Por mucho tiempo la amé en silencio. Elisa me miraba y sonreía, tranquila y fresca, como siempre. Era ella quien interpretaba el verdadero sentido, el significado puro y oculto, de cada una de mis palabras, de cada uno de mis silencios.
Son breves los instantes de lucidez, una ventana, un cielo azul detrás, un colibrí y luego todo se desdibuja. El sopor de estar sin estar, la pesadez de la vida. ¿Alguna vez te encontraste en el umbral, sin poder dejar un sitio, pero queriendo ir a otro? La habitación blanca de nuevo. El hombre de blanco se asoma por una pequeña escotilla.
Los grandes hombres estamos condenados a vidas solitarias. Nos llamaban: los raros; yo decía: los iluminados. Los hombres inferiores en sus dudas le temen a todo; nos temen. No hay gigante que no pueda ser derrotado. “Los alquimistas en la edad media, se comunicaban por medio de símbolos”, era bueno hablar con Simón aunque no entendía la mitad de las cosas.
En la habitación blanca el tiempo se detiene. “Donde están los demás”, los hombres de blanco vienen, hablan algo entre ellos y se van. Uno de ellos sostiene algo en la mano, es una lista, señala algo en ella. Es difícil mantener la conciencia en este sitio, hay imágenes de otros seres, presos igual que yo. Son las otras víctimas de los malvados.
Sonreía y me miraba, pensaba en mi mensaje secreto: “¿Sientes lo mismo que yo?”. No podía creer que lo recibiera, que lo entendiera, no era tan fácil decodificarlo. Sólo ella lo entendía, ni aun Simón lo consiguió, ni aunque viviera siete veces cien años como yo. Los grandes usamos mensajes sencillos. “No veo eso que tu dices”, dijo Simón. Él no sabía nada, no conocía los secretos que yo. “Ya te dije los alquimistas usamos un lenguaje secreto, hermético”. Elisa sin embargo si debió haberlo entendido, era obvio por su sonrisa.
Los malvados me mantienen en la habitación blanca; insoportablemente vacía, no sólo de formas, de colores, sino de vida. Quieren dominar mi voluntad. Un malvado se acerca a mí, me sostiene con fuerza, otro, con su lista, apunta algo. Me mantienen atado. Mis recuerdos se vuelven lentamente blancos como este sitio.
Intento hilar por última vez mis recuerdos, pronto vendrán de nuevo, su método ha comenzado a surtir efecto. Elisa me había sonreído como siempre. El día que llegaron los malvados intentó detenerlos, había lágrimas en sus ojos. Simón se quedó paralizado, estupefacto. Ella pronunció unas últimas palabras: “¡Trátenlo bien por favor! No es para tanto”.
Los tres me interrumpen, de blanco puro como siempre. Uno de ellos, el que me sostiene, hace un chiste: “Es increíble que alguien se vuelva loco por una mujer”. El que tiene la lista contesta: “No es el primer caso que he visto”. El tercero se aleja con la hipodérmica, hay una bandeja con lo que debe ser mi medicina. La habitación se queda en blanco. Pronto todo se desdibuja: el colibrí, el cielo azul y esa única ventana que me mantiene vivo, por donde miro tu recuerdo en mi pasado. |