Como masticando un pedazo de dolor, se limpio las manos en una servilleta de promoción, y mirando sin prestar demasiada atención por el vidrio que la separaba de los surtidores, tomo el pocillo que contenía su merienda muy delicadamente y dio un sorbo a su café con leche exprés.
Sus ojos parecían tener vida aparte, y aunque sus ganas no lo permitían demasiado, miraba velozmente a su alrededor como buscando una aceptación inexistente.
Bebía su merienda, y ya no alcanzaba el tiempo para pensar demasiado en el placer que un cigarrillo podría otorgar en ese momento.
No sabría decir si se había apoderado del placer, o el placer de ella, y encendió un cigarrillo levantándose para retornar las cosas que habían sido dotadas para su recreo.
Nunca había prestado atención a eso, pero supuso que si fumaba en ámbitos no conocidos todo le sería más fácil de afrontar. Fumaba.
Luego de consumir delicadamente el cuerpo de su cigarrillo, abandona dicha inspiración mágica que a veces la soledad parece conceder merced a la unión sexual con el humo, y aplasto el cadáver en un cartón barato que simulaba ser un hermoso cenicero de cerámica. Y como abandonando cada pensamiento existente en su cabeza, se levanto, se fue y así, abandono cada pensamiento que en mi cabeza vivía, dejando a mi inspiración huérfana de padres.