Le conocí cuando trabajábamos en la misma empresa. El me contaba sus cuitas y yo las mías. Esto era, en todo caso, ocasional, nunca fuimos grandes amigos, ni hubo algún tipo de complicidad entre ambos. El en su puesto y yo en el mío, buenos días y buenas tardes, que hace frío, que está oscuro, cuando será ese día que Diosito nos ilumine para que no seamos más explotados, así sea, así sea.
Su hijo era ferroviario y cada vez que el tren pasaba frente a la maestranza, un fuerte silbato nos anunciaba que el retoño saludaba a su padre. Y el hombre, silencioso y calmo, sonreía con un atisbo de orgullo entre sus labios. Existencia agobiante entre fierros herrumbrosos que después, por el prodigio de la ingeniería, se transformaban en importantes piezas de un puente o de un edificio. Chirridos y fogonazos, gritos y risas destempladas, estridencias propias de una fábrica metalmecánica.
La empresa no pudo competir en precios con otras que sí podían manejarlos y fuimos muchos los que partimos a nuestras casas, con el sonido aún repercutiendo en nuestros oídos. Luego, reuniones, promesas, demandas, abogados, nuevas promesas y más tarde, si te he visto no me acuerdo.
Nunca más supe de esos compañeros esforzados, que sudaban la gota gorda tratando de darle forma al progreso del país. Cada uno, partió por diferentes derroteros, el recuerdo se fue difuminando hasta convertirse en un simple cosquilleo en el alma.
Hasta que supe que el hombre silencioso aquel, el que sonreía irónicamente cuando se le hablaba de los jefes y de sus promesas, el padre cuyo pecho se inflamaba de orgullo cuando su hijo pasaba raudo, haciendo sonar el silbato del tren, ese mismo hombre sencillo, se había dado una vuelta de carnero con la fortuna y ahora era poseedor de casi cuatro millones de dólares que se había ganado en un juego de apuestas.
Tengo el pálpito de que ya nunca más le veré. Presiento que su sonrisa irónica ahora se trocará en una gran mueca de desprecio, al conocer a fondo la estirpe mendicante y desvergonzada de sus conocidos. O, simplemente, recordará aquellos días en que el cielo era más gris y el futuro demasiado impreciso y acaso por un segundo, sólo por un segundo, desee ser, de nuevo, el ser sin complicaciones que era en aquellos lejanos días…
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