Margarita zamudio

CARTA DE UN PRESO A SU CARCELERO

Querido cuerpo mío:
Yo estaba flotando en un espacio donde no existía ni el día ni la noche, donde el transcurrir del tiempo eracomo el fluir de un río tranquilo, pero alguien tocó mi hombro y me dijo: “Es tu hora”. Entonces miré hacia abajo y te vi. Eras una bolita de carne sonrosada con los puñitos levantados al cielo, gritando de rabia y ansias de vivir. Entonces me introduje en tu cuerpo y te di el soplo de vida que necesitabas.

Desde entonces te he cuidado con todo el amor con que es capaz un alma. No me importó el encierro prolongado entre las cuatro paredes de tu cuerpo. No me importó porque mereció la pena caminar a tu ritmo, llevar tus pensamientos, acompañarte en las vicisitudes de la vida y reír contigo en tus triunfos. Me gustaba aconsejarte en tus decisiones, me alegraba el que confiaras en mí. Habida cuenta, yo soy mucho más vieja que tú y la experiencia cuenta. No puedes imaginarte la de vidas que he vivido y posiblemente he de vivir aun.

Pero estoy cansada, cuerpo mío, muy cansada. Hace tiempo que no me cuidas, que no escuchas mis consejos, que no cantas y bailas conmigo, que tu ritmo se dislocó, tus pies siguieron caminos tortuosos, y tu mente distraída forjó paredes cada vez más gruesas en mi cárcel de carne.

Por eso, cuerpo mío, carcelero mío, ábreme las rejas y déjame salir, que me asfixio. Te quiere y espera que algú día vuelva a escucharla

Tu alma
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Gmmagdalena

Carta de una rosa


Querido mío:

Aunque la luz ya se pierde tras las altas rejas, aún puedo iluminarme con una pequeña vela que me obsequió mi guardiana, compadecida de mi destino. Ella también me proveyó de los elementos para escribirte esta carta y seguramente será quien te la entregue.

Hoy hace mes y medio que no te veo; cuarenta y cinco días de encierro, de horror y torturas en esta prisión en la que estamos hacinados, miles de desgraciados, injuriados y escarnecidos. Pero nada es comparado al tormento de no verte, ni ver a mi madre y mis hermanitos. Me desgarra el alma el no acariciar tu rostro ni poder cobijarme en tus brazos.

Tremendos y largos días sin tu voz, es como haber ingresado a un claustro de silencio, peor que la misma muerte. Horas aciagas en las que he sufrido la orfandad de no tenerte.

Mañana al amanecer todo habrá acabado. Los jueces ya dictaminaron su sentencia y el único camino que me queda por recorrer, es el que me llevará de mi celda al paredón y desde allí a la eternidad.

No, no llores, no sufras por mí, no siento miedo. El temor ha huido de mi lado y voy con alegría a cumplir con mi sino y el de mis compañeras. El final que ya los hados marcaban al inicio de mi vida y que pronto se cumplirá.

No me arrepiento de mis ideales, ni de los actos que, en busca de justicia por mi Patria he realizado, mi otro gran amor por el que ofrendo hoy mi vida. Te dejo mis ideales para que los reivindiques junto con mi nombre y el de mis compañeras, para que nunca nos olviden y me llevo mi libertad. Por siempre tuya. Victoria



Madrid, 4 de agosto de 1939

(Carta imaginaria de una de las “Trece rosas” ejecutadas el 5 de agosto de 1939 contra el paredón del Cementerio del Este)