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La calle oscurecía de un verdor opaco a medida que el sol se escondía tras los edificios de la factoría. Apreté el paso enfundado en mi gabán, las manos a buen resguardo, respirando el aire límpido y frío del ocaso. Mi mente en blanco no por ausencia de pensamientos sino por exceso de ellos cual una rueda cromática girando a velocidades supersónicas. Palpé la cacha del arma en el bolsillo de mi gabán para renovar el trágico designio que debía enfrentar y no permitir que mi cerebro fuera agujereado por la andanada de pensamientos en contrario que ordenaban regresar, deshacer la orden impartida por no se sabe quién para ultimarme, liquidarme, borrarme de este mundo y pasar, no sé..., a otro escalón dentro del juego. La oreden era perentoria: debo morir.
Pero, ¿Por qué?, ¿Para qué?, ¿Para Quién?. ¿Y acaso importa?. Hay máquinas, lo mismo de metal como biológicas, que en su programación interna traen un código de autodestrucción que se activa al perpetrase determinado hecho, o una serie de hechos, o un evento sin importancia. Cuando el código se activa, comienza una cuenta regresiva oculta y silenciosa, que trabaja artera preparando el escenario de nuestro último acto. Un acto no banal, por supuesto, por que es interpretado por nosotros mismo como homenajeador y homenajeado. No es una muerte trivial, no señor. Es una muerte programada en horario y efectos. Nada queda al azar, nada que nuestra voluntad no examine con detalle, nada que pueda confundirse con un accidente o mezclarse con una agresión. Nada, de eso y en eso, justamente, radica su atractivo.
El sujeto terminó de repasar estas ideas mientras apretaba con saña el duro metal en su bolsillo. Volteó de lado a lado la cabeza para asegurarse de que estaba solo, como cuando vino al mundo sin una mano que agarrara la suya y le indicara, al menos, los caminos preliminares. Se aproximó a un zaguán y extrajo el acero del bolsillo sin vacilación. Ojeó por algunos instantes la pistola de tambor devorando cada centímetro de acero, como queriendo fijar en su mente el último objeto que contemplaría en esta dimensión, en este escalón si de escaleras se tratan las vidas que debemos vivir. Por último y de un solo gesto, dirigió el cañón a su boca al tiempo en que una visión colorada y nada más, nada más, nada más.

Texto agregado el 09-12-2003, y leído por 478 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-06-2004 Las impresiones.. bueno.. yo una vez soñé que me disparé, pero sabes, además de ver (despues de muerta, supongo) algo rojo sentía calor, supongo que la sangre deslizandose.... Qué tetrico, usualmente no hablo asi. Suerte Dhingy
30-12-2003 Me ha gustado.Un biquiño. Chus
10-12-2003 Buen manejo de la situación dramática. Un taaaa! y el cuerpo envuelto en rojo, buena compadre antukuru
09-12-2003 Un relato fuerte, te ha quedado muy bien elaborado, te dejo un saludo y estrellas a tus escritos...Bye... nos seguimos leyendo... La_Pachamama
09-12-2003 Amigos, cuéntenme sus impresiones. Gracias tambordehojalata
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