una piecita con dos sillones de madera que encima tenían unos almohadones de estampado horrible, con flores rosa viejo o algo así. yo estaba sentada en el suelo, las otras dos chicas miraban distantes desde los rincones, y en el medio estaba la aceleradita manager contando mecánicamente cada billete. a su lado el pibe rubio la miraba atento, disimulando torpemente el interés. el piso estaba cubierto de plata apilada de a 500 pesos. a mi me había tocado amontonar los de 50. de fondo sonaba algo así como un rocanroll tercermundista, si es que existe la categoría.
quinientos, mil. dos mil. tres y cuatro. y así hasta que un pibe con la cara desfigurada entró pidiendo droga. pero siguieron los miles y nadie le dio bola. y el pibe tiró una pipa de metal contra el espejo, se comió medio sánguche de queso, se tomó una pepsi con speed, contó que la noche anterior un tipo le explicó matemáticas, que estaba deprimido, que. pero ya lo dije: nadie le dio mucha bola. (ni siquiera yo, que en algún momento intenté un consuelo por demás idiota) eso sí: cuando el pibe volvió al escenario para los ritualizados cuatro o cinco temas de despedida, la manager dijo: “es un hijo de puta”. por lo de la pipa, supongo. yo no le di bola y seguí contando la guita.
los números cerraron bien. así que me correspondieron mis 15 minutos diarios de recompensa. agarré la cámara y me puse a sacar fotos. como la luz era medio complicada, me pareció mejor filmar. quedaron buenos los videos. en un momento, el pibe se puso a cantarle a un reflector del escenario. muy teatral, poco espontáneo. un pelotudo se me cruzaba frente a la cámara a cada rato. pelotudo porque él también filamaba. y hay códigos, che. al ratito dije buen provecho y bajé del escenario buscando el cuerpo de esa chica hermosa que siempre va conmigo.
nos compramos una cerveza y dos choripanes. hacía frío. esperamos que nos paguen 20 mangos a cada una y volvimos a Resistencia apretujadas en un remís compartido con tres chicos. fuimos al bar. estaba lleno, pero teníamos ganas. pedimos una cerveza. dos. y yo terminé la noche hablando con un flaco sobre el pudor que despierta para una mujer ir a sentarse a la barra de un bar. él me contestó que para un hombre también es vergonzoso cuando no conoce el lugar. floté hasta casa y me quedé dormida muchas horas. y hoy se me ocurrió que estoy un poco cansada de la literatura que chorrea moralina. eso sí: me gustan las preguntas.
rO!
p/d: todos los hechos y personajes del texto son reales (sólo que redimensionados desde mis ojos). cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia.
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