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Él recorría los barrios como vendedor tocando puerta a puerta, ojeroso, resignado, cansado de luchar y no llegar a nada, con sus pupilas aferradas a un dolor pulverizado que solía sembrar lo ajeno. Cultivaba la fascinación de lo que no tenía, del amor que sus padres no le dieron en una relación perversa latiendo día a día. Nadie lo había podido llamar papá, ni abuelo, porque su reproducción le había sido vedada, tampoco otros labios habían esbozado la palabra hijo, ya que la madre lo había abandonado. Su cuerpo fue arrojado en un baldío de la periferia dentro de una bolsa a días de parirlo con una sonrisa pequeña que flotaba en lo inmenso de su llanto. Los perros habían husmeado en él, en su sabor recién nacido sin hacerle daño, para acarrearlo hasta una zona más visible por casualidad. Y la calle fue su hogar llevándolo de mano en mano, primero rotando por las puertas dentro de una caja, luego mendigando su comida, después como vendedor de libros. Pudo probar lo que corría por allí, droga, pegamentos, alcohol, contagios, sexo, amigos de ambos bandos, hasta que una mujer más grande lo llevó a vivir con ella. Aunque nada cambió, apático en sentimientos desde el alma, volvió a hacer trizas esa relación una y otra vez. Después de nuevo el cambio, las ganas de ser alguien y no lograrlo, el abandono rondando su memoria, sus cicatrices abriendo en cada atardecer, la decadencia espiritual junto a la humana, tanta soledad. Y el empleo rutinario en una oficina gris mirando al universo desde su ventana, donde el miedo y el odio se internaban dentro de las venas oscureciendo más su sangre. Sólo algunos rasgos simpáticos afloraban a veces de sus labios buscando aprobación, aunque la mayoría ya conocía su intelecto resentido. Ahora de viejo sigue siendo nadie asomado a la vida en el baldío que lo vio nacer, con su bagaje de ficciones rondando el infinito de la mente atado a los recuerdos imposibles de eludir. Y puerta a puerta su silueta despechada se aleja lentamente como una sombra itinerante recorriendo nuevos mundos.

Ana Cecilia.


Texto agregado el 07-02-2003, y leído por 564 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
09-02-2003 Que se puede decir ante algo tan triste pero que tiene belleza en su composición . Quizas solo una lagrima acompañada de una crcacajada. Felecidades por el contraste. gatelgto
07-02-2003 Oye, brincas de lo sublime a la desgracia. Me atrapas en uno (cuento) y en otro me destrozas. Nos das un subeybaja de fascinaciones con tus texos, Felicidades. Jajajajajaja, no dejes de escribir. Alfmeling
07-02-2003 Aveces siento que mi vida es así, pero yo tardo mucho más en salir de la basura... No sé cómo lo sacaste tan rápido... y pobre, lo regresaste con la misma velocidad. Bukowski salio más lentamente y ya nunca regresó -me refiero al poeta, al último de los malditos- ¿no? Zariz
07-02-2003 Síiii muy bueno.Una manera sencilla y de admirable composición para describir algo cotidiano en estos mundos,todos,porque hay varios,donde a veces es pan de cada día. Felicidades Ana.Un beso.Manuel lorenzomontserrat
07-02-2003 Yo la segunda, es precioso y me hiciste llorar. no se puede creer lo bien que describe a ese pobre ser pero lo rescatás porque aunque sea un ofcinista y un enfermo salió dela basura. y otros con más posibilidades siguen allí. Muy lindo. dejamequetecuente
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