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El más triste de los amores, el que no nace….

Aunque fueron inspiradas en “El Centro de mi ciudad” de Camille Desmoulins – el cual deberán forzosamente leer antes- Camille no tiene responsabilidad alguna en este atrevimiento.
Mi profundo y sincero respeto, me quito el sombrero Desmoulins, gracias por la inspiración y más....


Y por fin, después de una travesía que fue más larga en disyuntivas que en tiempo, llegó a la ciudad que le parecía más suya que ninguna otra. Tanto había escuchado de ella y sus costumbres, que podía reconocer el sabor de la nieve de mamey que su boca jamás había probado.

Se sintió en casa desde el primer contacto con la tierra caliente y el azul cielo manchado de formas que hubieran deleitado la imaginación de cualquier niño. Sus ojos querían capturar cada instante, cada color, cada aroma, cada calle. Todo sabía diferente, la vestimenta, la estatura de la gente y de los edificios, desconocidos y enormes árboles enmarcaban las calles.

Estaba emocionada como pocas veces en su vida, sentía que una energía poco familiar emanaba de dentro, como cuando escuchaba un violín, cuando un niño sonreía o cuando una frase le descubría el alma.
Cerraba los ojos y reía, se escribía uno de los más trascendentes días en la historia de su vida. Competiría únicamente con el día que entendió que el amor es una mezcla de sentimiento y voluntad; con el día que enfrentó sus soledades; con el día que aceptó estar enamorada del hombre al que la separaban muchas distancias y que tanto la había querido.

Con un acento encantador, el taxista le indicó que ya estaban en el centro de la ciudad, en la Iglesia de los Jesuitas. Tenía tiempo de sobra para caminar las 2 cuadras que la separaban del lugar programado para el encuentro, así que pudo recorrer sin prisa esas calles de las que tanto había escuchado. No precisaba de mapas ni direcciones. Al entrar al patio central de la Universidad, se sintió transportada a un época cuando el amor se volvía música; sus recuerdos la llevaron al tiempo cuando su corazón sentía más de lo que su mente razonaba.

Su vida era todo menos aburrida, siempre anécdotas de aventuras acompañada de las más increíbles coincidencias. No faltaba quien opinara que su vida era filmada para algún programa televisado.
Ese instante era uno de esos, definitivamente en ese patio central había una cámara filmando el final de la novela: la protagonista después de aventuras, amores y desamores, se da cuenta que el verdadero amor lo tuvo siempre allí, que había estado ciega y en un arrebato de locura, atraviesa el mundo para hacer su confesión.
Pero este día, se filmaba la primera escena de una historia de dos.

Continuó caminando y comprendió que el tiempo se detiene en esta ciudad, como él decía, y que los edificios, luces y gente son testigos mudos de mil historias. Hoy serían cómplices en la suya.

Faltaba ya poco para el encuentro, así que inició la caminata hacia los portales donde la cita esperaba su hora. Sus piernas caminaban más lento que su alma, segura, como siguiendo las huellas de quien ha impregnado su aroma en los rincones del ajetreado centro de la ciudad. Caminó junto a los dicharacheros limpiabotas, se percató que los trovadores tienen un código no escrito que delimita respetuosamente los espacios; la sobria Catedral le envió su bendición, ella la agradeció con una mirada al cielo. La brisa fresca de la tarde llegaba. ¡Estaba por fin respirando el mismo aire, andaba por las mismas calles!

Parecía que el reloj de la plaza estaba detenido. En un intento por mitigar sus ansias se refugió en el lugar donde su imaginación era libre. En el instante que atravesó el umbral de la librería, se sintió atraída por un ejemplar en la mesa de obras recientes, de color beige, poco voluminoso; en su portada, dos estilizadas imágenes, una plaza y una montaña, solo ella sabía que se trataba de la historia de los dos inmortalizada en una novela. Su sonrisa ya era descarada.
No conseguía tomar el libro firmemente, sus torpes manos lo dejaron caer en varias ocasiones, imposible leer una frase completa. Una foto de estudio en la parte trasera de “El Centro de la Ciudad” dejaba ver que los últimos 3 años habían sido justos con él, aunque más maduro, conservaba la mirada que dejaba ver su alma noble. La casa editorial lo recomendaba como uno de los mejores escritores que esa tierra había dado, eso ella ya lo sabía.

Después de respirar profundamente y recuperar la compostura, pudo dirigirse a la dedicatoria, es lo primero que lee, siempre ha creído que desde allí podemos ver el alma del autor.

“Para la mujer de mi vida, Alejandra”.

Su cuerpo era pequeño para albergar sus emociones; como si hubiera presenciado una aparición, salió corriendo de la librería, sin reparar en que aún sostenía el libro no pagado. Una calesa interrumpió brevemente la imagen frente a ella, a escasos tres metros, en el lugar acordado, puntual e impecablemente vestido, estaba sentado en una mesa para dos.

La tenue luz de las velas que desde cada mesa iluminaban aquél café, le permitía observarlo desde la trinchera, admiró los cabellos, la mirada, la sonrisa al mesero, el libro en las manos.
Alrededor, los mismos árboles, la misma brisa, la misma catedral que la bendijo, los trovadores cantándole ya al amor.

En ese momento lo entendió todo, se dio la media vuelta y se perdió en la multitud del centro de la ciudad, era demasiado tarde, su nombre no era Alejandra.

Texto agregado el 10-04-2006, y leído por 314 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
10-05-2006 Podrías ser nombrada cronista de la ciudad. Me gustó mucho tu estilo. Peter_6
26-04-2006 tarde o temprano y andar entre la gente que eres y nada el vacío que todo lo llena Estulticia
20-04-2006 bello, bella narracion, encantador, bien armado, buen lenguaje, un par de cositas que pudiesen mejorar aun mas la calidad. Hay pasta de escritora, mis estrellas********************* curiche
19-04-2006 Limpía e interesante narración, me gustó mucho. ***** lobomexiquense
16-04-2006 Interesante narraciòn, pulcra y con sentido. Buen final. cvargas
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