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La muerte la sedujo y por supuesto, como siempre hubiera querido sentirse uno más dentro de toda banal vulgaridad, la invito a cenar.
Ella...por supuesto acepto. No solo por la intriga de algo diferente ante la hora de descubrir la homogénea satisfacción, sino también por que se sentía no parte de esta moda estética.
Dentro de saludos y formalidades se descubrieron poco a poco como si realmente la vida, actual amante de la muerte, durara para siempre.
Aquel vino nacionalmente importado, fue la excusa perfecta para alojar la pena en palabras independientes.
Así caminó, y existió por fin la confesión de todas las culpas, y como no, también de aquel posible desalojo de tanto amor.
La muerte ya estaba más relajada, y contenta de ser perfecta ilusión. Elogió cada parte de la mente de su compañera, como quien admira el sabor frutal de un vino que despierta pasiones desencontradas ante tanta agua corporal.
Ella, más perfecta que nunca, admitió ser amante de todas las despedidas y confeso donde y cómo practicaban aquel desconcertante sacrilegio amoroso. Amplio en detalles, posturas y besos de pasión.

La muerte la observaba atónita buscando un pedazo de alivio ante tanta espontaneidad innecesaria.
Creyó sentir un dolor que siempre le fue ajeno, y hasta entendió porque cada vez que cumplía su rutinario trabajo, sus capturados piden clemencia y amor.
Sin embargo la miraba, y no veía más que un par de manos jugando entre ellas... solitarias, aburridas de tan poca acción.
Creyó escuchar voces que prometían cambiar caricias por experiencia, y no solo acepto la apuesta sino que la doblo para hacerla más interesante.
Lentamente saco con su pulgar e índice el cigarrillo de la boca de ella acariciando sus labios, le dio dos pitadas y pidiendo permiso, tomo sus dos manos frías, las unión en posición de plegaria y las apoyo en su pecho –Ves esto?... (dijo) No es vulgaridad, es mi corazón---
Ella sin miedo cerró sus ojos y dejo que el imán de sus dos cuerpos se atraigan lentamente, y aunque sus pulsaciones galopaban casi al borde de la taquicardia, sintió el no frío beso de la muerte. -¿Será acaso la irregularidad de la muerte? Penso.
Pero merced a sus instintos, la muerte enamorada, nunca más quiso sentirse vivo y abandono la vulgaridad...
para siempre.

Fue entonces, que a partir de ese momento, se mantuvo en las noches cubriendo con su manto a todas aquellas mujeres que guardaban relación de continuidad con aquella dama que una vez hizo de su templo temeroso, una cascada de flores rojas.

Texto agregado el 08-04-2006, y leído por 124 visitantes. (1 voto)


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