazarme a lo más cercano, a los más tangible cuando el último eco de su trompa se me desvanece acunado en el suspiro en que he vivido en estos mis 42 años.

Ayer tenía las bridas del animal, te lo digo porque oí su corazón de bestia arrimado a mi costado, sin embargo el ayer más cercano es solo una imagen, para resistir el ataque más feroz de los fenicios ¿no Roffiel?

Mira... mi elefante no es rosado ¡Claro que no! cualquiera lo sabría sin decirlo, es verdoso al amanecer, cuando escucha las tonalidades de las aves citadinas, se va azulando al identificar el ronroneo de los felinos que esperan mi despertar, este azul se intensifica si palpa el leve ronquido que alza tus cobijas, más tarde tendrá mil tonalidades, pero nunca llegará a ser rosa, se apastela en tu mirada y que te digo, lo he visto del color de los perones en las modulaciones de tu voz.

Hay quienes atesoran palomas y se regodean en el vuelo de la insulsa ave y se regocijan con sus patas rojas, y son felices viéndolas comer en lo parques de las manos de ancianos desgarbados y se alteran si un pichón no levantó el vuelo... y ríen con el ulular atónico de los picos amarillentos, y mueren si ellas mueren, y se visten del plumaje gris y blanco en sus días de contento y... no. Así sin miramientos, nada más no.

Yo me acuno entre las patas del gigante, me duermo en su pisada y no pierdo el paso, pues me balanceo con soltura, el secreto esta en no perder el ritmo, si me detengo y choco caigo en el hueco de la huella y no es más, he dormido en otros tiempos así y recibo el rescate de su trompa. Ya en pie camino a empujones suaves de su cabeza hasta agarrar el ritmo de la marcha. Y así, así hemos andado bamboleándonos hasta alcanzar el secreto del vuelo de las hojas secas, de como descascarar un camarón por los bigotes. Hoy caminamos nuevamente en lo ya andado buscando el sentido del nacimiento de tu enojo, salí del espacio entre sus patas y regresé a hurgar en cada paso, pero cada paso hacia atrás es menos perceptible, solo se siente el agujero pero de veras, no hay más rastro y el elefante se afanó diciéndome a modo de consuelo que caminará y hará una marca nueva, mejor aun, que seremos fabricantes de planetas y más tarde, cuando el sueño acabe ... cerraremos siglos y haremos que el silencio sea más profundo.

En cuanto el número de pliegues y de arrugas de la piel hay tardes en que las cuentas con una sola mano y te sobran 4 dedos, mas he vivido días en que son millares y hemos hecho semanas dedicados al conteo puntilloso, deseosos de redondear en números creíbles, y sus ojos me han mirado, redondos, apresurándome. Es difícil porque te digo que si el pliegue no llega justo por abajo de la barriga no entrará en el record, pero si el pliegue se convierte en arruga atrás de la oreja derecha entonces si tiene valor, que duplicará si cae suave y cabalmente en el interior del auricular izquierdo.

Jugar a agarrarle por la cola es un deporte extremo, necesitas tener una relación muy estrecha y antigua con el paquidermo, o bien que la relación sea novel pero sólida, de cualquier modo no es lo más afortunado para hacer, pues si ganas, es decir si resultas victorioso al trepar por colmillos y testa y luego correr por su lomo a toda la velocidad de tus piernas y a la altura de sus caderas dejarte caer de bruces y agarrarte a 20 uñas, para esperar el contrapaso y ya en ritmo saltar para tomar con fuerza el apéndice, entonces te perseguirá en silencio, un silencio hosco del tamaño de la ofensa y hay que hacer ofensas grandes para agraviar a un elefante, eso cualquiera lo sabe. Y un día cuando menos lo esperes, voltearas y te darás cuenta que una vez más se ha ido y que llevas caminando sola un tramo tan largo que las huellas ya se han borrado.