RÁPIDO 1024
Por Claudio Venegas Celedón
MESSENGER
Clavece: Hooolaaaa pescame porfa...
Clavece: Solo quiero chatear 1 rato contigo....
Ratoncita: Queeeeee!!!!!!!Ok...pero un rato no +
Ratoncita: ¿Quién ers?
Clavece: Claudio Venegas te acuerdas, nos conocimos hace dos semanas en un pub...
Ratoncita: aaaaaahh si me acuerdo, hi
Clavece: cómo va tu vida?
Ratoncita: bien gracias y tu?
Clavece: bien tb.,
Clavece: estas desvelada?
Ratoncita: sip es q stoy preparando mi tesis de graduación
Clavece: ahh verdad que tu estudiabas pa profe de inglés y querías capacitarte en Norteamérica...
Ratoncita: ok buena memoria jeje
Clavece: me caíste super bien ese día...eres honesta..
Ratoncita: thanks tu tb...perdona por ser tan fresca y pesada esa noche..ja
Clavece: nunca lo fuiste... en todo caso eso ya lo resolvimos...
Ratoncita: si es cierto, oye q haz hecho?
Clavece: nada importante, yo estoy todavía sin rumbo...sabes! pero esta noche me dio por escribir...
Clavece: estoy dándomelas de escritor...
Ratoncita: Q?
Clavece: si es q quiero participar en un concurso de cuentos...
Ratoncita: ahhhhh.... fine
Clavece: es primera vez q escribo y me ha resultado bastante grato...
Ratoncita: Ojal t vaya bien ...Neruda...jajajajaja
Ratoncita: lo terminaste?
Clavece: sí ,creo pero me falta corregirlo...
Clavece: Ey ... a esta hora no me da pudor...quieres hacerle una crítica a mi cuento?
Ratoncita: no cacho mucho, pero = ,.... siempre q no sea latero...jajajaja...broma soy una paciente lectora envíamelo....
Clavece: jeje... aquí te lo envío...
Espero que ahora se baje, pensaba mientras llegábamos a la estación de trenes de Talca, este sujeto no ha dejado de conversarme desde que comenzó el viaje, todo por prevenirle que sus anteojos habían caído al suelo, ingenua advertencia ya que desde ahí comenzó a lanzarme su célebre currículo, empezó preguntando cosas triviales, luego me hizo leves preguntas personales y cuando el silencio recién vencía comenzó el monólogo, que tipo tan auto referente, reclamaba en silencio, definitivamente, no era un buen interlocutor esa tarde, me sentía frustrado, regresaba de otro fallido intento para darle sentido a mi vida, solo quería meditar en silencio, por fin se bajó, me despedí con descarado sentimiento, tomé los papeles de la oficina y comencé a escribirlos por el dorso, ese sujeto me había asombrado por la facilidad para relatar su vida, yo no era un gran orador pero ahora escribiría mi propio discurso, cerré las persianas de la ventanilla e inicié mi jácara:
No quiero hacer un resumen subjetivo y tedioso de mi infancia, no pretendo ser el yo permanente de este relato, sino que solo quiero compartir un viaje retrospectivo, un viaje que me permita descubrir si el destino es propio o pertenece al imprevisible mundo de lo casual o lo divino.
Como hijo de ferroviario compartía juegos entre carros, locomotoras, rieles y durmientes, era un niño alegre y travieso pero contradictoriamente tranquilo y meditabundo, no le otorgaba mayor importancia al hecho de vivir en el recinto ferroviario, pero de a poco los trenes me fueron cautivando, recién ahora me doy cuenta que ellos han sido el soporte de un gran sueño que creo jamás se cumplirá.
Mas que historias tengo una infinidad de sensaciones, el recuerdo de mi infancia en la Estación de Trenes de Puerto Montt me hace sentir el olor del fierro oxidado, el ruido paralizante de las locomotoras diesel, el sabor del petróleo impregnado en el pan amasado cortado con las manos de mi padre, el sudor de una pichanga en los andenes y el sueño de un viaje a un destino todavía desconocido.
Los innumerables pasajeros que vi partir y llegar a la Estación me hacían recrear mi partida, no creo haber sentido envidia de ellos pero sí unas ganas de pertenecer a ese grupo, vivir de un viaje hacia lo nuevo, experimentar la incertidumbre de un nuevo destino y abstraerme de la culpa de lo dejado.; soñaba con abordar un coche y sentirme envuelto en el poder del que se va y deja, identificarme con la soberbia de un trotamundos que se dispone a conquistar lo ya conquistado.
Quizás ese soñado viaje no hacía mas que enrostrarme el mal aliento de la cotidianidad que se me avizoraba, la rutina de un devenir intrascendente, quería una oportunidad en este mundo fraudulento que mitigara el dolor de una vida solo llena de esperanzas.
Por ese tiempo socavaba mi infancia en fantasías que me hacían vivir en un silencio placentero, no quería importar un mundo resuelto, alucinaba con ser actor de una verdadera historia. Pero la historia me elegía para ser demente, pertenecer a los miles de personas que sobreviven a la convención de los destinos resueltos, sin una sola ventaja en el camino, clavar forzadamente mi mirada hacia lo imprevisto y desafortunado que muchas veces ciñe nuestras vidas.
Los días en la Estación de Trenes transcurrían incólumes, solo la emergencia de un nuevo juego me impacientaba, desarrollaba mi vida en escenarios copiados, cada juego con mis amigos era el fiel retrato de la contingencia mostrada en los noticiarios de la televisión abierta, la imaginación no pertenecía a nuestro mundo, éramos marionetas de una verdad poco objetiva. Sólo irrumpía en ese tránsito de vida segada la llegada del Tren Rápido, la diversidad de viajeros que se acopiaban en la Estación me devolvían el tierno sueño de mi aventura. Me divertía ofreciéndome de cargador para quienes no les alcanzaba para pagar un carrito que transportara sus bultos, luego se instaló en la Estación un promisorio negocio de alojamientos para turistas a quienes yo me ofrecía para llevarlos a un hospedaje y así obtener una merecida propina de la dueña. No recuerdo que hacía con la plata pero de pronto comenzó a hacerme falta, sentí la necesidad de un oficio y el ofrecer hospedajes me lo otorgaba. A veces las delegaciones colmaban los andenes; los conscriptos, universitarios, scout y estudiantes no me eran muy bienvenidos, sus mezquinas propinas sumado a que sus tutores los destinaban a tacaños albergues no me permitían obtener una abultada ganancia, cuando lograba convencer a un matrimonio de turistas para llevarlos a un hospedaje y ellos se quedaban volvía satisfecho y orgulloso a mi cobijo, pronto yo estaría también buscando un espacio donde refugiar la furtiva misión de mi apacible itinerario de vida, pensaba.
El anhelado viaje que fantasié por ese entonces no tenía destino no obstante conocía la partida, sólo quería tomar el tren rápido 1024 en el andén de la estación y disfrutar del placer de un viaje idóneo, pero la interrogante de cual sería la motivación y cual la bajada empezó a intrigarme, ni siquiera los divertidos juegos de infancia lograron apaciguar esa duda, quizás viajaría como un testarudo bohemio que viaja para doblegar el implacable paso del tiempo o como un frívolo tenorio que parte para eludir el desvelo de un compromiso, no tenía como saberlo pero quizás me obligué a soñar mi marcha con la claridad y la virtud de un apóstol, parece que me forcé apresuradamente, me transformé en un niño caprichoso que exige algo ilusorio, hasta ahora lo único claro era que ese sugestivo y soñado viaje debía ser el sustento de una vida magna.
Sin lugar a dudas vivir en el recinto ferroviario era un entretenido privilegio, ver gente nueva todos los días y conocer la misteriosa causa que los motivaba a emprender un viaje fue toda una experiencia, sin embargo, ahí comencé a comprender que la motivación de los viajes no siempre es bienaventurada, el tren a veces traía consigo la pesada carga de los infortunios personales; enfermos, deudos, comerciantes arruinados y hasta difuntos me hacían razonar que el tren transportaba a todo a quien le pagara, se limitaba solo a cargar y a avanzar, el triste equipaje era de exclusiva responsabilidad del pasajero.
Una tarde ayudado por mi personalidad taciturna me encontré solo, mis amigos habían desaparecido, extrañamente no recuerdo haber tenido una tarde tan solitaria, me refugié a la hora de once con mi familia y estando sentado en la mesa frente al televisor se escuchó el bocinazo de la locomotora que anuncia y previene la llegada del tren de la tarde. Salí de mi casa a esperarlo a regañadientes como un obrero escucha la sirena de la fábrica, recuerdo que tener una ocupación me enorgullecía pero cuando me sacaba de un divertimento me irritaba, creo que todavía me sentía amparado por el lema de los niños sin deberes, bueno, aunque éste solo era un oficio voluntario. Concentré mis sentidos en los saltos que hacía de una línea a otra, nunca antes había saltado tanto, respiraba orgulloso la magnitud de mis desplazamientos, puede que el deporte algún día guiare mi destino, pensaba; pero de pronto mi respiración se hizo agitada, ya no dependí de mi cuerpo para desplazarme, volé por la línea férrea incontrolablemente, miles de imágenes sintetizadas recapitularon mi corta vida, pude ver mi pasado, presente y futuro en apenas unos segundos, enseguida, el despegue fue brutal, sentado en uno de los andenes miré que la sangre se escapaba de una de mis extremidades, grité aterrorizado. Una locomotora menor que debía esperar el tren cerca del patio de maniobras me había mutilado la pierna izquierda, no la escuché, no la sentí y lo mas extraño no advertí su magnificencia, no había conclusiones sensatas. Desde que tengo uso de razón mi madre me advertía copiosamente de los peligros de la calle, cruzarla con precaución era el designio que me acompañaba a cualquier rumbo, no obstante, el peligro invadió mi patio, la estación era el jardín de mi casa y ahora los trenes, una planta carnívora.
La hospitalización se hizo corta, en menos de un mes estaba de nuevo en casa, pero la herida no se cerró para mi madre, su voz y rostro se habían envejecido, me propuse cambiar el escenario demostrando indiferencia a mi debutante invalidez y creó que lentamente lo logré.
Era paradójico, por fin abordaba un coche pero ahora el destino de mi viaje estaba resuelto, tuve que hacer innumerables idas a Santiago a rehabilitarme, comenzar todo de nuevo, probar mi nueva prótesis, acostumbrarme a solo caminar y empezar a olvidarme del deporte como oficio. No me preocupé mayormente, parecía que la resignación prontamente acorazó mi alma, desde ese momento los viajes en tren no eran una quimera, sino que eran el carril a una certidumbre apenada.
Ya recuperado y después de un par de años sucumbí al hedonismo, siendo estudiante de secundaria lo único que me interesaba era sabotear el orden y jactarme de esa irreverencia, vagaba y fumaba con mis compañeros todos los días por el centro de la urbe, me propuse ocupar mi tiempo en banalidades, solo quería olvidar, no quería cavilar más en el diván, había estado mucho tiempo en raciocinios como para perder un segundo mas reflexionando sobre mi destino, comenzaron mis primeros idilios amorosos y asimismo las complejas desilusiones, hasta ahora no me cuestionaba sobre la imagen que proyectaba pero al asaltar en el misterioso mundo femenino me inquieté por mi aspecto, les importará mi inconsistente cuerpo minusválido, se alejarán de este antagónico prototipo de belleza, me preguntaba pero no muy obsesivamente ya que la pronta y eficiente rehabilitación me permitió ocultarlo levemente. La oscilante personalidad de un joven frívolo me cubrió completamente y su irreverente energía adolescente la canalicé en frecuentes noches de camaradería, licor y festejo, no existían mas dudas existenciales, ahora los coches guardados en el andén eran el testigo presencial de mis delirantes y festivas juergas nocturnas.
A punto de licenciarme se tramó una gira estudiantil a Santiago, como jóvenes sintiendo un carnal arranque de excitación lujuriosa nos prendimos con la idea, al ser de provincia varios de mis compañeros iban a conocer recién la capital, era la oportunidad de romper las reglas y dejarse llevar por la placentera bulla excursionista, se discutió cual iba a ser el transporte y me regocije al saber que saldríamos en mi cómplice tren rápido. Por fin iba a tener
un viaje alegre, sentí un infantil orgullo de encontrarme en el andén de la estación esperando arribar en un coche, así que cuando todos estábamos arriba me adelanté al anuncio del altoparlante y les recité con júbilo la oración que hacía el movilizador de la estación a mis camaradas: “Señores pasajeros y personal, desde la tercera línea, listo para partir Tren Rápido 1024 con destino a Alameda-Santiago, señor maquinista, señor conductor, movilizado su tren”.
El divertimento y el alcohol no permitieron ni un segundo de retrospectiva, todo fue vertiginoso y exaltado, no recuerdo ninguna colosal figura de los históricos lugares que visitamos, fue una sediciosa gira estudiantil. Solo recuerdo las angustiosas noches en que debía disimular mi invalidez, debía desprenderme de la prótesis para refrigerar mi muñón, pero como no todos conocían mi discapacidad, tramé esperar a que todos se durmieran para quitármela. En definitiva, el viaje se tornó incómodo e insolente, la cobardía y la embriaguez se apoderaron de la travesía, ya dilucidaba el vacío de otro ilusionado viaje, pero al menos las preguntas existenciales no se aventuraron a fastidiar este evento.
La sociedad me impuso su contrato y en su cláusula dieciocho me obligó imperiosamente a encontrar un futuro, por consiguiente, ahora debía ingresar a la universidad y elegir una carrera, demasiado compromiso para un joven que solo le importaba divertirse y rebelarse contra la impertinencia del destino, no obstante, recapacité que al menos tenía la oportunidad de hacerlo. Siempre vi de cerca la desventura y la miseria de los humildes de la urbe por ende ahora debía despertar de mi letargo. No era un buen estudiante ni tampoco se me asomaba un innato talento pero tenía que cumplir responsablemente con lo pactado en el contrato, ya que sabía que la sociedad podía ser el mas severo acreedor cuando la desidia se apoderaba de los negligentes, así que con profunda reflexión, me fui a Santiago a estudiar lo que sea.
Ni siquiera los años en Santiago lograron despertar mi placentera fatiga, pasaba de certámenes a festejos a veces sin justa causa. Pensaba que el tiempo me avalaba perpetuamente, creo que por ese entonces mis queridos sueños infantiles ya me eran indiferentes.
En definitiva en la universidad no ocurrió mucho, salvo el logro de un título del que me enorgullecía pero que no me extasiaba, estudié ingeniería comercial pretendiendo comerciar con la rabia de una existencia fofa, deliberé que me complacería recibir las migajas de una sociedad delirante de éxito y victoria, así que me esforcé por entrar prontamente a la máquina. En forma repentina mi soñado viaje parecía desvanecerse, hasta que un día recién titulado y como es habitual con la cesantía de colega una bella institutora de los destinos se presentó en mi taberna.
En forma habitual frecuentaba un pub para escuchar su sicodélica música y bueno, también, para especular de un tórrido romance pasajero, aunque muchas veces sin suerte como era mi designio. Sin embargo, en una de esas tantas noches mientras estaba en el mesón de la barra bebiendo con un antiguo camarada, una hermosísima mujer de cabello castaño y ojos alegres se acercó a pedirme un martini. No podía creerlo, su distinguida figura se seducía de mi indiferente estampa, traté de ocultar mi fascinación pero mis enloquecidos sentidos no se coordinaron, me sentí doblemente embriagado por el alcohol y su belleza, así que irrazonablemente le di una hostil y rotunda negativa. Ella me miró con aplomo y se volvió despacio como para que me arrepintiera por siempre de no haber apreciado su escultural figura. Luego al mirarla de lejos, me sentí un estúpido, la había rechazado por miedo a no poder comportarme con varonil decoro así que me dirigí al baño a refrescarme, le compré en la barra con mis últimos dineros el requerido martini y me animé a reconquistarla. De pronto en la mitad del camino me quebré de nuevo al no meditar las palabras de las que me iba a valer para seducirla, me volví hacia la barra, pero al ver a mi amigo reírse con desafiante burla me repuse y continúe mi marcha. Cuando le iba a tocar el hombro a mi nueva dulcinea una riña de extraños me desequilibró y me botó el vaso, que desgracia, parece que todo estaba en mi contra, las bromas de mi amigo, sin ningún peso en los bolsillos y mas encima con la cobardía de compañera. Continué observándola toda la noche pero el arrepentimiento de no haberme atrevido a conocer esa bella mujer que sin duda iba a ser el romance mas apasionado de mi vida se tornó insoportable.
Estaba ensimismado y la ensordecedora música y el alcohol consumido me estaban desgastando, así que me dispuse a abandonar el local con un nuevo fracaso sobre mis hombros. Cuando esperaba pacientemente que los guardias descongestionaran la salida escuché de nuevo su voz seductora, ahora ella estaba al lado mío conversando con una amiga, sin duda ésta era la oportunidad de conocerla, así que me presenté con exagerado respeto y devoción y le ofrecí disculpas por mi grosera negativa. Sorpresa al ver que ambas se rieron de mi estúpido acercamiento, creo que les hablé como lo hace un pobre alcohólico indigente que emplea la noble reverencia para disimular su notoria embriaguez y lograr la esquiva propina. Aunque creo que ella se sintió compensada por mi anterior desaire, ya que desde ese momento comenzamos un ameno diálogo que nos hizo olvidarnos de la congestionada salida, hablamos con profunda meditación de variados temas. Me seduje aún mas con su ternura, sus distinguidos gestos, su inteligencia, seguridad y su madurez para proyectarse en el futuro que en definitiva me asombré de ella. Era tan joven y tan comprensiva que logró sacudir levemente a mi aburrida introversión. Por dos horas nos abstrajimos del tumulto bullicioso y luego nuestra despedida fue como ambicionando detener el tiempo y deseando alargar eternamente ese fugitivo romance.
Nos convocamos a nuevas citas que por lo general ocurrían después de su clase de inglés, la esperaba todos los días afuera de su aula para acompañarla por la frondosa avenida que la devolvía a su casa. Prontamente nos hicimos amantes y yo vehementemente enamorado. Ella sin quererlo comenzó a incitarme a complacerla, así que con urgencia busqué un trabajo para galantearla con decoro. Quería que se admirara de mí, así que tenía que ser rápido y eficaz como lo es todo en nuestros tiempos. Extrañamente me resultó, con rapidez encontré un trabajo en una gran empresa, era un prestigioso cargo que me permitió ostentar de un excelente sueldo y un digno status, pero bueno, lamentablemente igual de rápido, me volví un sujeto individualista. Me seduje del dinero y su gloria, el reloj y su tiempo pasó a ser un valor en extremo apreciable y la ambición se cubrió completamente de mi camino. Como era de suponer, igualmente apresuré la relación sin que ella aún me conociera, no me importó que su amor fuera recíproco.
Sin duda violenté la belleza y la elegancia de los romances paulatinos ya que hice de nuestra relación un torbellino tan salvaje y vertiginoso, que olvidé o no me atreví a mostrarme en esencia. Nunca le conté con minuciosidad mi origen, mis obsesionados sueños, ni siquiera la infortunada experiencia que tuve en la estación de trenes cuando apenas era un niño. Quería verme ante sus ojos como un súper hombre que no conoce de debilidades. Un tipo que no tiene dolor, no alucina con irrealidades, no le da tiempo a la emoción y al que solo le importa, su lucha tangible por el dinero y la gloria. Ahora me doy cuenta que para ella sólo fui un cobarde, ella no quiso desnudar mi alma para no hacerme daño y no ofender mi primitivo orgullo masculino. Quizás temió preguntar sobre mi vida para que no me sintiera débil y desvalido y decidiera alejarme prontamente de ella, quien sabe.
Con el pasar de los meses nuestra relación se volvió insostenible, ella dulce y transparente y yo agrio y oscuro, ni siquiera mis exquisitos logros profesionales lograron cautivar su alma pura. Un día ella tomó sus maletas y se marchó a capacitarse a Norteamérica, una persona como yo se puede encontrar en todos los hemisferios, debió pensar. Creo que algo la retuve, pero sin duda fue insuficiente. Ella estimó que yo no la necesitaba, como no, si me mostraba tan autosuficiente y orgulloso. Incluso pasaban días sin verla, pero claro un prestigioso trabajo requiere también de un preciado tiempo que jamás se recupera. La extraño mucho, que importa mostrarme ahora como un joven humano y honesto si ya no la tengo a mi lado, cambiaría todo lo que he obtenido por un minuto de charla sincera y honesta con ella. Ojalá algún día vuelva a Chile y logre plenamente conocerme...
Vaya estamos llegando a Temuco última parada del Tren Rápido, lástima que no siga a Puerto Montt, ahora tendré que abordar un bus para continuar mi regreso a casa, por fin veré a mis familiares los extraño mucho. Sin duda este ha sido el viaje mas placentero de mi existencia pues me siento feliz y aliviado. Quizás este sea el soñado viaje de mi infancia. Ojalá que no, ahora me gustaría compartirlo. Ojalá tuviese miles de viajes como éste, millones de viajes que saturen los vacíos que tendré por siempre en mi alma.
Este viaje en el tren rápido por fin conoce un destino, pero creo que no siempre lo sabrá. Que importa, si al menos conozco la partida. Desde ahora solo dios conocerá mi rumbo, bueno como siempre lo ha sido. Adiós debo sacar mi maleta de la estantería ya que afuera dice bienvenidos a Temuco.
MESSENNGER
Ratoncita: Ok is good y no lo digo para complacerte, ers super honesto pero algo pesimista...
Clavece: Ey no te confundas no es una biografía, se trata de un amigo...
Ratoncita: ahhh
Ratoncita: me gustaría verte de nuevo¿quieres?
Clavece: sip por supuesto ¿cuándo y donde?
Ratoncita: No se te ocurre?.. Bueno este sábado a las 18:00 en la estación de trenes de Puerto Montt OK?
Clavece: Ja Ratoncita te informo que lamentablemente la Estación de PM ya no existe ahora hay un gigantesco Mall ahí...
Ratoncita: si lo sé, pero también sé que para ti siempre existirá, nos vemos entonces en el patio de comidas, además me debes un martini...
Ratoncita: Chaooooooo no faltes... good night...
Clavece: Plop... Chao Ratoncita estoy ansioso por verte.....
FIN
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