FLORENCIA
La muchacha le lleva una flor al anciano. Este, sentado en una pequeña silla del establecimiento geriátrico, la tomó con su mano temblorosa y lanzó un susurro de agradecimiento.
La joven iba todos los domingos a visitar a su abuela postrada desde hacía dos años, le obsequiaba siempre un ramo de flores, las preferidas de ella, “laureles rojos”. En cambio, era la primera vez que veía al anciano, le sorprendió al entrar al edificio, el saludo sonriente y una frase de elogio a su belleza. Ella le retribuyó con una risa cómplice al hacerle un guiño con sus ojos verdes esmeralda; por tal razón al despedirse de su naná, tomo un laurel y se lo entregó al viejo. Al otro domingo, la nieta vuelve a cumplir con su acostumbrada ternura, al entrar no encuentra al galanteador de la semana anterior. No hizo comentario alguno, pero se imaginó lo peor, ya que de tanto ir a ese lugar, todos los habitantes del edificio tenían un lugar asignado en el living comedor estrecho; en otras oportunidades había preguntado por alguno de ellos que no estaba en su silla habitual y la enfermera le había transmitido la noticia acostumbrada.: La señora ya se fue hija––
Al retirarse del lugar, se fue a tomar el colectivo, tenía que caminar cinco cuadras, luego dos horas de colectivo para llegar a su casa. Ella era de once nietas, la menor, la que vivía más lejos, la única que visitaba a esa abuela... Estaba por llegar a la parada del ómnibus cuando la sorprende un hombre muy bien vestido, uniformado de chofer y la invita se acerque al lujoso auto que estaba a sus espaldas. Ella decidida a seguir su camino, se tranquilizó al ver la vereda muy transitada, continuo con su andar pero más lento. Del auto se abrió la puerta bruscamente y un anciano sencillamente vestido y con mucha energía dio un grito: ¡FLORENCIA!, así se llamaba la nieta, esta sonrió, era el hombre que le había obsequiado el laurel.
La historia final, Don Rudesindo Flores y Carvajal es un acaudalado millonario que el día de la flor había ido a visitar a un viejo empleado suyo y que estaba en esa casa de ancianos a su costo y cargo. Se interiorizó de la niña que visitaba a la anciana, la encargada no ahorró comentarios de elogio para la muchacha, no así para el resto de esa familia. A partir de ese día cambió de maravillas la vida de Florencia. El mecenas se hizo cargo de su bienestar y todo por un modesto laurel rojo.
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